lunes, 27 de mayo de 2024

CARTA A MARIANA, CON ASQUEROSIDADES

Querida Mariana: esta carta huele mal, yo que vos no la leo. No sé si vos conociste unas etiquetas que traían “rascahuele”, las rascabas y emitían aromas. A Alfonso le gustaba jugar “rascahuele” cuando nos reuníamos. Algunas amigas jamás volvieron, porque el juego se les hacía perverso, de mal gusto. ¿En qué consistía? En preguntas y respuestas. Todos los participantes aventaban un dado y quien obtenía el menor número era “el castigado”. En una ocasión dos jugadores obtuvieron un dos en el dado y debieron desempatar. ¿Cuál era el castigo? Oler una servilleta. Parecería una cosa mínima, hay juegos con castigos más ingratos. Pero, en realidad se convirtió en un juego asqueroso. ¿Por qué lo hacés?, le pregunté una vez a Alfonso, cuando ya nadie iba a su casa. Él dijo que era un mero divertimento, lo justificaba diciendo que en esos años (años setenta) la gente ya no usaba el sentido del olfato, como antes y ejemplificaba, decía que antes (hablaba de los años cincuenta) muchas personas entraban a la cocina sólo para llenarse de vida con los aromas; antes la gente cortaba una lima y la olía, abría una despensa, tomaba un poco de canela y la llevaba a la nariz, de igual manera aspiraba el aroma de una hoja de menta o disfrutaba el aroma de su pareja. Todo estaba olvidado, según Alfonso. Pero, entonces ¿por qué no elegía aromas dulces, gratos, para el juego? ¡No!, decía, el juego consiste en repudiar los olores desagradables para luego apreciar los aromas limpios. Pero su juego no tuvo el resultado que él esperaba, que él deseaba, ¡al contrario! La primera vez que propuso el juego estábamos como ocho individuos, recuerdo a Mary y a Elena, las recuerdo, porque Mary fue la primera que perdió al tirar el dado sobre la mesa y obtener un uno, los demás tiramos sólo para ver si alguien empataba, pero todos tuvimos numeración mayor, así que ella fue la que le tocó adivinar el olor de la primera servilleta. Como nadie sabía por dónde iba el juego de Alfonso todos reíamos. Mary tomó la servilleta que estaba en un montón, se la puso en la palma de la mano derecha y poco a poco, en medio de nuestra bulla, la llevó a su nariz, pero cuando vio el color café de la mancha abrió los dedos y tiró el papel. Todos nos sorprendimos, porque ella aventó la servilleta como si hubiese tenido una araña o un animal ponzoñoso. ¡Animal!, gritó y vio a Alfonso, quien se mantenía como estatua, con las manos sobre la mesa. ¿Qué pasó?, preguntó Elena y abrazó a Mary que ya lloraba. Eduardo se agachó para recoger la servilleta y se detuvo cuando Alfonso gritó: ¡no te atrevás! Fue Alfonso quien se paró y regresó la servilleta. ¡Estúpido!, dijo Mary sin ver a Alfonso, a quien estaba dirigida la palabra, recogió su bolso y ambas mujeres salieron de la casa, azotando la puerta de calle. Minutos antes todo había sido un gran jolgorio, con risas y bromas. Luego el instante, como si alguien hubiese pinchado la burbuja amistosa, se convirtió en algo desagradable. Nadie sabía qué hacer. ¿Qué pasó? Preguntó alguien de nuevo. Sí, ¿qué había ocurrido? El juego del aroma se convirtió en el juego de la mirada. No fue el sentido del olfato sino el sentido de la vista el que imperó, el que deshizo el juego. Como la situación no era agradable, Romeo dijo: “bueno, acá se rompió la taza y cada quien a su casa”. Nos despedimos de Alfonso y en la calle comentamos lo ocurrido. Se jodió el juego, dijo Romeo. Era un juego pendejo, dijo Emiliano. Yo, sin entender bien a bien cuál era el objetivo del juego de Alfonso pregunté: “¿qué pasó?” Ay, pendejo, dijo Emiliano, (era su palabra favorita), lo que había en la servilleta olía mal, olía asqueroso. ¿Y cómo sabés?, volví a preguntar. Sí, volvió a decirme su palabra favorita y comentó: ¿qué no viste que tenía una mancha café? ¿Por qué creés que Mary puso cara de vómito al verla? Posdata: ¿qué tanto huelen los chicos y chicas de estos tiempos? ¿A qué juegan? ¿Es el aroma algo que los seduce? El maestro Iván tiene la sana costumbre de oler un libro cuando adquiere uno nuevo, lo he visto acercar el libro a su nariz y pasar las hojas para obtener el sagrado efluvio. ¿Cuál es tu aroma favorito, querida mía? ¿Cuál es el olor más desagradable? ¡Tzatz Comitán!