viernes, 10 de marzo de 2017

DEFINICIÓN DE MONO




Las feministas no pueden quejarse. Aquello de que “El hombre desciende del mono” no les corresponde. Porque si así fuera escribirían: “El hombre y la mujer descienden del mono y de la mona”. Por el contrario, las mujeres que no insisten en esa absurda costumbre heredada por uno de los presidentes de la república más ignorantes (el de chiquillos y chiquillas, bolitas y bolitos), aceptan (sin aceptarlo) dicha teoría explicada en “El origen de las especies”, porque no se molestan cuando un muchacho bonito les dice que son muy monas.
La palabra mono, cuando menos en nuestro país, se aplica como un sinónimo cursi de simpático. La muchacha (también cursi) dice: “Fulano de tal es bien mono”, y como el fulano de tal es un muchacho de uno ochenta de altura, brazos, torso, muslos y piernas llenos de músculos, y posee una sonrisa encantadora, se entiende que está a mil años luz de esos primates que, en los zoológicos, andan de rama en rama y tienen mirada como de suegra trastornada.
Joaquín, siempre, en la escuela secundaria, decía que la pregunta era: “El mono, ¿de quién desciende?”. Alicia, la que tenía el labio leporino (shelito, decimos en Comitán), decía, matándose de la risa: “De la palmera, el mono desciende de la palmera”.
Rodrigo dice que las feministas sí tienen motivos para enojarse, pues (¡como siempre!) el lenguaje las discrimina de fea manera, pues el dicho “La mona, aunque se vista de seda, mona se queda.”, las agrede directamente, porque el buen Rodri dice que este dicho se aplica a feministas y no feministas, y acá, el término se emplea de manera despectiva, como sinónimo de fea, corriente, lejos, muy lejos, de ser una Scarlett Johansson o una Sofía Loren. Pero Rodrigo insiste que este uso peyorativo puede atenuarse si las feministas no fueran tan radicales y permitieran que la palabra mona no tuviera la carga rotunda de fea sino de simpática.
Alicia, quien ha viajado a muchos países y domina tres idiomas, me dice que existe una prenda de vestir que se llama mono. Dice que es una prenda de una sola pieza (como si el pantalón estuviera integrado a la blusa). Jorge, por su parte, quien no ha salido del taller mecánico donde entró a trabajar desde los ocho años de edad y que, con trabajo, domina el idioma español, dice que su abuelo le enseñó a decirle mono a su ropa de trabajo, que, de igual manera, es de una sola pieza y que se diferencia del traje que Alicia menciona en que tiene las mangas largas y que viste a cuerpos distantes mil años luz en su forma. Se puede jugar con el lenguaje diciendo: “Cuando Jorge y Alicia visten monos, él se ve bien mono y ella se ve bien mona”; es decir, Jorge parece un primate peludo y grosero, mientras Alicia se ve como la muñeca más simpática del mundo.
Pero la aplicación del término va más allá, porque el mismo Jorge explica que, en nuestro país (¿dónde más?), la palabra mono también se aplica al monte de venus. Una vez me contó que, en el cuarto de un motel, lleno de manchas en las paredes y en la alfombra deshilachada, se asombró cuando la prostituta se bajó la pantaleta y puso a su vista su monte de venus (en ese tiempo no existía la costumbre de rasurarse el pubis): “Ah, mi Alex, tenía un mono precioso, peludo, peludo, como chango del África. Era muy monito, monito.” (Esta palabra de monito, Jorge también la empleaba en doble sentido: como diminutivo de mono y como una derivación de bonito.)