Arenilla
Contacto: alejandromolinaritorres@gmail.com
sábado, 13 de diciembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON EL PALACIO DE BELLAS ARTES
Querida Mariana: aparte de la Biblioteca Central Universitaria, de la UNAM, otro edificio que siempre me ha seducido es el llamado Palacio de Bellas Artes, que está en la CDMX, frente a la Librería Ghandi (esas son mis referencias afectuosas).
Bellas Artes es un edificio prodigioso, fue construido en tiempo de Porfirio Díaz, su diseñador fue Adamo Boari. Todo México lo conoce, igual que yo lo conocía, por fuera. No soy exacto en lo que cuento; en realidad, cuando viví en la gran ciudad, en el lapso de 1974 a 1979, entré en algunas ocasiones, pero sólo en el vestíbulo, en los pasillos interiores de la planta alta, para disfrutar sus murales (ah, el de Rufino Tamayo me seduce) y pará de contar (bueno, con decir que ni siquiera conocí los sanitarios y sigo sin conocerlos).
Como sabés, en diciembre de 2025 el equipo de Arenilla fue a la FIL de Guadalajara a presentar el número 49 de nuestra revista impresa y luego dimos un vueltón por la CDMX. El hotel donde nos hospedamos fue el City Express Alameda, que está muy cerca de Bellas Artes, así que Dora Patricia Espinosa y yo fuimos al palacio, a comprar boletos para ver la exposición pictórica de Lilia Carrillo, la primera esposa de Ricardo Guerra, el pichito de Rosario Castellanos; y luego (cosa no creída) para ir a la ópera “La leyenda de Rudel”, de Ricardo Castro (homónimo del comiteco fotógrafo de aves y pariente de Irma Serrano). Así que, por primera vez, estuve en una sala de exposiciones y luego, ¡oh, prodigio de Euterpe, en la sala! Como nada es perfecto en la vida, esa noche de ópera no se alcanzó a ver el telón de cristal, será para otra ocasión. Disfrutamos del espectáculo. Paty atestiguó el principio fundamental de arquitectura en estos recintos: la isóptica, porque tuvimos perfecta visibilidad del acto cultural. La historia cuenta que un poeta del siglo XII tiene una pareja cercana, pero se enamora (¡ay, Señor!) de una chica que es la condesa de Trípoli, así que emprende un viaje en barco para llegar hasta su orilla (la escena de los tripulantes del barco moviendo los remos es impresionante, muy bien hecha, acompañada con el coro monumental de todos los actores y actrices. Imaginá el movimiento armónico de los remos y los cantos). El viaje es intenso, escabroso. Al final, el poeta llega hasta los dominios de la condesa, pero mermado en su salud, desembarca, pero ya exánime, fallece en brazos de su amada platónica. La historia está un poco coja, digo yo, porque la muerte del poeta no me conmovió y vos sabés que lloro por cualquier cosa (lloré en la puesta de escena del Rey León, por ejemplo). A la hora del aplauso final, la audiencia fue generosa, porque no podíamos regatear la calidad de lo presentado por la orquesta y coro de Bellas Artes, así como de la actuación soberbia de los actores principales, el tenor y la soprano. ¡Excelente! Ah, fue una deliciosa puesta en escena, me permitió conocer esa maravillosa sala (cuando viajábamos en el Uber rumbo al aeropuerto para volver a Chiapas, me impactó el dato que dio el conductor: la Ciudad de México tiene 11 y medio millones de habitantes, pero todo el cinturón que la rodea aporta (pucha) más de ocho millones de personas, lo que hace que la gran ciudad tenga una población de casi veinte millones de habitantes. ¿Mirás lo que digo? ¿Oís lo que digo? ¡Veinte millones de habitantes! Esta ciudad es un monstruo, un monstruo violento, desordenado, pero hermoso, genial; monstruo que permite ver una serie de actos culturales maravillosos, porque la exposición de la obra pictórica de Lilia Carrillo también fue un impacto visual sorprendente.
No sólo estuvimos ante la obra pictórica de Lilia Carrillo, también nos dimos una escapada para ir a la Fundación Cultural Banamex, que está en el andador Madero y gozamos la exposición de la fotógrafa Graciela Iturbide, que fue honrada con el Premio Princesa de Asturias de Las Artes 2025, en España. Lo dicho, la gran ciudad es una ventana llena de prodigios, uno mete la cabeza en cada rincón y encuentra sorpresas magistrales.
La foto que anexo la tomé en uno de los salones de la planta alta del restaurante Sanborns. Mientras esperábamos que nos sirvieran los filetes de pescado a la plancha, me paré a curiosear en los muros y hallé esta fotografía donde aparece el Palacio de Bellas Artes. No sé de qué año es, pero imagino que por los cincuenta del siglo pasado debió verse así. Ahora, en la periferia había una barda de metal que coloca el gobierno para evitar pintas en el edificio. Las pintas las hacen los manifestantes en las vallas metálicas. Varios de esos paneles tenían pintas alusivas al genocidio de Palestina, pidiendo, exigiendo, la paz.
La Casa de los Azulejos también es otro edificio famoso. Al subir por la escalera para llegar a la segunda planta, en el acceso para los sanitarios, lo sabés, hay un imponente mural pintado por José Clemente Orozco que, en su parte inferior, dice: “Pintado por José Clemente Orozco, por orden de su gran admirador Francisco Sergio Iturbe”. Ah, genial. Don Pancho Sergio fue gran admirador de Orozco, tenía mucha paga y le pidió que pintara ese mural. Acá hay una maravillosa historia de mecenazgo, donde el dinero sirve para el fomento del arte. Don Pancho supo que su pase a la inmortalidad estaba en este acto, porque medio mundo encuentra su nombre en el mural del gran pintor mexicano. Otra grata sorpresa fue que Orozco pintó el mural en 1925. ¿Mirás? En este ya desfalleciente año cumplió su centenario, igual que nuestra pichita amada: Rosario Castellanos.
Los expertos en autos sabrían decir de qué año es la foto, viendo los automóviles que ahí circulan. En ese año aún estaba abierta una calle frente a Bellas Artes. Ahora esa calle ya no existe, hay una hermosa explanada que permite caminar con tranquilidad.
Posdata: por esa explanada caminamos Paty y yo para ir a la expo de Lilia Carrillo (vimos el retrato que la pintora hizo a Ricardo Guerra, en 1951, con eso comprobamos que Lilia y Ricardo en ese año ya estaban de manitas calientes, mientras Rosario todavía le enviaba cartas amorosas a su pichito adorado) y para asistir a la ópera (te cuento, pero no lo vayás a bulbuluquear, la función fue de ocho a diez de la noche. A las diez de la noche, tu amigo caminaba por la Alameda, de la Ciudad de México, yo, que siempre me duermo a las ocho. Uf. El mito cayó. Pero seguí la sugerencia de mi querido amigo Israel: no todos los días son domingo. Estos días de viaje fueron la feliz excepción).
¡Tzatz Comitán!
Querida Mariana: aparte de la Biblioteca Central Universitaria, de la UNAM, otro edificio que siempre me ha seducido es el llamado Palacio de Bellas Artes, que está en la CDMX, frente a la Librería Ghandi (esas son mis referencias afectuosas).
Bellas Artes es un edificio prodigioso, fue construido en tiempo de Porfirio Díaz, su diseñador fue Adamo Boari. Todo México lo conoce, igual que yo lo conocía, por fuera. No soy exacto en lo que cuento; en realidad, cuando viví en la gran ciudad, en el lapso de 1974 a 1979, entré en algunas ocasiones, pero sólo en el vestíbulo, en los pasillos interiores de la planta alta, para disfrutar sus murales (ah, el de Rufino Tamayo me seduce) y pará de contar (bueno, con decir que ni siquiera conocí los sanitarios y sigo sin conocerlos).
