jueves, 11 de diciembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON TORTAS AHOGADAS Y GUAJOLOTAS
Querida Mariana: ¿en qué pensás cuando escuchás la palabra masa? Yo pienso en una muchedumbre, la masa humana que pierde su identidad; y en la mezcla con que preparan los tamales. ¡Tamales! ¡Dios mío! El gran Paquito Mayorga escribió hace años el libro “Guía y recetario del tamal chiapaneco”, en la portada de su libro está la fotografía de un racimo de tamales, seis o siete. Siempre he pensado que sería imposible hacer una fotografía con todos los tamales chiapanecos que ahí menciona. Los tamales chiapanecos tienen mil formas y mil sabores. Me gusta pensar que las masas humanas comen los productos con masas; es decir, los tamales.
Digo esto, porque ahora que el equipo de Arenilla fue a la FIL varios amigos y amigas, en Comitán, nos recomendaron las tortas ahogadas, en Guadalajara. No todo mundo opinó igual, hubo personas que nos dijeron que se habían ahogado con las tortas ahogadas, lo dijeron como conclusión de que no eran muy buenas y que si no las probábamos ¡pasaba nada! Otros, cuando se enteraron que iríamos a la gran Ciudad de México, recomendaron que probáramos “las guajolotas”, esas tortas que llevan como ingrediente principal y único (¡pucha!) a un tamal; otros amigos nos dijeron que era una bobera comer masa con masa. ¿A quién se le había ocurrido tal bobera disfrazada de genialidad?
Pues un día se cumplió la cita y fuimos a Guadalajara, para ser partícipes de la gran fiesta del libro: la Feria Internacional del Libro 2025; y luego nos dimos una vueltita por la CDMX. En cuanto estuvimos en ambas ciudades aparecieron las dos sugerencias (bueno, cuatro, en realidad, que se sintetizaron en ¡comer o no comer!, que es un poco como decir la frase exquisita: ser o no ser).
Dora Patricia Espinosa y yo nos inclinamos por ignorar las tortas ahogadas y probar las famosas guajolotas. Una mañana salimos del hotel (el City Express, de La Alameda), caminamos hacia la estación del Metro Hidalgo y nos paramos frente a un puesto esquinero con ollas humeantes. ¡Verdes, dijimos, verdes!, y la chica, con un mandil blanco, tomó un pan, lo cortó a la mitad, longitudinalmente, y con una pinza sacó el tamal de la olla y lo colocó en medio de la torta. Eso fue todo. Claro, el proceso, la alquimia (diría la escritora Laura Esquivel), se da en las cocinas, donde preparan el pan, donde preparan los tamales rojos, verdes y de rajas (¿mirás cómo estuvo a punto de ser la síntesis de nuestros colores patrios? Rojos, verdes y… Uf, al blanco tocaron las rajas. ¿Simboliza algo eso?). Cada uno con su tamal (uf, sonó a albur) bajamos y trepamos a un vagón del Metro, nos sentamos y fuimos directamente a la estación Universidad (la estación que lleva a Ciudad Universitaria, de la UNAM). Un día antes, Paty me había dicho: “profe, vayamos a CU, grabemos videítos en el Jardín Rosario Castellanos y hagamos una serie con sus comentarios del tiempo donde estuvo como estudiante”. Así lo hicimos, entramos a los laberintos de la Facultad de Filosofía y Letras (en un andador hallamos a chicos con puestos colocados en el piso, vendiendo libros, pulseras y churros para motear, cincuenta pesos por carrujo); luego fuimos a la Facultad de Ingeniería, Biblioteca Central Universitaria y en las islas (que conforman la gran explanada central) nos sentamos en un registro y comimos las Guajolotas (como clásico comiteco, recordé a las hermanas Zepeda). Sí, no podíamos perder el disfrute de esa masa envuelta en masa. Pedimos “verdes” y nos supieron a gloria y esquinas circunvecinas. Ah, no pude evitar mi emoción, lloré (lloro por todo, lo sabés), mientras comía mi torta con tamal, increíble combinación. Digo que llamó mi atención que el proceso de prepararla en el puesto fue tan sencillo, casi simple: partir el pan por la mitad, meter el tamal y ¡órale, chúpale pichón! La sazón la otorga la masa del pan con el preparado de la salsa verde del tamal. Paty dijo que le gustó, sobre todo, la parte central, ya luego, al término, en la orilla, masa con masa se le hizo desabrido, pero donde estuvo concentrado el sabor del tamal lo disfrutó. La historia jamás consignará que cincuenta años después (entré a estudiar en 1975) regresé a mi hermosa universidad (donde no logré el título de ingeniero en electrónica, pero obtuve mi Máster en Lectura, porque todos los días, en lugar de entrar al aula para ver circuitos y chunches similares entraba a la Biblioteca Central Universitaria a devorar (como lo hice con La Guajolota) cientos de libros de cuentos, de ensayos, de poesía y novelas.
Posdata: fue una gran experiencia, me bañé en el balde del agua de la nostalgia, de la emoción. A mitad de la gran plaza agradecí el momento, la bendición del instante, así como la oportunidad que me dieron mi mamá y mi papá, así como la universidad pública, de hacer mi Máster en Lectura. Lástima que la UNAM nunca reconoció mi esfuerzo con un documento. No me queda más que el recuerdo, por eso gocé los videos que Paty grabó, como constancia de mi paso por ese maravilloso espacio.
¡Tzatz Comitán!
