viernes, 19 de diciembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON GRANDES PERSONAJES

Querida Mariana: acá están Doña Lily y la Madre Sara (Dolores de La Barreda Guevara). En todos los colegios del mundo hay personas que se vuelven parte del espíritu de las instituciones. Doña Lily, quien gracias a Dios sigue viva; y la Madre Sara, quien falleció hace años, son dos personas queridas y reconocidas por la comunidad del Colegio Mariano N. Ruiz. Doña Lily fue la contralora, durante muchos años, y la Madre Sara fue maestra de primaria. Hallé la fotografía en una carpeta recuperada. La encontré en diciembre de 2025, cuando todas las escuelas del país estaban a punto de iniciar un periodo vacacional para regresar a clases en enero de 2026. Recordé que la Madre Sara era tan obsesiva con su apostolado que abandonaba el aula contra su voluntad. No le gustaban los días de asueto, por ella hubiese dado clases sábados y domingos. Sé que en la actualidad hay maestras y maestros comprometidos, que realizan una loable labor a favor de la educación de las criaturas, pero jamás he hallado alguien como la Madre Sara. No recuerdo el horario de entrada en la sección de primaria del colegio, pero ella (en el sexto grado) comenzaba a laborar una hora antes que los demás grupos. Se trataba de ganarle tiempo al tiempo, de aprovecharlo al máximo. No sé cómo recibía tal protocolo el grueso de sus alumnos, que debían levantarse más temprano de lunes a viernes. Recordé que en esta temporada sí aprovechaba el periodo vacacional, llegaba a mi oficina, se despedía y me recordaba que iría a Puebla a ver a su hermano Pepito. Entiendo que Pepito era mayor que ella, pero lo mencionaba como si fuese su hermanito. Ella era muy cariñosa con medio mundo. Basta verle su carita en esta fotografía para advertir su bonhomía. Ella era parte de la comunidad de religiosas del Niñito Fundador, así que de su hogar a su sitio de trabajo no tenía más que caminar algunos pasos porque le quedaba enfrente el edificio del colegio. Acá están en el patio central, donde todavía está la primaria del Colegio Mariano N. Ruiz. Tal vez la fotografía es de los años ochenta. En ese tiempo no sólo preescolar y primaria recibían clases en este edificio, también los chicos y chicas de secundaria asistían. Los salones de secundaria estaban en la parte posterior. La fotografía que te anexo corresponde a una mañana donde los estudiantes de secundaria tuvieron un desayuno con motivo de fin de cursos. Los muchachos y muchachas de tercero de secundaria se despedían de su colegio y los directivos les ofrecían un desayuno con fruta, tamales, pastelitos de manjar y chocolate. Muchos le decían Madrecita Sara, de cariño, reconociendo en ella a una maestra con vocación indeclinable. La leyenda cuenta que, como tenía problema de audición, cuando la bulla en el salón era mucha, ella le bajaba el volumen a su aparato y “salía del aire”; la misma leyenda cuenta que unos chicos se extrañaban cuando, como parte del aprendizaje, ella enseñaba a hombres y mujeres a bordar y a pegar botones. Nadie olvida el trazo elegante que tenía a la hora de escribir, en ese tiempo, ella, generosa, impartía clases de caligrafía (ahora sí que debe haber muy pocos maestros en activo que lo hagan, sobre todo porque el magisterio de este tiempo ya no aprendió a escribir con letra manuscrita. La Madre Sara poseía un conocimiento especial de letras góticas, tal vez algunos de sus alumnos lograron adquirir la destreza). La paga (escasa) que recibía en el colegio la pasaba íntegra a la agrupación de hermanas religiosas. En periodo vacacional sí empleaba su salario para el viaje a Puebla. Cuando ella se enteró que yo iría a estudiar a la UNACH, en Tuxtla Gutiérrez, me llamó a su cuarto y me dio unos billetes enrolladitos, dijo que era para que me comprara un par de zapatos, porque en tiempo de lluvia era necesario tener otro par. Posdata: tuve el privilegio de ser compañero de trabajo de esta maestra singular, bellísima. Ya te conté que cuando los maestros y maestras nos reuníamos en una comida, ella, a la hora de despedirse, en forma discreta, tomaba la botella de licor (por lo regular estaba a medio consumir) y la guardaba en el interior de su hábito; yo le decía que no lo hiciera, que eso obligaba a que pidiéramos otra botella, pero ella nunca me hizo caso. Nosotros nos reíamos y pedíamos otra botella. Ahora que lo escribo sólo consigno ese acto amoroso, ella nos retiraba del vicio, si nosotros deseábamos seguir en el camino de la perdición era nuestra decisión. Ah, cómo hace falta en la vida esas manos que hacen a un lado lo que no es sano para el cuerpo, para el alma. Que Dios tenga a su diestra a la Madrecita Sara; que Dios dé muchos años de vida plena a Doña Lily. Hoy son otros maestros y maestras quienes continúan con la tradición de excelencia en el Colegio Mariano N. Ruiz que ya celebra setenta y seis años de su fundación. ¡Tzatz Comitán!