sábado, 28 de septiembre de 2024

CARTA A MARIANA, CON CUENTITO CASI SIMPÁTICO

Querida Mariana: si me permitís te contaré un cuentito que me contó Alondra, ella me dijo que esta historia se la contó su abuelita Enriqueta. El cuento va más o menos así: Todo mundo decía que en la vieja casa de Don Roque ¡espantaban! Manuel repetía lo que su papá le había enseñado: “hay que temer a los humanos, no a los espíritus”, así que cuando juntó la cantidad que el hijo de Don Roque pedía por la casa, le dijo que quería comprarla. Todo mundo se burló de su decisión, ¿cómo se le ocurría al bobo de Manuel comprar una casa embrujada? Manuel repetía lo que su papá le había enseñado. Cuando Manuel llegó con los trabajadores para comenzar el cambio del techo, ya con vigas podridas, uno de los trabajadores señaló hacia la esquina de la sala y, con voz de flauta desafinada, dijo que algo se había movido en un sillón que estaba vacío. Manuel pensó que la leyenda había sobrepasado la realidad y hacía ver de más a la gente, repitió lo que su papá decía: hay que temer a los humanos, no a los espíritus, pero el empleado tomó su maletín con herramientas y dijo que no trabajaría en esa casa. Sus compañeros quedaron en silencio, Manuel dio indicaciones para que tiraran un muro divisorio, para ampliar la sala y se retiró. Al otro día, muy temprano, se presentó para ver los avances del trabajo y no halló a ningún albañil, sacó su celular y marcó el número del maestro albañil, éste se disculpó, dijo que pasaría más tarde para entregarle el anticipo, no trabajarían ahí, la casa estaba embrujada. Manuel escuchó que el fantasma, así lo dijo el maestro albañil, se había parado sobre el sofá mientras ellos comenzaban a armar un andamio, brincó en muchas ocasiones, como si fuera un niño travieso o un viejo encabronado. ¿Pero cómo lo supieron?, preguntó Manuel. Ah, porque se miraba cómo la base del sofá se hundía una y otra vez con los pies del viejo. Sí, sin duda que era un viejo, no era un niño, era un viejo bien potente, porque los huecos de sus pies se hundían casi hasta el fondo. No, Don Manuel, perdón, ahí no volvemos ni por un millón de dólares. Te lo dije, comentó Ramón, amigo de Manuel, no debiste comprar esa casa embrujada, tal vez te convenga llamar a los cazafantasmas para hacer un conjuro que corra a los espíritus. Los cazafantasmas era el nombre que Ramón les designaba a los curas del templo. Ellos, con velas, crucifijos y agua bendita podían expulsar a esos espíritus errantes. Manuel, por primera vez, no repitió lo que su papá decía, porque si bien había que temer a los humanos, parecía que también había que ser temerosos de ciertas presencias espirituales. ¿Quién era el viejo fantasma que andaba espantando? Ramón le dijo que, sin duda, era el espíritu del viejo Don Roque, no estaba tranquilo. Pero ¿cómo?, si el viejo había fallecido hacía muchos años. Ah, qué bobo sos, dijo Ramón, ¿no mirás que el tiempo de los fantasmas es otro? Lo que para nosotros son años, en el otro plano es un ratito, el espíritu de Don Roque seguirá vagando hasta que los cazafantasmas den sosiego a su alma, algo tiene pendiente en este plano terrenal, los curas son fregones para curar almas de espíritus alterados. Ah, la casa de Don Roque, sí, dijo el cura Alfonso, cuando Manuel fue a verlo al templo, algo de eso se ha oído desde siempre. Don Roque era un viejo que pocas veces venía al templo, pero cuando venía soltaba un billete generoso a la hora de la limosna, parecía un buen hombre. Para que haga el exorcismo debo saber el motivo de su muerte, tal vez Doña Lucinda pueda decirte qué pena le está ahogando al difunto. ¿Que quién es Doña Lucinda? La que vende estambres en el mercado, ella fue su querida por un tiempo, mucho antes que falleciera, tal vez ella pueda decirte algo. Manuel tocó en la casa de Doña Lucinda, salió una viejecita que al oír el nombre de Don Roque cerró la puerta sin escuchar más. Manuel pensó que sería difícil conocer la historia, pero, como en el pueblo todo se sabe, una vecina de Doña Lucinda, llamó a Manuel moviendo los dedos de su mano derecha. Oí que usted investiga acerca de Don Roque, vaya con el sastre, él fue amigo