Como sabés, en diciembre de 2025 el equipo de Arenilla fue a la FIL de Guadalajara a presentar el número 49 de nuestra revista impresa y luego dimos un vueltón por la CDMX. El hotel donde nos hospedamos fue el City Express Alameda, que está muy cerca de Bellas Artes, así que Dora Patricia Espinosa y yo fuimos al palacio, a comprar boletos para ver la exposición pictórica de Lilia Carrillo, la primera esposa de Ricardo Guerra, el pichito de Rosario Castellanos; y luego (cosa no creída) para ir a la ópera “La leyenda de Rudel”, de Ricardo Castro (homónimo del comiteco fotógrafo de aves y pariente de Irma Serrano). Así que, por primera vez, estuve en una sala de exposiciones y luego, ¡oh, prodigio de Euterpe, en la sala! Como nada es perfecto en la vida, esa noche de ópera no se alcanzó a ver el telón de cristal, será para otra ocasión. Disfrutamos del espectáculo. Paty atestiguó el principio fundamental de arquitectura en estos recintos: la isóptica, porque tuvimos perfecta visibilidad del acto cultural. La historia cuenta que un poeta del siglo XII tiene una pareja cercana, pero se enamora (¡ay, Señor!) de una chica que es la condesa de Trípoli, así que emprende un viaje en barco para llegar hasta su orilla (la escena de los tripulantes del barco moviendo los remos es impresionante, muy bien hecha, acompañada con el coro monumental de todos los actores y actrices. Imaginá el movimiento armónico de los remos y los cantos). El viaje es intenso, escabroso. Al final, el poeta llega hasta los dominios de la condesa, pero mermado en su salud, desembarca, pero ya exánime, fallece en brazos de su amada platónica. La historia está un poco coja, digo yo, porque la muerte del poeta no me conmovió y vos sabés que lloro por cualquier cosa (lloré en la puesta de escena del Rey León, por ejemplo). A la hora del aplauso final, la audiencia fue generosa, porque no podíamos regatear la calidad de lo presentado por la orquesta y coro de Bellas Artes, así como de la actuación soberbia de los actores principales, el tenor y la soprano. ¡Excelente! Ah, fue una deliciosa puesta en escena, me permitió conocer esa maravillosa sala (cuando viajábamos en el Uber rumbo al aeropuerto para volver a Chiapas, me impactó el dato que dio el conductor: la Ciudad de México tiene 11 y medio millones de habitantes, pero todo el cinturón que la rodea aporta (pucha) más de ocho millones de personas, lo que hace que la gran ciudad tenga una población de casi veinte millones de habitantes. ¿Mirás lo que digo? ¿Oís lo que digo? ¡Veinte millones de habitantes! Esta ciudad es un monstruo, un monstruo violento, desordenado, pero hermoso, genial; monstruo que permite ver una serie de actos culturales maravillosos, porque la exposición de la obra pictórica de Lilia Carrillo también fue un impacto visual sorprendente.
No sólo estuvimos ante la obra pictórica de Lilia Carrillo, también nos dimos una escapada para ir a la Fundación Cultural Banamex, que está en el andador Madero y gozamos la exposición de la fotógrafa Graciela Iturbide, que fue honrada con el Premio Princesa de Asturias de Las Artes 2025, en España. Lo dicho, la gran ciudad es una ventana llena de prodigios, uno mete la cabeza en cada rincón y encuentra sorpresas magistrales.
La foto que anexo la tomé en uno de los salones de la planta alta del restaurante Sanborns. Mientras esperábamos que nos sirvieran los filetes de pescado a la plancha, me paré a curiosear en los muros y hallé esta fotografía donde aparece el Palacio de Bellas Artes. No sé de qué año es, pero imagino que por los cincuenta del siglo pasado debió verse así. Ahora, en la periferia había una barda de metal que coloca el gobierno para evitar pintas en el edificio. Las pintas las hacen los manifestantes en las vallas metálicas. Varios de esos paneles tenían pintas alusivas al genocidio de Palestina, pidiendo, exigiendo, la paz.
La Casa de los Azulejos también es otro edificio famoso. Al subir por la escalera para llegar a la segunda planta, en el acceso para los sanitarios, lo sabés, hay un imponente mural pintado por José Clemente Orozco que, en su parte inferior, dice: “Pintado por José Clemente Orozco, por orden de su gran admirador Francisco Sergio Iturbe”. Ah, genial. Don Pancho Sergio fue gran admirador de Orozco, tenía mucha paga y le pidió que pintara ese mural. Acá hay una maravillosa historia de mecenazgo, donde el dinero sirve para el fomento del arte. Don Pancho supo que su pase a la inmortalidad estaba en este acto, porque medio mundo encuentra su nombre en el mural del gran pintor mexicano. Otra grata sorpresa fue que Orozco pintó el mural en 1925. ¿Mirás? En este ya desfalleciente año cumplió su centenario, igual que nuestra pichita amada: Rosario Castellanos.
Los expertos en autos sabrían decir de qué año es la foto, viendo los automóviles que ahí circulan. En ese año aún estaba abierta una calle frente a Bellas Artes. Ahora esa calle ya no existe, hay una hermosa explanada que permite caminar con tranquilidad.
Posdata: por esa explanada caminamos Paty y yo para ir a la expo de Lilia Carrillo (vimos el retrato que la pintora hizo a Ricardo Guerra, en 1951, con eso comprobamos que Lilia y Ricardo en ese año ya estaban de manitas calientes, mientras Rosario todavía le enviaba cartas amorosas a su pichito adorado) y para asistir a la ópera (te cuento, pero no lo vayás a bulbuluquear, la función fue de ocho a diez de la noche. A las diez de la noche, tu amigo caminaba por la Alameda, de la Ciudad de México, yo, que siempre me duermo a las ocho. Uf. El mito cayó. Pero seguí la sugerencia de mi querido amigo Israel: no todos los días son domingo. Estos días de viaje fueron la feliz excepción).
¡Tzatz Comitán!
viernes, 12 de diciembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON FOTO DE PRIVILEGIO
Querida Mariana: acá estoy con el querido y admirado Roberto Gómez Bolaños, comediante de la televisión mexicana.
Quienes ya han estado en el AIFA, el aeropuerto que mandó a construir el ex presidente Andrés Manuel, ya identificaron que estoy en uno de los sanitarios temáticos. Tenía urgencia de orinar, entré al sanitario y ahí me topé con el personaje de El Chavo del Ocho. Perdón, me da pena contarte mis intimidades, pero cuando estuve frente al mingitorio, pensé en que un viejo (yo no, gracias a Dios) cuando ve que cae una gotita al piso puede decir, sin avergonzarse: “Se me chispoteó”.
En el aeropuerto existe un mural en el vestíbulo del sanitario que tiene a varios personajes de Roberto: el doctor Chapatín, el Chómpiras, el Chapulín Colorado y Chaparrón Bonaparte.
La gran Ciudad de México necesitaba, con u de urgente, un nuevo aeropuerto, porque el Benito Juárez, ya está resultando insuficiente para tanta demanda. Así que el anterior presidente, Peña Nieto, formuló un proyecto de construcción en la zona de Texcoco, pero López Obrador asumió la primera magistratura y dijo: ¡naranjas de Chicomuselo, ese aeropuerto no se hará! El lamento fue: ¡Oh, ahora quién podrá defendernos! El Peje dijo: no os preocupéis, el aeropuerto se hará, pero en terrenos de Santa Lucía, y ¡ahí está! Ahí está, lejos, pero funcional, cuando el servicio de transporte urbano esté al ciento por ciento y exista una buena movilidad, de ida como de vuelta, todo funcionará con excelencia y más gente entrará a los sanitarios y saludará al Santo, a Dolores del Río y demás personajes populares que tienen una vitrina de homenaje en este aeropuerto. Parecería que no es el mejor lugar para venerar a estos grandes de la cultura mexicana, pero ahí está garantizado que todo mundo los ve, aún con las prisas para llegar al mingitorio o la taza. Después de todo, en México se sabe que “la gente dice que tú y yo estamos locos”.
El tal Chespirito (forma de sugerir que el tal comediante era el Shakespeare mexicano, un exceso, pero así somos, o semos, los mexicanos), con su ingenio, logró crear personajes de ficción que se han convertido en personajes inolvidables para millones de personas en el mundo de habla hispana y de otros idiomas, donde sus programas fueron doblados (“ay, ya me dio cosa”).
El vuelo de Guadalajara a CDMX nos mandó a conocer este aeropuerto. Fue una grata experiencia. El AIFA, criticado por muchos, alabado por los demás, es un aeropuerto funcional, agradable, que cumple con todas las normas exigidas para los aeropuertos internacionales, sin amontonamientos, sin las carreras del “Benito Juárez”.
No sólo llegamos ahí a la Ciudad de México, también nos tocó ir al AIFA para regresar a Chiapas. Muy temprano salimos del City Express Alameda, trepamos a un Uber y nos enrumbamos al aeropuerto. Varios kilómetros nos esperaban, vimos una serie de globitos en el cielo, desfilando sincronizadamente (ah, el Cablebús, que con Paty tomamos del panteón Dolores a Los Pinos, una experiencia más) y el conductor del Uber nos mostró cómo, en un cerro de Ecatepec, donde desaparecían y nacían las esferas del Cablebús, hay la cara del Doctor Simi, silueta formada con las casas pintadas de tal forma que resulta un verdadero retrato de este famoso personaje. El conductor del Uber nos dijo que, desde un helicóptero, por ejemplo, se ve dicho rostro con precisión. De verdad que sí está bien hecho.
