miércoles, 7 de septiembre de 2016

CARTA A MARIANA, DONDE HAY UNA PÉRGOLA





Querida Mariana: Juan dijo que esta fotografía no podía ser de Comitán. La foto es de fines de los años cincuenta o principios de los años sesenta del siglo pasado. Los cronistas deben tener la fecha precisa. Sí, sí es de Comitán. Es la pérgola que estaba en el centro del parque central.
Esta foto la tomé de una foto que está en Cancún. ¡No, no es un juego verbal! En el restaurante Cancún, de Comitán, existe un muro en el que hay fotografías antiguas de Comitán.
Mi tío Armando dice que esta pérgola nunca debió ser derruida, mientras su hija, mi prima Estela, dice que fue lo mejor que pudieron hacer, porque esta mole de cemento (así lo dijo) no corresponde a una ciudad, más bien es para pueblo de segunda. Estela, molesta, preguntó: ¿Cómo una pérgola a mitad de un parque de una ciudad como Comitán? Un poco como si dijera que esta estructura demeritaba nuestra personalidad. Estela recuerda que el maestro Bernardo decía que esta construcción era “un puente sin río”, como decir que era una tontería. Porque, en efecto, acá se ve que la gente podía caminar en la parte superior.
Quienes vivieron estos tiempos recuerdan la cafetería que estaba en la parte inferior y que en esta foto, poco conocida, se puede apreciar. Debajo del arco se logra ver dos o tres mesas y sillas de madera. Se advierte que el pretil tiene esa maravillosa celosía de ladrillos, en forma de triángulos, que identifica la arquitectura de nuestra región.
Quienes no vivimos esa época sólo podemos imaginar lo que ahí sucedía. En las tardes, una pareja se acodaba en ese pretil y miraba hacia abajo, sintiendo el aire fresco que llegaba de la Ciénega. Tenía razón el maestro Bernardo: era un puente sin río, sin agua. Pero esto (perdón, maestro Berna) no era demérito; esto (perdón, Estela) era como un sueño a mitad del jardín.
Porque, dicen los que saben, las pérgolas, sobre todo, se colocan en los jardines, para que las enredaderas se trencen en sus pilares; es decir, las pérgolas sirven para que los deseos de las plantas no se queden enterrados. Y para eso, entonces, servía la pérgola comiteca sembrada a mitad de su jardín principal, para que los deseos y sueños de los habitantes de esta maravillosa ciudad encontraran el camino para subir al cielo.
Estela diría: ¿En qué ciudad de caché se ha visto que haya una pérgola en el centro del parque central? ¡En Comitán, Estela, en Comitán! Y era un puente que permitía que las parejas vieran hacia abajo correr el agua invisible de sus deseos.
Los que no vivimos esa época imaginamos este “puente” como si fuera el Pont des Arts, de París. Debajo de este puente nunca hallamos clochards, sino amigos que tomaban un refresco en la cafetería.
Es cierto, en el zócalo de la Ciudad de México no hay una pérgola. Ahora no hay más que un asta bandera. No podíamos compararnos con esa gran ciudad. No, no podíamos hacerlo. Nuestra ciudad era modesta, pero (qué pena que ahora no podamos enorgullecernos de ello) contaba con un “puente sin río” en el centro de su jardín, porque, en ese tiempo, Comitán era Comitán de las Flores y no Comitán de Domínguez.
Y es que así como los gobiernos se apoderan de las ciudades, de igual manera los presidentes municipales, mientras permanecen en el cargo, se creen dueños de los pueblos.
Los pueblos y ciudades no deberían ostentar apellidos, debían bastarse con sus nombres. Si hiciésemos una encuesta de banqueta, la mayoría diría que nació en Comitán y no en Comitán de Domínguez. A los comitecos nos basta el nombre de Comitán, por eso nos asumimos comitecos y no dominguistas; nos asumimos, eso sí, amigos de las flores y de los jardines.
El parque central de ese tiempo era como un jardín y nadie tenía empacho que, en el centro de ese jardín, hubiera una pérgola para que treparan las enredaderas de los sueños y de los deseos.
Pero un día, un presidente municipal, que pensaba como Estela piensa, decidió que tener una pérgola a mitad del parque central no era digno para una ciudad y mandó a botarla y dictó que se levantara una fuente, y luego una estatua del que pareciera ser dueño de la ciudad, y luego un kiosco. Un kiosco, porque en la mayoría de ciudades de caché hay kioscos y no pérgolas.
Y los comitecos nos quedamos sin ese “puente sin río” y, desde entonces, no tenemos pilares que sostengan nuestras enredaderas y andamos más enredados que nunca.