del difunto. Ya está viejo, pero está lúcido. Así, Manuel siguió las indicaciones y llegó hasta la sastrería, ahí se topó con un anciano calvo sentado en una poltrona, escuchaba un programa de radio a todo volumen. El asistente le bajó volumen al radio y le dijo al sastre que había un señor que quería hablarle. El sastre dijo: No estoy, no estoy para nadie. Manuel regresó frustrado al templo, le dijo al sacerdote que no había conseguido algún dato, nada, nadie sabe qué pasó. ¿No puede usted, padre, echar agua bendita y rezar un padre nuestro para que el espíritu descanse? No, no es tan sencillo, dijo el cura. Ve con Dios, hijo mío, Él, sin duda, te enviará una señal, y en el aire hizo la señal de la cruz. “Para eso me gustaba”, dijo Manuel y pensó que la cruz debía ir a hacerla a la casa de Don Roque, la que ya era su casa. Se sentó en una banca del parque, iba a cruzar la pierna cuando una mujer con falda larga y arracadas colgando en sus orejas le tomó una mano y le dijo: “Veo que tenés un espíritu cruzado, si me das un billete de veinte pesos te digo cómo limpiarte”, Manuel se sorprendió con lo que la mujer le dijo, sacó un billete de su cartera, lo entregó, la mujer se guardó el billete en medio de sus tetas y dijo: “el que te ayudará es el viejo Armando, el brujo, si me das un billete de cincuenta te llevo con él”. Manuel no dudó, volvió a sacar un billete de la cartera y lo entregó a la mujer, quien señaló con la mano izquierda: “en la casa amarilla, ahí lo encontrarás”, y como si fuera una mujer japonesa hizo una reverencia, dio dos pasos hacia atrás y luego emprendió la carrera. Manuel se levantó y fue a tocar en la puerta de la casa amarilla, un viejo asomó y al preguntar qué quería, ante la explicación de Manuel, el viejo dijo: “ay, muchacho, caíste, la vieja mulata manda a todo mundo a mi casa para que les resuelva sus problemas, ¿qué te dijo?” y Manuel contó y el viejo soltó la carcajada, “vieja cabrona, siempre me cambia de nombre, pero ahora ya me volvió brujo”. Manuel supo que su papá tenía razón: “hay que temerle a las humanas, no a los espíritus", así que fue con el cura y le preguntó cuánto quería para ir a hacer el conjuro, el padre colocó sus manos sobre su vientre, bajó la vista y con voz de espíritu, pero de Espíritu Santo, dijo: “lo que sea su voluntad, hijo”, Manuel le ofreció una cantidad generosa, el padre volvió a colocar sus manos en el vientre y dijo: “¿Y si doblás tu voluntad?”. A Manuel no le quedó más que aceptar, acordaron que al día siguiente irían a la casa para hacer el exorcismo, el cura llegó a la hora fijada y antes de entrar a la casa y preparar los chunches para hacer el conjuro mostró la palma de la mano y moviendo los dedos hacia sí pidió el dinerito, Manuel le entregó un fajo de billetes y, tal como le indicó el sacerdote, esperó afuera hasta que el cura, con sudor en su frente, salió y dijo: “limpia, tu casa está limpia, el espíritu de Don Roque ya descansará por toda la eternidad”. Se despidieron. En el parque (esto ya no lo vio Manuel) el primer albañil esperaba al cura, quien le entregó la parte de lo acordado. Posdata: ah, cuánta razón tenía el papá de Manuel, hay que temerle a los humanos, no a los espíritus, aunque, querida Mariana, vos sabés que en Comitán, como en los demás pueblos del mundo, circulan historias de aparecidos, de espíritus, de fantasmas chocarreros; se dice que hay casas embrujadas. Mi casa de infancia era una casa vieja, ya te conté que una noche, mientras jugábamos un juego de canicas en la sala entró Sara, la sirvienta, con la cara transformada, se aventó al suelo y dijo que el árbol de aguacate, que estaba en el sitio, se estaba moviendo como si pasara un huracán, su cara estaba transfigurada, sin sangre, blanca. Muchos años después, el pueblo contó que en esa casa habían desenterrado un tesoro; es decir, estuve muy cerca del misterio. Cuentan algunas leyendas que donde espantan hay dinero enterrado. A mí nunca me asustaron los espíritus, casi como si reafirmara el dicho del papá de Manuel, a mí me asustan más los humanos. ¿Y qué pasó con la casa de Manuel?, le pregunté a Alondra. Ahí está, me dijo, ahí está. ¡Tzatz Comitán!