Llegamos al aeropuerto, hicimos el protocolo de pasar por los arcos, quitarse el suéter, dejar los objetos personales en una bandeja, ser atendidos por personal militar y en la sala de espera pensé que debía ir al sanitario para no pararme en medio vuelo, así que fui al sanitario y me tocó el temático del Chavo del Ocho.
Posdata: según el Internet hay más de treinta sanitarios temáticos que sintetizan la cultura popular mexicana. Pensé (en el mundo hay de todo) que algún usuario, como si estuviera en un museo ya recorrió todos para conocerlos. Como iba de “pis” y corre, sólo conocí el del Chavo, me sentí como si estuviera adentro del barril que usaba como hogar.
Me apuré, estábamos a punto de abordar el avión. El personal militar siempre es preciso, si llegaba tarde no hubiesen aceptado mi disculpa: “es que no me tienen paciencia”.
¡Tzatz Comitán!
jueves, 11 de diciembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON TORTAS AHOGADAS Y GUAJOLOTAS
Querida Mariana: ¿en qué pensás cuando escuchás la palabra masa? Yo pienso en una muchedumbre, la masa humana que pierde su identidad; y en la mezcla con que preparan los tamales. ¡Tamales! ¡Dios mío! El gran Paquito Mayorga escribió hace años el libro “Guía y recetario del tamal chiapaneco”, en la portada de su libro está la fotografía de un racimo de tamales, seis o siete. Siempre he pensado que sería imposible hacer una fotografía con todos los tamales chiapanecos que ahí menciona. Los tamales chiapanecos tienen mil formas y mil sabores. Me gusta pensar que las masas humanas comen los productos con masas; es decir, los tamales.
Digo esto, porque ahora que el equipo de Arenilla fue a la FIL varios amigos y amigas, en Comitán, nos recomendaron las tortas ahogadas, en Guadalajara. No todo mundo opinó igual, hubo personas que nos dijeron que se habían ahogado con las tortas ahogadas, lo dijeron como conclusión de que no eran muy buenas y que si no las probábamos ¡pasaba nada! Otros, cuando se enteraron que iríamos a la gran Ciudad de México, recomendaron que probáramos “las guajolotas”, esas tortas que llevan como ingrediente principal y único (¡pucha!) a un tamal; otros amigos nos dijeron que era una bobera comer masa con masa. ¿A quién se le había ocurrido tal bobera disfrazada de genialidad?
Pues un día se cumplió la cita y fuimos a Guadalajara, para ser partícipes de la gran fiesta del libro: la Feria Internacional del Libro 2025; y luego nos dimos una vueltita por la CDMX. En cuanto estuvimos en ambas ciudades aparecieron las dos sugerencias (bueno, cuatro, en realidad, que se sintetizaron en ¡comer o no comer!, que es un poco como decir la frase exquisita: ser o no ser).
Dora Patricia Espinosa y yo nos inclinamos por ignorar las tortas ahogadas y probar las famosas guajolotas. Una mañana salimos del hotel (el City Express, de La Alameda), caminamos hacia la estación del Metro Hidalgo y nos paramos frente a un puesto esquinero con ollas humeantes. ¡Verdes, dijimos, verdes!, y la chica, con un mandil blanco, tomó un pan, lo cortó a la mitad, longitudinalmente, y con una pinza sacó el tamal de la olla y lo colocó en medio de la torta. Eso fue todo. Claro, el proceso, la alquimia (diría la escritora Laura Esquivel), se da en las cocinas, donde preparan el pan, donde preparan los tamales rojos, verdes y de rajas (¿mirás cómo estuvo a punto de ser la síntesis de nuestros colores patrios? Rojos, verdes y… Uf, al blanco tocaron las rajas. ¿Simboliza algo eso?). Cada uno con su tamal (uf, sonó a albur) bajamos y trepamos a un vagón del Metro, nos sentamos y fuimos directamente a la estación Universidad (la estación que lleva a Ciudad Universitaria, de la UNAM). Un día antes, Paty me había dicho: “profe, vayamos a CU, grabemos videítos en el Jardín Rosario Castellanos y hagamos una serie con sus comentarios del tiempo donde estuvo como estudiante”. Así lo hicimos, entramos a los laberintos de la Facultad de Filosofía y Letras (en un andador hallamos a chicos con puestos colocados en el piso, vendiendo libros, pulseras y churros para motear, cincuenta pesos por carrujo); luego fuimos a la Facultad de Ingeniería, Biblioteca Central Universitaria y en las islas (que conforman la gran explanada central) nos sentamos en un registro y comimos las Guajolotas (como clásico comiteco, recordé a las hermanas Zepeda). Sí, no podíamos perder el disfrute de esa masa envuelta en masa. Pedimos “verdes” y nos supieron a gloria y esquinas circunvecinas. Ah, no pude evitar mi emoción, lloré (lloro por todo, lo sabés), mientras comía mi torta con tamal, increíble combinación. Digo que llamó mi atención que el proceso de prepararla en el puesto fue tan sencillo, casi simple: partir el pan por la mitad, meter el tamal y ¡órale, chúpale pichón! La sazón la otorga la masa del pan con el preparado de la salsa verde del tamal. Paty dijo que le gustó, sobre todo, la parte central, ya luego, al término, en la orilla, masa con masa se le hizo desabrido, pero donde estuvo concentrado el sabor del tamal lo disfrutó. La historia jamás consignará que cincuenta años después (entré a estudiar en 1975) regresé a mi hermosa universidad (donde no logré el título de ingeniero en electrónica, pero obtuve mi Máster en Lectura, porque todos los días, en lugar de entrar al aula para ver circuitos y chunches similares entraba a la Biblioteca Central Universitaria a devorar (como lo hice con La Guajolota) cientos de libros de cuentos, de ensayos, de poesía y novelas.
Posdata: fue una gran experiencia, me bañé en el balde del agua de la nostalgia, de la emoción. A mitad de la gran plaza agradecí el momento, la bendición del instante, así como la oportunidad que me dieron mi mamá y mi papá, así como la universidad pública, de hacer mi Máster en Lectura. Lástima que la UNAM nunca reconoció mi esfuerzo con un documento. No me queda más que el recuerdo, por eso gocé los videos que Paty grabó, como constancia de mi paso por ese maravilloso espacio.
¡Tzatz Comitán!
domingo, 7 de diciembre de 2025
Carta a Mariana, como agua para chocolate
ARENILLA
CARTA A MARIANA, COMO AGUA PARA CHOCOLATE
Querida Mariana: Dora Patricia y yo estamos en la Fil Guadalajara. Son las cuatro de la tarde con veintidós minutos, del 6 de diciembre 2025. Ya te conté que el departamento está a dos cuadras de la feria del libro. Fuimos a comer a las dos con cuarenta una ensalada (rica) con bollos. A las cuatro regresamos a la FIL y nos formamos en la fila para el acceso a la sala Enrique González Martínez, donde se presentará la nueva edición de la novela “Como agua para chocolate”, de Laura Esquivel.
Son las cuatro con veintiocho. Alguien del staff pide a quienes están sentados que se levanten, porque pronto (dice) comenzará el acceso. Ahora pasan dos chicas y nos ponen pulseras (a mí me tocó el número 239). Alguien dijo que la sala tiene un aforo de 400 personas.
En efecto, la fila ya avanza. Hay gente que llegó desde las tres de la tarde o un poco antes. Hay gente adulta, que leyó la novela en el año de su lanzamiento (1989) y muchos jóvenes que ya tienen la nueva edición. Ay, padre, la novela ha resistido más de treinta y cinco años. El texto de Laura tuvo buena recepción en los ochenta; luego tuvo más repercusión cuando se hizo la versión cinematográfica, cinta que dirigió su esposo Alfonso Arau (en ese momento, no sé si siguen juntos y no me meteré en ese chisme). ¿La película hizo que los jóvenes se acercaran a la novela? Vos decime, vos que sos experta en el séptimo arte.
Son las cuatro con treinta y nueve. Seguimos avanzando en la fila. Caminamos y damos vueltas.
Así como hubo críticos literarios que alabaron la novela, hubo otros que la calificaron con seis o siete, lo mismo ocurrió con la película.
