jueves, 15 de septiembre de 2016

UN VETERANO DE GUERRA





Al tío Abundio le servían la comida en un plato de aluminio. Contaba que había participado en la guerra y juraba que ahí se había acostumbrado porque el ejército usaba platos de aluminio. La tía Eusebia decía que era cierto, que había visto en las películas de guerra cómo en los comedores militares usan vajilla de aluminio. La abuela Abundia quiso implementar tal práctica en la casa y generalizar el uso de platos de aluminio, porque Martha siempre rompía las tazas y platos de porcelana, pero el tío no lo permitió, dijo que ese privilegio estaba destinado a los veteranos de guerra, no podía darse tal trato a cualquier individuo. Implementó, como si fuese una orden militar, que “los de tropa” comieran el platos de plástico.
Juan dudaba de la veracidad del dicho del tío. ¿Cómo juraba haber participado en la guerra si era un soberano cobarde y un gran inútil? Porque, en los últimos tiempos, el tío se la pasaba leyendo periódicos, durante la mañana, y jugando billar con sus amigos, por las tardes. Además, estaba en la memoria de todos los de casa aquella tarde en que un delincuente saltó la barda. El tío se escondió debajo de la cama, mientras Martha y Lucía, las sirvientas, tomaron las escobas y un machete y lograron asustar al delincuente, quien fue atrapado a dos cuadras, por los primos que, ya con pistolas en mano, corrieron a buscarlo. Cuando le preguntaron al tío por qué se había escondido debajo de la cama, él pretextó que los veteranos de guerra son crueles y deben reprimirse para no hacer picadillo a los malhechores.
Además, ¿de cuál guerra hablaba el tío? No pudo haber participado en la revolución o en la guerra cristera, porque cuando se dieron estas batallas el tío ni siquiera había nacido. Juan decía que, tal vez, había sido en la guerra de Vietnam, porque hubo un lapso, dos o tres años, que el tío desapareció de casa y corrió el rumor de que había ido al otro lado. ¿Se había dado de alta en el ejército norteamericano? ¿Había combatido defendiendo la bandera de Estados Unidos?
¡Mentira!, gritaba Pablo, y, para dar sustento a su dicho, comentaba que el tío era incapaz de decir alguna palabra en inglés. Pablo decía que el compadre Hermisendo le había dicho que el tío Abundio nunca fue a Estados Unidos, quiso hacerlo, pero cuando vio la dificultad de lograrlo, decidió volver. Pero, a mitad de camino, lo pensó mejor. Recordó que en Veracruz vivía Rosa, una novia que le había jurado amor eterno. Tomó un camión y fue a Veracruz y se dedicó a buscar a aquella antigua novia, hasta que la halló. Ella, casualidad de la vida, recién se había separado de un esposo desobligado y pendenciero y dio entrada a su casa y a su cama al tío Abundio. Rosa era dueña de una palapa donde ofrecía cocteles de camarón y de pulpo. El viejo Abundio, según el decir de Hermisendo, comenzó a ayudar con gran atingencia en la atención de los clientes, pero, al mes, le brincó su natural y olvidó sus buenos propósitos, se recostaba todas las mañanas en una hamaca y leía la prensa y, en la tarde, a la hora que los empleados lavaban el piso y los platos, él tomaba su sombrero y se dirigía al centro de la ciudad para jugar billar. Pablo decía que Rosa se fastidió de mantener al viejo y una tarde en que estaba anunciado un huracán, ella, a la vez de colocar protecciones a los ventanales, colocó a media calle la maleta del viejo y le dijo que se apurara a largarse porque el temporal estaba a punto de llegar y le dio un boleto que lo envió de vuelta al pueblo donde la tía abuela Abundia lo recibió con la misma emoción con que fue recibido el hijo pródigo. Fue tal el gusto de la abuela que, al día siguiente, le organizó una comida a la que invitó a todos los familiares. En esa comida, a la hora que ya el sol declinaba y las botellas de licor habían quedado vacías, el tío se paró, se apoyó con ambas manos sobre la mesa y agradeció el magno recibimiento, recibimiento que sólo se destinaba, dijo, a los veteranos que, como él, habían dado prestigio al pueblo que los vio nacer. Ahí fue donde nació el mito de su intervención en la guerra. En la mañana del otro día llegó a la cocina y le dio un plato de aluminio a su esposa. Le dijo que en el comedor del ejército ahí le servían su desayuno y lo había conservado como un recuerdo de esa época en que el valor había sido un callejón de la patria. La tía tomó el plato, lo lavó y, con una piedra pómez, borró el logotipo que tenía en la base y que decía: “Palapa Rosa. Tradición veracruzana desde 1956”.
Juan siempre dijo que al viejo le iba bien lo de veterano, se había pasado toda su vida botado en hamacas y jugando billar.