No sólo son los cielos, también son las texturas de la tierra. El que está lejos del pueblo extraña los techos de teja. Es comprensible. Los comitecos caminamos y en cualquier esquina nos topamos con un horizonte lleno de bugambilias, de anonas, de árboles de lima de pechito y de casas con techos de teja. Los comitecos somos como aves y hallamos el rumbo trepándonos a cualquier loma. La teja nos enseña el camino.
Es bueno mirar que el avance tecnológico convive en sana paz con la tradición. Las tejas no tienen ningún empacho en convivir al lado de techos encementados. Tal vez la mayor conjunción se logra cuando el dueño de casa construye el techo con cemento y, encima, le coloca algo como una alfombra de tejas, de esas tejas hechas por el barrio de Yalchivol.
No sólo son los cielos azules, los que están lejos del pueblo también extrañan las tejas que siempre están mirando el cielo.