Son las cuatro con cuarenta y uno. Estamos ya cerca de la puerta. Una mujer va adelante de nosotros, lleva un libro ya cansadito, manoseado, es la primera edición, la señora cuenta que compró la novela y la leyó cuando estaba en la secundaria. Se la pidieron en la escuela y ella eligió tal libro.
Ahora son las cuatro con cuarenta y cinco, ya estamos en la puerta. Nos sentamos en la novena fila, los del staff advierten: no dejen asientos vacíos, no se puede apartar lugares. La sala es muy amplia. Las sillas están acomodadas en dos grandes bloques, con pasillos laterales y uno en medio. Ahora, Paty se queja que la chica sentada adelante tiene una cabellera esponjada que le impide ver el escenario a plenitud, dice que los de staff deberían entregar una liga junto con el brazalete: por favor, recoja su cabello.
Ya son cuatro con cincuenta y dos. Estamos cómodamente sentados, pero debemos esperar una hora con ocho minutos, hora en que Laura aparecerá.
Quise quedarme sin caer en las garras del chisme. Imposible, ahora es tan sencillo guglear. Laura se separó de Arau, se casó con otro compa, de quien también se separó, parece que esas aguas no sirvieron para su chocolate.
Son las cuatro con cincuenta y seis. La chica que está al lado de Paty levanta el brazo y retrata la portada de su ejemplar, es una edición de bolsillo, bien bonita. Alguien de staff dice: pueden ir al baño, cuando regresen digan: soy VIP y muestran su brazalete. Tres mujeres de la fila de adelante no terminan de escuchar la sugerencia.
Laura sigue convocando a muchos lectores y lectoras. Sin tener la certeza, sólo a ojo de buen cubero, diré que en la sala hay más mujeres que varones.
Son las cinco con cinco. Leí la novela en los años noventa, cuando fui a Tuxtla, a estudiar lengua y literatura en la hoy Benemérita UNACH. Pensé en ese momento que sin ser una obra maestra alcanzaba una nota superior. Me gustó la forma en que engarzó la literatura con la gastronomía. Hay muchos pasajes que no recuerdo. Ahora, mientras esperamos, veo algunas lectoras que refrescan la memoria, escanean algunos párrafos.
Hace rato que no hacía fila. Padura dijo que en Cuba la gente hace fila con sus tarjetas de abastecimiento. En México sólo hacemos fila para la compra de tortillas o, ahora, para el cajero automático en el pago de Bienestar que recibimos los viejos y viejas.
Posdata: son las cinco con quince, faltan cuarenta y cinco minutos para la aparición de Laura Esquivel en la FIL 2025. La chica que está al lado de Paty revisa un ejemplar de la edición más reciente, comparte con su amiga la relación de países donde ha sido traducida “Como agua para chocolate”. Ha sido traducida a más de 42 idiomas. La pantalla que está a un lado de la mesa dice que es la escritora mexicana más leída del mundo. La sala ya está llena. Esperamos. Una dulce espera.
¡Tzatz Comitán!
miércoles, 3 de diciembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON EL EJEMPLAR QUE SE VA A GUADALAJARA
Querida Mariana: ¿ya viste la portada del más reciente número de Arenilla? Es una bella fotografía del gran fotógrafo Frankof, quien ya tiene un estudio muy cerca de su restaurante Tata Lampo, en el barrio de La Pila. Todo mundo reconoce que Frankof es grande entre los grandes, su mirada es sublime, única. Él nos regaló la imagen que ilustra la portada de nuestro número 49, correspondiente al bimestre octubre – noviembre 2025, con el que cumplimos ocho años de nuestra revista impresa. Estamos celebrando nuestra revista y lo haremos con bombo y platillo, porque llevaremos este ejemplar a la Feria Internacional del Libro 2025, que se desarrolla en Guadalajara, Jalisco.
Con orgullo formamos parte de la delegación de la Benemérita Universidad Autónoma de Chiapas, nuestra presentación será el día 5 de diciembre, a las once horas, en el Pabellón Chiapas.
Estamos contentos, decimos que a la tierra del tequila llevaremos un poco de la riqueza de la tierra del comiteco. Y para corroborar lo dicho, en este número hay un artículo que habla de la riqueza de esa famosa bebida comiteca, orgullo de este pueblo durante años y años; complementamos la información con un texto donde se da cuenta de una extensa y rica lista de escritores y escritoras que han mencionado al comiteco en sus libros, como ejemplo de la importancia social de esta bebida. Siempre hemos dicho que el comiteco más famoso es el comiteco.
Estamos contentos y emocionados, formamos parte de la delegación de la Benemérita UNACH, gracias al respaldo de la secretaria general, nuestra admirada paisana Doctora María del Carmen Vázquez Velasco, quien es un gran apoyo del rector Oswaldo Chacón Rojas. Vamos con la emoción cargada en la maleta y en medio del corazón, lo hacemos en nombre de nuestra amada tierra: Comitán.
Este número contó con el apoyo decidido de empresas comitecas que trabajan unidas para el crecimiento turístico y cultural del pueblo, entre ellas están: el Consejo Mexicano Promotor del Comiteco; el Restaurante 1813, cocina mexicana; Cepsu, turismo; Mahi Mahi, cocina de mar; el Restaurante Café Bar La Comiteca; Comitán de Domínguez, Pueblo Mágico; Paseo Tenam; City Express By Marriot Comitán; Villalba Hotel; Luminus Hotel; La Casa del Marqués Hotel; Casa Grande Hotel Boutique; Hotel Posada del Ángel; Casa Caelum Hotel (Caelum es una palabra latina que significa cielo, ah, qué bonito), San Nicolás Restaurante; más las empresas e instituciones que siempre nos apoyan para que la revista llegue a manos de todos nuestros lectores y todas nuestras lectoras.
Estamos felices. ¡Nos vamos al Mundial, nos vamos al Mundial!, perdón, me contagié con el ánimo futbolero que ya inunda a nuestro país, porque en el 2026 México será una de las tres sedes del Mundial de Fútbol. No vamos al Mundial, pero sí vamos a la feria del libro más importante del mundo hispanohablante. ¡Nos vamos a la FIL, nos vamos a la FIL! Y vamos muy orgullosos de llevar un poquito de lo mejor de Comitán y de la región, vamos a presumir nuestra riqueza cultural con lectores y escritores de muchas partes del mundo, les llevamos un cachito sublime de este pueblo también sublime. Vamos a decirles que no lo piensen dos veces, que en sus próximas vacaciones tengan a Comitán como el mejor destino de sus deseos y de sus sueños. Acá, vos lo sabés, hallarán una ciudad tranquila, bella, armoniosa; con cuidado caminarán sus bajadas y subidas y escucharán el cantadito proverbial de nuestras palabras. Acá hallarán la cuna de una de las más grandes escritoras mexicanas del siglo XX, la pichita amada, Rosario Castellanos.
Carlos Daniel Hernández Guillén ha definido a Comitán como “el corazón sereno de Chiapas”. Comitán sigue siendo el refugio de esa voz antiquísima que es el voseo. En un texto narramos que acá no se dice ven, se dice vení; no se dice come, decimos comé; no se dice vive, se dice viví. A eso vamos a Guadalajara, a decirle a cada amigo y amiga que nos encontremos: “vení a Comitán, viví esta maravillosa y única ciudad”.
Posdata: Dora Patricia Espinosa, en su Anaquel de Paty Cajcam, sugiere algunos títulos literarios para conocer Comitán y termina diciendo que Comitán no sólo se lee, se vive. Por mi parte, yo, en la carta que siempre te envío con mucho cariño, narro algo de lo mucho que es Uninajab, te invito a que, como si exhalaras un buche de aire limpio, pronunciés la palabra tan sonora: ¡Uninajab!
¡Nos vamos a la FIL, nos vamos a la FIL!
Nos vamos con nuestros ahorritos de todo el año, rompimos el cochinito. No llevamos apoyo económico de alguna institución, los vuelos, el hospedaje y la comidita la pagaremos nosotros (incluso, la compra de algún librito que se nos atraviese en el camino). Así que, por favor, no esperés que al regreso te entregue un recuerdito del viaje. Tal vez coincidirás conmigo que debo privilegiar mi comida. Sí, pienso lo mismo, debimos recibir apoyo económico de alguna institución. Ahí será para la otra. Yo sí llevo un saco de lujo para la presentación, por cortesía de un gran amigo que me quiere mucho y que acá, sin decir su nombre (por aquello de que lo que hace la mano derecha…), le envío mi cariño. Si esa mañana estoy muy bonito, será gracias a su generosa amistad.
