jueves, 23 de mayo de 2024

CARTA A MARIANA, CON UN POCO DE NOSTALGIA

Querida Mariana: la mayoría de veces la lógica no se impone. La lógica decía que cuando fui a estudiar a la UNAM debía buscar una casa de huéspedes cercana a Ciudad Universitaria. La Ciudad de México, en los años setenta, ya era inmensa. La lógica no se impuso, no sé cómo llamar al sentido que venció. Viví en una zona donde debía tomar un camión que tardaba una hora en llegar a CU (conocí compas que debían tomar dos camiones, ¡uf!). En ese tiempo no había una línea del Metro que llegara a la universidad, aún construían la línea que pasa por la Avenida Cuauhtémoc. A mi plebe le tocó ver las grandes excavaciones que hicieron frente al departamento. La lógica me exigía que, siendo estudiante de ingeniería, debía presentarme a los salones de la facultad para recibir las clases. De nuevo la lógica se equivocó conmigo. Ya dije que jamás falté a mi diario compromiso. Todas las mañanas trepaba a camiones, a veces arriesgando mi integridad física, porque iba sostenido de los dos pescantes en la puerta, sintiendo el viento que paría la velocidad. Al llegar a la universidad, casi casi de inmediato iba a la Biblioteca Central Universitaria, revisaba los catálogos y solicitaba un libro. ¿Algo relacionado con ingeniería? No, no, pedía libros de cuentos o novelas. Buscaba lugar en una mesa y ahí me enfrascaba en la lectura. Si había buen tiempo, solicitaba el libro para llevarlo a casa y, con el libro en mi mano, salía al glorioso espacio de “Las islas", me reclinaba sobre un árbol y leía, a veces suspendía para ver el movimiento, las decenas de chicos y chicas caminando o corriendo con rumbo a algún otro espacio universitario. La lógica los enviaba a sus salones, para aprender y, al final obtener el ansiado título profesional. Yo sabía que estaba en la universidad y me gustaba lo que ésta me entregaba. A las diez iba a Rectoría, tomaba una gaceta y veía la programación cultural para asistir a conferencias con expertos del mundo o sentarme en una butaca y ver una cinta en un ciclo cinematográfico de arte. La lógica de lo insólito indicaba que el tamal no tendría ese nombre, porque ¿quién se atreve a comer algo que en su nombre lleva la maldición? Pero al final, la lógica impuso su criterio, no obtuve el título de la UNAM. La única compensación de tantas horas invertidas en el viaje de la casa a CU fue que, cuando tenía la suerte de hallar un asiento podía seguir leyendo y mirando la vida de la Avenida Insurgentes, las luces en los departamentos, la mujer que preparaba el desayuno, la que se peinaba, el compa que salía corriendo con el portafolios en la mano, la mujer que iba al templo, el que llevaba una montaña de periódicos en la parte trasera de la bicicleta, el fifí que iba a la universidad en un auto descapotable y, sobre todo, el olor inconfundible de la gran ciudad, olor que nunca he vuelto a sentir en otra ciudad, porque esa mezcla de olores sólo se da ahí: puestos de tacos, albañales gigantescos, puertas de vecindades, de prostíbulos, de cantinas, de velas ardiendo en templos, de una manta con sudores de millones de habitantes. Al final la lógica ganó, ella predijo que un chico amante de la literatura y del cine llegaría a ser un gran cinéfilo y un apasionado lector. Esto soy. Ahora, por lógica, sé que mi tiempo invertido dio dividendos. Si me hubiese dedicado al deporte sería un gran deportista; si me hubiese dedicado a la ciencia sería un gran científico; si me hubiese dedicado a estudiar ingeniería sería un gran ingeniero. Dediqué mi tiempo, mi vida, a la lectura y al cine, soy un gran lector y un gran mirador de cine. El destino me envió a esa ruta, porque en mi Comitán, nuestro Comitán, en los años setenta no existían muestras de cine de arte ni la enorme oferta de libros de la Biblioteca Central Universitaria. Si fuera un joven de estos tiempos, desde Comitán leería miles de libros en un Kindle y vería miles de películas en las diversas plataformas y, desde Comitán, estudiaría en línea alguna licenciatura relacionada con el arte. Posdata: a veces despierto sudando, me incorporo, mi corazón palpita como si hubiese estado corriendo, recuerdo algunos retazos del sueño, me veo sostenido en los pescantes de la puerta de un camión que rebasará a otro y siento que quedaré atrapado entre los dos autobuses, empujo como puedo a la plebe que está en los escalones de acceso, y despierto, doy gracias a Dios por haberme salvado. ¡Tzatz Comitán!