¡Tzatz Comitán!
martes, 2 de diciembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON FOTOGRAFÍA ÚNICA
Querida Mariana: admiro el trabajo fotográfico de mi amigo Jaime Córdova. El otro día me compartió esta fotografía única, que debería aparecer en algún libro de imágenes sublimes de los años ochenta. Acá está una escena típica que hoy ya es imposible de captar. Jaime me dijo que la tomó en la estación General Anaya, del Metro de la CDMX.
El juego de luces y sombras es excepcional. Sin ese juego, la fotografía sería una sin gracia, en cambio, los bloques que acá complementan la arquitectura hacen que todo se cargue de una propuesta sensacional, aparte de que permite el juego clásico de encontrar formas, como si se tratara de convertirse en niño y hallar el parecido de las nubes con animalitos, por ejemplo.
Siempre he admirado la capacidad de los grandes artistas de la lente, su mirada tiene una forma especial de ver lo que está frente a los ojos, ¿de qué color es el cristal con que ven el mundo? Jaime capturó un momento indecible de los años ochenta. No sé (bueno, sí sé) cómo le hizo para tomar el instante a la hora que no había tráfico en la Ciudad de México. ¿Ves los carriles desiertos? El único monstruo mecánico que está sobre las vías es el Metro, acá se alcanza a ver un vagón y se advierte que va gente en su interior, poca gente, porque a la hora pico estos vagones se llenan de pasajeros y todo es un amontonamiento donde hay intercambio de sudores, de pisotones, de empujones, de alientos hediondos o sensuales, de bolsas que golpean las rodillas, de manos que buscan carteras o nalgas o penes.
Busqué en el Internet y vi que esta estación pertenece a la línea dos del metro, la que va de Cuatro Caminos a Taxqueña. Cuando estuve en la Ciudad de México, de 1974 a 1979 tomé en varias ocasiones, en muchas, esta línea. Jamás llegué a Cuatro caminos, esta zona no tenía algo de interés para mí, pero sí subí y bajé en la estación Miguel Hidalgo porque ahí, muy cerca, estaba el Cine Real Cinema (recuerdo que ahí vi la película María, basada en la novela del escritor colombiano Jorge Isaacs. Aún recuerdo al actor y a la actriz, Fernando Allende (niño bonito mexicano) y a Taryn Power. ¿Taryn Power? Sí, una güerita linda, linda, que quién sabe qué pata puso ese huevo). Mentira, la tal Taryn fue hija del actor norteamericano Tyrone Power, quien fue famoso en Hollywood, ya que actuó, entre otras, en la película “El sol sale para todos”, basada en la novela “Fiesta”, de Ernest Hemingway.
Bellas Artes, Allende, Zócalo y Pino Suárez fueron otras de las estaciones que visité con frecuencia. En esta última realizaban ferias de libros. Ah, muchas veces Quique y yo recorrimos esta feria. Era maravilloso estar en un túnel, muy iluminado, donde pasaban caravanas de gente caminando en forma apresurada, empujándose, con rostros cansados, mientras nosotros dejábamos pasar el tiempo viendo libros, hojeando, curioseando, comprando. Nadie creería que él y yo, en lugar de destinar dinero para la cerveza, usábamos nuestros billetes (no muchos) en comprar libros de cuentos y novelas.
Siempre bajé en Ermita, porque en la colonia Prado Churubusco estaba la casa de mi tío Samuel, esa casa fue un refugio importante, él era un gran lector, siempre admiré su estudio. Cuando me quedaba a dormir en su casa, armaba un sofá cama que estaba en el estudio, disfrutaba mucho dormir entre libreros, en ese interior había un rumor que siempre me sedujo, un poco como si las palabras en los libros fueran como abejas libando miel.
La verdad es que nunca bajé a la estación de General Anaya, la estación de esta fotografía espléndida. Jaime logró que a la hora de tomar la foto no pasara ningún auto sobre la avenida, porque acá se ve, que en esta zona, el Metro viaja no en un subterráneo, como en el Zócalo o Pino Suárez, acá va en la avenida Iztapalapa, con lo que los viajeros ven lo que sucede en el exterior; acá, quienes viajan en ese vagón bien pudieron ver a los chicos y chicas que están haciendo llamadas telefónicas y tal vez alguien, nunca se sabe, vio a Jaime con su cámara, inmortalizando el instante, un instante que se fue de las manos y se rescata por la fotografía. Vos sos muy joven, ya no te tocó hacer fila ante uno de estos teléfonos públicos para hacer una llamada. Al principio se usaron monedas, luego ya fueron tarjetas con bandas magnéticas. Acá se ve cómo, mientras la chica marca un número, el de atrás espera. Algunos se desesperaban porque quien hacía uso del teléfono introducía una y otra moneda para seguir conversando. No sé si yo seguía en la Ciudad de México o ya había regresado a mi pueblo amado.
Posdata: el letrero rotundo que pende sobre la banqueta (que se ve generosa en su anchura) era el anuncio de que ahí estaba la estación General Anaya, la gente entraba por una puerta, igual de ancha, y metía el boleto por el torniquete para acceder al andén y subir al Metro. Tal vez de este lado el Metro está a punto de llegar a la última estación de la línea dos: Tasqueña.
¡Tzatz Comitán!
lunes, 1 de diciembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON UNA CARTA QUE ME ENVIÓ EL DOCTOR HERNÁN LEÓN VELASCO
Querida Mariana: mi amigo Hernán León Velasco, poeta, presidente de la Asociación de Escritores y Poetas Chiapanecos, es un generoso y atento lector de las cartas que te envío. A veces hay alguna carta que llama su atención y me envía sus comentarios. Ayer recibí un texto que escribió a propósito de una carta donde hablo del día que Leonardo Padura, el gran escritor cubano, estuvo en nuestro pueblo. La carta tuvo el título de “Carta a Mariana, con visitante distinguido”. No puedo quedarme con sus palabras en el bolsillo, por eso te paso copia para que conozcás su escrito. Va copia:
A propósito de Arenilla
Querido Alejandro: tu texto Arenilla no es sólo una carta a Mariana; es un acto de celebración, un testimonio de pertenencia y un espejo donde se mira el espíritu de Comitán. Por eso te felicito con la gratitud que merece quien sabe escribir desde el corazón y desde la inteligencia. Tus palabras no narran un suceso: lo fundan. Y es justamente ahí donde tu crónica adquiere una resonancia que va más allá de la anécdota.
Leerte es reencontrar esa cualidad que Octavio Paz llamaba “la transparencia del instante”: la capacidad de transformar un hecho cotidiano en un momento de revelación. Tú no cuentas la visita de Leonardo Padura; la conviertes en un rito, en un suceso que toca la identidad de un pueblo. Dices que Cuba es “una isla con vocación de continente”, y con esa imagen inauguras un territorio simbólico donde la geografía se vuelve destino.
Escribes también que Padura “se resistió a ser isla” y que es “un planeta interestelar”: ahí está tu mirada literaria, capaz de elevar un dato biográfico a la altura de una metáfora que respira. Te felicito, Alejandro, porque no escribes con la prisa de los cronistas, sino con la respiración honda de quien entiende que la literatura es una patria común.
Tu texto está tejido con tres hilos que merecen celebrarse. El primero es la identidad: Comitán aparece no como un escenario, sino como un personaje vivo, orgulloso de recibir al escritor cubano. En tus líneas se siente el latido de una comunidad que honra la palabra. El segundo hilo es la palabra como un enlace: conectas a Cuba con Chiapas, a Mantilla con Comitán, al escritor con los jóvenes del CBTis. Así, tu carta confirma la intuición de Paz: la literatura une lo que estaba separado. El tercer hilo es el tiempo convertido en memoria luminosa: recuerdas a tus padres con una ternura contenida y les atribuyes la raíz de tu vocación artística. Esa dedicatoria íntima transforma el texto en un acto de gratitud, y convierte la crónica en una pequeña ceremonia del espíritu.
No obstante, lo más poderoso de Arenilla ocurre al final: cuando observas a los jóvenes emocionados ante Padura, cuando dices que ojalá más actos así, ojalá más siembra de espigas de luz. Allí tu prosa alcanza su plenitud. Lo que empezó como una carta se vuelve una visión: la certeza de que un pueblo crece cuando se le ofrece belleza, pensamiento, literatura. Ese cierre, querido Alejandro, es un gesto que honra a Comitán y a la UNACH, honra a Rosario Castellanos y honra a quienes aman la palabra como un destino.
Por todo esto, te felicito. Tu texto logra lo que logran los buenos libros: deja arenilla de luz en quien lo lee. Has escrito una carta que también es memoria, análisis, revelación y agradecimiento. Has escrito, sin decirlo, un pequeño homenaje a la literatura misma.
Y eso —como diría Paz— es siempre un acto de libertad.
Tu amigo: Hernán.
Posdata: me encanta saber que un barquito de papel llegue a tantos lugares. Estos barquitos no zozobran en el primer bache de la calle donde baja el agua de lluvia, no se deshacen, llegan a otras orillas, húmedos ¡sí!, porque esa humedad da constancia del viaje. Las palabras viajan tanto, a veces llegan a estancias sublimes, a sitios donde el diálogo continúa, donde se beben junto al vino, del vino que habló el gran Gibrán Jalil Gibrán, aquel viejo, viejo vino.
¡Tzatz Comitán!
domingo, 30 de noviembre de 2025
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL ALGUIEN ALIMENTA LA NUBE
Querida Mariana: recuerdo a tío Ángel que se molestaba si “alguien” no le decía su nombre. Con cara de niño berrinchudo decía: “yo soy como la Ofelia Guilmáin, a mí me gusta que me miren a los ojos y me digan mi nombre”.
Hacía corajes el tío, porque no todo mundo le decía su nombre, algunos le decían su apodo y él sublimaba su coraje.
¿Por qué digo esto? Porque yo no soy como el tío Ángel, a mí me pueden decir lo que quieran o incluso ignorarme y yo ¡tan campante!
El otro día (en un vídeo que subió al Facebook la Benemérita UNACH, el 26 de noviembre 2025) el gran Padura dijo: “Siempre, Cuba ha tenido una proyección. Alguien decía, en una de las presentaciones que he tenido en Chiapas, que Cuba es una isla con vocación de continente…” Cuando lo vi supe quién había sido ese alguien, ¡sí, tu amigo Molinarito!
¿Mirás la trascendencia de los “alguien” del mundo? Los nombres propios pueden enredarse en la memoria, pero las palabras aparecen por encima de dicho olvido. Padura recordó con precisión las palabras que dije a la hora de mi participación a su lado, en el auditorio del Centro Cultural Rosario Castellanos.
Cuando vi y escuché lo que dijo pensé que Padura estuvo pendiente de mis palabras y esto me llenó de orgullo, porque luego citó de memoria cada una de ellas y no sólo eso, sino que le sirvió para extenderse en un comentario.
Sólo los memoriosos conservan nombres de las personas que, por azar, se topan en el mundo. Yo soy incapaz de retener nombres en mi memoria, me da cierta penita, pero para mí la mayoría de hombres y de mujeres entran en la categoría donde me puso Padura: en el nicho de los alguien, de los alguien que en el mundo han sido, que son. Porque alguien dijo tal cosa, alguien hizo tal cosa, alguien pensó tal cosa, pero no recuerdo quién fue con precisión. Pero muchas veces resulta que esas cosas que dijeron, que hicieron o que pensaron esos seres humanos sin nombre ¡son importantes! En este caso lo que dije resultó trascendente, no porque haya sido dicho por mí, sino porque lo retomó el gran escritor cubano, reconocido en toda Hispanoamérica y otros países del mundo. Lo dicho por mí tomó mayor importancia, porque Padura aceptó que su isla tiene vocación de continente.
Mirá qué dijo Padura, después de la cita: “…creo que esa vocación de continente, sobre todo, tiene que ver con la cultura, con la posibilidad de expandir una cultura. La música cubana es uno de los valores universales y, por ejemplo, comparte con México el danzón y el bolero. Le tenemos mucha gratitud a México por el espacio que tradicionalmente nos ha dado, a los músicos, a los escritores, a los pintores cubanos, a los bailarines, a los actores que han pasado por aquí…”
Y con esto fue confirmando lo que dije: Cuba es una isla con vocación de continente, los cubanos y cubanas son gente que no está a-isla-da, sino integrada al mundo en forma tan rotunda que no dudamos en decir que amamos a esa isla fabulosa, por todo lo que significa, por todo lo que es, por todo lo que nos ha dado, como bien dice Padura, sobre todo en el plano de la cultura.
Pensá en un lugar imaginario donde todo mundo es alguien y sólo son identificados por los actos que realizan. Alguien es el que siembra los árboles, alguien es el que los poda; alguien es el que construye los puentes, alguien el que hace los caminos; alguien el que construye edificios con palabras, alguien el que los echa a volar. Alguien el que ama a alguien y hace más deslumbrante el mundo.
Posdata: veo imágenes de La Habana, de Londres, de Ciudad de México y de París. Veo a gente que va de un lado para otro, en calles y plazas, que entra a templos y a panteones. Veo a esas personas, sé que tienen nombres propios, que en su barrio son conocidos, que, incluso, tienen apodos cariñosos, pero para mí, todos ellos entran en esa bodega maravillosa de los “alguien”. Cada uno de ellos y de ellas tienen testimonios maravillosos, tal vez uno de ellos es escritor, tal vez una de ellas es actriz. Pero yo no los conozco, si pudiera escucharlos haría lo mismo que hizo Leonardo Padura a la hora que participé en la charla que brindó en Comitán, pondría mucha atención porque la palabra sirve para recordar nombres, pero, sobre todo, para desgajar paraísos no terrenales, donde esa caterva formada por millones de gente denominada “alguien”, vive y modifica pequeñas parcelas. La mañana del 26 de noviembre, Padura puso atención a mis palabras, fui un alguien que llamó su atención, así sucede en muchos instantes de la vida, instantes que son como frutos orgánicos.
¡Tzatz Comitán!
sábado, 29 de noviembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON LIBRO EXCEPCIONAL
Querida Mariana: ¿Cuál pluma tan fina como la del quetzal? ¿Cuál la pluma encargada de narrar los sucesos de la fundación del pueblo que hoy habitamos? La única pluma de tal proeza, la que tiene el conocimiento y el genio es la de un comiteco distinguido, nombre cuyo apellido paterno lleva la savia de la sangre castellana bañada en el Duero: Luis Armando Suárez Argüello.
El comiteco Luis Armando acaba de publicar la novela: “Don Pedro de Portocarrero. Crónica de sucesos recuperados del olvido”, donde, en forma por demás brillante, narra el origen del pueblo llamado San Cristóbal de los llanos (hoy Comitán).
Su pluma, tan colorida, bella y tersa, como la del ave llamada quetzal, retrotrae a sus lectores al siglo XVI, a los años de 1527 y 1528, lapso donde los conquistadores españoles se internaron hacia tierras guatemaltecas y fundan lo que hoy es la Antigua Guatemala y luego Don Pedro de Portocarrero sube a tierras chiapanecas y al llegar al valle hijo del Junchavín funda lo que hoy es considerada una ciudad maravillosa, que es cobijo de los llamados comitecos, pueblo que es gloria de Chiapas.
Nadie más que Luis Armando pudo escribir esta novela prodigiosa. En esta novela se recupera la figura del conquistador español, cuyo nombre estuvo por debajo de la fama de Diego de Mazariegos; en esta novela se explica el porqué de tal olvido. Cuando Don Pedro de Portocarrero funda nuestro pueblo (el primero en territorio chiapaneco), Don Diego de Mazariegos, capitán y teniente de gobernador de las provincias de Chiapa y los llanos de ellas, exige dicho rango y solicita la intervención de las autoridades de la Nueva España, quienes decretan que Portocarrero abandone el pueblo que fundó y regrese a territorio guatemalteco.
Luis Armando nos cuenta que el fundador español de nuestra ciudad es desterrado y con ello se echa tierra a su memoria.
Esperé durante años la promesa de Luis Armando, quien me aseguraba que pronto daría a conocer la novela que escribía. Tardó años, por eso, cuando vi en Facebook que ya había publicado “Don Pedro de Portocarrero. Crónica de sucesos recuperados del olvido”, corrí a adquirir mi ejemplar que estaba en promoción por Buen Fin. Pucha, lo vendió en trescientos pesos, no quiero imaginar cuál era el precio sin la promoción del Buen Fin. En fin. Lo adquirí y comencé a leerlo con avidez. Cumplió mis expectativas y fue más allá. Supe que estaba ante una gran obra literaria; supe que la pluma de Luis Armando corroboraba el pensamiento del escritor Leopoldo Borrás, quien, en cuanta oportunidad tenía, aseveraba que el mejor escritor de Comitán era Luis Armando Suárez Argüello.
Estos tiempos no son los tiempos de Rosario Castellanos, quien fue acusada por los comitecos ladinos de traicionar a los suyos, a los hacendados, al mostrar las condiciones en que vivían los indígenas en las haciendas. ¿Cómo era posible que ella, siendo hija de un terrateniente, diera a conocer cuál era el trato que los blancos infligían a los indígenas? ¿Estaba del lado de los otros? En el libro de Luis Armando uno termina seducido por la personalidad del conquistador español. ¿Cómo no? Don Pedro de Portocarrero fue un gran lector, un hombre culto, tercer conde de Medellín. El fundador de nuestro Comitán nada tenía que ver con los bárbaros conquistadores que encontramos en la historia narrada en los libros de texto gratuito; nada que ver con la imagen de los encarnizados, ignorantes, ex presidiarios, incultos y bárbaros conquistadores que acompañaron a Cortés. En tiempos donde existe una condena hacia toda la barbarie española, el conquistador de las letras comitecas, Luis Armando, nos da otro rostro, uno que nos muestra al fundador de Comitán como un hombre que, en efecto, con la espada llegó a conquistar territorios para España, para evangelizar y entregar un idioma diferente, pero que lo hizo, ¿se puede decir?, con gallardía y nobleza. Este proceso hizo que ahora nosotros hablemos el idioma castellano y millones de mexicanos profesen la religión católica. Este proceso hizo que los habitantes de esta tierra tengamos un maravilloso sincretismo de los habitantes que Portocarrero encontró y de los que nos conquistaron. Luis Armando nos dice en este libro que nuestro Comitán celebrará los quinientos años de un pueblo que fundó un conquistador español. Esto somos. El autor nos da la visión de un español culto, de ahí también venimos, por eso este pueblo aspira a la civilización, a dejar su lado bárbaro.
El autor es un gran narrador, la historia que nos cuenta es fascinante; camina por los escabrosos senderos de la historia del siglo XVI y por los toboganes prodigiosos de la imaginación, donde sólo se atreven los grandes pensadores. Es un autor travieso que trasgrede los límites del que sabe que está jugando con la creación. Hay un instante sorprendente donde se cuela el nombre de Ítalo Calvino, que en aquel siglo no era ni proyecto de vida. Cosas veredes. Luis Armando es un mago, genial, único. Honra la tradición de su padre, quien fue un gran lector, gran tipógrafo, amante de los tipos de imprenta, por eso siempre fue reconocido como un tipazazazo. Tipazazazo resultó su crío.
Posdata: el miércoles 26 de noviembre 2025 a las doce del día fue la presentación oficial, en una gran ventana televisiva: la del canal 10. La presentación se vio en todo Chiapas y más allá de estas fronteras limitadas. Luis Armando eligió a Diana Erika Cruz Jiménez y a Juan Carlos Gómez Aranda como presentadores del libro; tuvo moderador de lujo: Mario Escobar Gálvez, actual director del Sistema de Radio y Televisión de Chiapas. El programa puede verse en redes, el siglo XVI está a la mano del siglo XXI. ¡Cosas veredes!
¡Tzatz Comitán!
viernes, 28 de noviembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON UN INSTANTE
Querida Mariana: sorpresas te da la vida, dice la canción. Ayer abrí mi página del Facebook y hallé esta fotografía, me generó una grata sorpresa. Imagen tomada por el excelente Osiris Aquino. Imagen de impacto, por la belleza y fuerza de la toma y por el chubasco de años que cayeron como lluvia de confeti.
La vida me ha concedido el privilegio de conocer a grandes artistas de la lente, uno de ellos es mi admirado Osiris, quien anduvo un tiempo en Comitán. Lo recuerdo en la Casa de la Cultura, cuando María Elena Jiménez fue directora de dicho centro cultural.
Niña querida, vos sabés que mi memoria es más escasa que el número de vírgenes en el infierno, pero recuerdo una muestra de fotografía que Osiris impulsó en el andador frente al parque central, que estaba relacionada con la obra de Juan Rulfo (gran escritor y, como Osiris, también excelente fotógrafo). ¿Fue así? Tal vez sí, porque hay creadores que son tan grandes que no dudan en compartir su talento.
Osiris es grande entre los grandes, hizo favor de compartirme esta fotografía. ¿Mirás qué dije? Compartirme. Esta palabra puedo compartirla, pero también partirla, porque com-partirme fue una sensación inmediata, me partió, ya lo dije, por la fuerza de la imagen. Esta esencia sólo les está permitida a los artistas más sublimes.
Osiris dijo que la fotografía la tomó en el año de 2012. Es un instante de hace trece años. Estábamos en la cabina de radio IMER, y digo estábamos, porque mientras yo leo, en la mesa están Aracely Argüello, María Elena Jiménez, Mirtha Luz Pérez Robledo y el artista de la lente.
Ahora es común decir: tomame una foto, así como que no me doy cuenta. Acá leo y, por supuesto, nunca imaginé que Osiris hacía esta toma. Tengo en mis manos la novela “Balún Canán”, de Rosario Castellanos. Osiris, así se ve, se colocó en cuclillas para lograr que el libro estuviera en primer plano, ahí está también mi mano con un curita en el dedo. El curita tiene su explicación, me lo pongo por dos situaciones: servía como esos hilitos rojos que se coloca la gente para recordar algo y para protegerme de una ligera lesión. El curita cumplía su trabajo con eficiencia, me protegía y me ayudaba a decirme, al verlo, que debía recordar que Dios estaba conmigo, era una doble protección, física y espiritual. Pero la fuerza de la imagen la otorgó la genialidad de Osiris, nunca he visto en mí o en algún otro tal caudal de energía en un acto de lectura. No sé qué fragmento leía, pero al ver la fotografía ahora (en 2025) pienso que transmitía un párrafo intenso, con la intensidad que Rosario escribió.
Quiero pensar que alguien de la mesa me invitó a participar en el programa, tal vez lo hizo Malena, tal vez ella organizó una lectura de la obra de Rosario y también Mirtha leyó, porque en la mesa, aparte de esta novela está un libro gordo, coedición del Fondo de Cultura Económica y del Coneculta, cuando la admirada Marvin Arriaga era directora, donde está reunida toda su obra poética. Trece años antes del Centenario del Nacimiento de Rosario Castellanos, nosotros hicimos un reconocimiento a la grandeza de Rosario; así como ahora hago un reconocimiento al talento de Osiris, mientras agradezco su generosidad al tomar la fotografía y compartírmela trece años después.
Pienso que al momento de la toma ya pronuncié una palabra, el sonido vuela como navío en el aire, ya llegó al chunche llamado micrófono y se difundió en las ondas hertzianas, ya llegó a miles de hogares donde los hombres y las mujeres trabajan mientras escuchan la radio o conducen sus autos y se entretienen con las emisiones de Radio IMER o están sentados plácidamente en sus butacas y reciben la fuerza de las palabras o de la música transmitida. Trasmisión. Esta fotografía de Osiris transmite, sintetiza un egregio momento: ahí está Rosario, ahí está el lector, ahí la magia de la radio, de la comunicación, del acto de compartir.
Posdata: fui invitado y resulté honrado con la imagen que Osiris me envió. Trece años después, oh, gran maestro; lapso que se recuperó a la hora de recibir esta imagen, sirvió como asidero en el tiempo. Hemos vivido, hemos sembrado gajos de luz en memoria de Rosario, desde hace años. Que esta carta sirva para honrar el talento y el genio de Osiris. ¡Mirá el vendaval que produce su fotografía, es un caudal de energía atrapado para siempre! Cada vez que alguien vea la imagen recibirá este borbollón de luz, cascada sublime. Honra para el gran fotógrafo, por siempre.
¡Tzatz Comitán!
jueves, 27 de noviembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON UN LIBRO DE EMMANUEL
Querida Mariana: acá estamos Margarita Cancino Crocker, Emmanuel Grajales Clavel, Dora Patricia Espinosa Vázquez y yo. Estamos en la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez.
Roberto Carlos hizo favor de tomarnos la fotografía. Fue la tarde del domingo 23 de noviembre 2025.
Cuando nos sentamos, Paty dijo que los cuatro estábamos como niños buenos, con las manos sobre la mesa. ¿Qué indica esta posición? Espera. Algo sucederá. Y esa tarde de domingo sucedió un acto cultural. Emmanuel presentó su libro “El imaginario limítrofe”.
Margarita, quien es la directora de la casa museo nos recibió, siempre muy afectuosa, diligente.
Dora Patricia hizo comentarios al libro de Emmanuel y yo fungí como moderador.
Como dicen los clásicos, la asistencia del público fue selecta. Casi todos dijeron que fue por el día: domingo. En realidad (nosotros lo sabemos), la asistencia es escasa en este pueblo, cuando de actos culturales se trata. ¡No! No debo ser tan generoso con el término cultural, porque el pueblo asiste a los eventos musicales de banda, que también son culturales. Cuando se presentan los Tigres del Norte, del Sur, del Centro o de la Patagonia, no alcanza el espacio abierto para recibir a toda la fanaticada.
¿Ya viste qué dice la frase de tío Belis? “Si cada uno de los mexicanos hiciera lo que le corresponde, la patria estaría salvada”. Ese día (tratamos de hacerlo cada día), los cuatro protagonistas de este acto hicimos lo que nos correspondía. ¿Qué tanto salvamos a la patria? No lo sé, pero cada uno en su pequeña parcela sembró espigas de luz. Margarita nos recibió en pleno domingo, estuvo pendiente de cada una de nuestras palabras (ella dio el mensaje de bienvenida y luego nos entregó reconocimientos); Paty leyó un breve texto que preparó, donde hizo una síntesis del contenido del libro de Emmanuel; el autor fue pródigo en sus comentarios, porque, con sencillez y con gran capacidad, desbrozó sus intereses y la génesis de las crónicas que componen el libro “El imaginario limítrofe”. Estas crónicas dan constancia del pueblo donde vive: Tuxtla Gutiérrez. ¿Debí decir ciudad? Tal vez sí, porque es la capital del estado de Chiapas, pero Emmanuel nos entrega una mirada acuciosa de lo que no se ve a simple vista, tal vez lejos del glamur de la gran ciudad del sureste.
Un día después estuvo en Comitán el escritor cubano Leonardo Padura, en su intervención comentó que su obra tiene como entorno su país de origen y la ciudad donde nació: La Habana. Emmanuel habla de la ciudad donde vive, de los escalones y los pasamanos de la ciudad donde la gente sueña con subir.
Llegué a la cita justo a tiempo. Era domingo, no había en el parque central más que un bolero, como si fuera la fila de la compra de tortillas o la fila donde entregan los boletos para la actuación de Julión Álvarez, tomé mi lugar y esperé a que pasaran las otras personas que esperaban la boleada. Me tocó estar después de un compa con botas, pensé que ese tipo de calzado lleva más tiempo y más grasa y más de todo. Así fue, lo que los otros pagaron veinte pesos a este compa le costó treinta. Por fin pasé. Por favor, le dije al bolero, un trapazo de tres minutos porque el tiempo lo tengo colgado como corbata en el cuello. Trapazo de tres minutos, di los veinte pesos y llegué al lugar de la cita. En el patio central ya estaba Emmanuel, Margarita y Paty. Saludé. Soy Alejandro, le dije a Emmanuel y él de inmediato dijo: ya nos conocemos, estuve la vez que presentaste tu libro “Historia triste de un cuentahistorias”, en la Sala Carlos Fuentes, en la UNACH”. Recordé esa tarde donde, gracias a la intervención de dos queridos maestros que tuve en la facultad: Luciano Villarreal y Adolfo Altamira se llenó la sala de estudiantes, entre los cuales estuvo Emmanuel.
Posdata: el autor llegó cinco años después, a cumplir una cita que tenía pendiente con Comitán y con la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez. Llegó, vio y venció. Al final prometió que volverá para el año veinte veintiséis, traeré treinta ejemplares, dijo.
Emmanuel es un buen narrador, sus crónicas literarias contemporáneas le dan un aire fresco a los textos decimonónicos con que a veces nos topamos. Fue un gran gusto conocerlo físicamente. Me gusta el trabajo literario que impulsa.
¡Tzatz Comitán!
miércoles, 26 de noviembre de 2025
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DEL DÍA QUE PADURA LLEGÓ A COMITÁN
Querida Mariana: ya dije que Leonardo Padura estuvo en Comitán; ya dije que jamás en la historia de este pueblo había llegado un escritor de tal envergadura (no sé si escribo esta palabra para que rime con Padura), bueno, lo que quiero decir es que la presencia de Leonardo fue un hecho histórico para este pueblo.
Debo decir, porque estuve cerca de él, que lo vi contento, que cuando se fue, sin duda, se llevó un buen sabor de boca. Él sintió el cariño que los comitecos y comitecas le prodigamos, desde la chica estudiante del CBTis 108 que hizo fila para alcanzar la firma en la novela “Adiós, Hemingway”, hasta el presidente municipal que le entregó un pergamino donde quedó de manifiesto que el Ayuntamiento comiteco, en nombre de nuestro pueblo, lo nombró Visitante Distinguido.
El cariño manifiesto hizo que se relajara, porque cuando llegó al pueblo bajó de la camioneta de la Benemérita UNACH, estaba medio resmolido (tanto tope). La Benemérita UNACH fue la institución que hizo el prodigio de la visita del famoso escritor; que nadie más se quiera colocar medallitas. La iniciativa fue directamente del rector Oswaldo Chacón Rojas. Yo, como ex alumno de la Benemérita UNACH me siento muy satisfecho porque mi Alma Mater haya traído a Leonardo. A Comitán ya le tocaba algo bueno, algo excepcional. La presencia de Leonardo Padura fue memorable.
Digo que se le quitó el inicial agotamiento, porque cuando lo saludé en un pasillo del Centro Cultural Rosario Castellanos y le pedí a él y a Lucía (su esposa) que me regalaran la foto de privilegio, ante mi pregunta de cómo se había sentido en Chiapas me dijo: “Los chiapanecos son de alto octanaje. Me dicen: vamos acá cerca y resulta que son dos horas de camino”. Pero él, que nunca había estado en Chiapas y menos en Comitán, disfrutó su estancia, digo yo. Lo vi contento cuando el presidente municipal le entregó el pergamino, Padura dio dos o tres pasos en el escenario y mostró el pergamino a la audiencia y en ese momento todos los asistentes aplaudieron con gran entusiasmo, con cariño, como refrendando lo que el documento consignaba. ¡Sí, Leonardo!, fuiste un visitante distinguido, le diste distinción a nuestro pueblo.
Mi compa Quique me dijo: estás chento. ¡Cómo no! Estuve muy cerca de Padura, tan cerca como lo mirás en esta foto, que tomé porque acá el mago hizo un prodigio con sus manos. Resulta que estaba a punto de leer fragmentos de su libro “Ir a La Habana”, ejemplar, por cierto, que es de Dora Patricia Espinosa y él aprovechó para leer (ese libro de Paty estuvo en las manos del gran autor literario. Pucha, que lo guarde adentro de un estuche especial). Digo que Padura se disponía a leer, tomó el micrófono y como si fuera su tocayo Leonardo Da Vinci, improvisó un mecanismo para que el micrófono no tuviera que sostenerlo entre las manos. Acá mirás lo que hizo: tomó el personificador de acrílico con su nombre y una botellita de agua, sus manos buscaron el equilibrio y logró, después de un intento, que el chunche quedara como acá lo mirás. Pero, ¡ah!, la pinche ley de gravedad hizo que minutos después, cuando ya leía el inicio de su novela, donde cuenta cómo surgió la idea de este libro, el chunche cayera. Nos echó la culpa a “los colegas” que estábamos en la mesa, yo, como desagravio, tomé el micrófono y le dije que leyera, que sostendría el aparatejo, pero en ese instante, como si fuera Supermán, llegó Guayito (experto en sonido) y colocó el micrófono en un pedestal de mesa. Padura dijo: “llegó el progreso” y continuó leyendo.
Estaba contento, leyó con agrado, exigió que hubiese silencio cuando apareció una mancha rumorosa y respondió con generosidad las preguntas que le hicieron al final.
Posdata: cuando todo terminó, Dora Patricia y yo nos despedimos porque teníamos un compromiso por cumplir. Qué pena, no aceptamos la invitación para acompañarlos a comer que nos hizo la poeta Rosy Vázquez, pero luego vi una foto donde, de nuevo, Padura está exultante, feliz. Sucede que fueron al restaurante 1813 y ahí lo trataron a cuerpo de rey, le explicaron la tradición comiteca de la reja de papel de china y, como si fuera su cumpleaños, le prepararon una especial. Él se puso detrás de la reja y la fue cortando, de arriba hacia abajo, cuando hubo un hueco suficiente sacó su carita y sonrió, luego terminó de romper la reja, pasó por encima de la puerta, abrió los brazos, recibió una lluvia de confeti y todos aplaudieron. Él estaba feliz, estaba en nuestra tierra, tierra amable, cuna de Rosario Castellanos, quien cumplió su centenario de nacimiento en este 2025, año glorioso en el que Leonardo Padura nos visitó.
¡Tzatz Comitán!
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