martes, 2 de diciembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON FOTOGRAFÍA ÚNICA

Querida Mariana: admiro el trabajo fotográfico de mi amigo Jaime Córdova. El otro día me compartió esta fotografía única, que debería aparecer en algún libro de imágenes sublimes de los años ochenta. Acá está una escena típica que hoy ya es imposible de captar. Jaime me dijo que la tomó en la estación General Anaya, del Metro de la CDMX. El juego de luces y sombras es excepcional. Sin ese juego, la fotografía sería una sin gracia, en cambio, los bloques que acá complementan la arquitectura hacen que todo se cargue de una propuesta sensacional, aparte de que permite el juego clásico de encontrar formas, como si se tratara de convertirse en niño y hallar el parecido de las nubes con animalitos, por ejemplo. Siempre he admirado la capacidad de los grandes artistas de la lente, su mirada tiene una forma especial de ver lo que está frente a los ojos, ¿de qué color es el cristal con que ven el mundo? Jaime capturó un momento indecible de los años ochenta. No sé (bueno, sí sé) cómo le hizo para tomar el instante a la hora que no había tráfico en la Ciudad de México. ¿Ves los carriles desiertos? El único monstruo mecánico que está sobre las vías es el Metro, acá se alcanza a ver un vagón y se advierte que va gente en su interior, poca gente, porque a la hora pico estos vagones se llenan de pasajeros y todo es un amontonamiento donde hay intercambio de sudores, de pisotones, de empujones, de alientos hediondos o sensuales, de bolsas que golpean las rodillas, de manos que buscan carteras o nalgas o penes. Busqué en el Internet y vi que esta estación pertenece a la línea dos del metro, la que va de Cuatro Caminos a Taxqueña. Cuando estuve en la Ciudad de México, de 1974 a 1979 tomé en varias ocasiones, en muchas, esta línea. Jamás llegué a Cuatro caminos, esta zona no tenía algo de interés para mí, pero sí subí y bajé en la estación Miguel Hidalgo porque ahí, muy cerca, estaba el Cine Real Cinema (recuerdo que ahí vi la película María, basada en la novela del escritor colombiano Jorge Isaacs. Aún recuerdo al actor y a la actriz, Fernando Allende (niño bonito mexicano) y a Taryn Power. ¿Taryn Power? Sí, una güerita linda, linda, que quién sabe qué pata puso ese huevo). Mentira, la tal Taryn fue hija del actor norteamericano Tyrone Power, quien fue famoso en Hollywood, ya que actuó, entre otras, en la película “El sol sale para todos”, basada en la novela “Fiesta”, de Ernest Hemingway. Bellas Artes, Allende, Zócalo y Pino Suárez fueron otras de las estaciones que visité con frecuencia. En esta última realizaban ferias de libros. Ah, muchas veces Quique y yo recorrimos esta feria. Era maravilloso estar en un túnel, muy iluminado, donde pasaban caravanas de gente caminando en forma apresurada, empujándose, con rostros cansados, mientras nosotros dejábamos pasar el tiempo viendo libros, hojeando, curioseando, comprando. Nadie creería que él y yo, en lugar de destinar dinero para la cerveza, usábamos nuestros billetes (no muchos) en comprar libros de cuentos y novelas. Siempre bajé en Ermita, porque en la colonia Prado Churubusco estaba la casa de mi tío Samuel, esa casa fue un refugio importante, él era un gran lector, siempre admiré su estudio. Cuando me quedaba a dormir en su casa, armaba un sofá cama que estaba en el estudio, disfrutaba mucho dormir entre libreros, en ese interior había un rumor que siempre me sedujo, un poco como si las palabras en los libros fueran como abejas libando miel. La verdad es que nunca bajé a la estación de General Anaya, la estación de esta fotografía espléndida. Jaime logró que a la hora de tomar la foto no pasara ningún auto sobre la avenida, porque acá se ve, que en esta zona, el Metro viaja no en un subterráneo, como en el Zócalo o Pino Suárez, acá va en la avenida Iztapalapa, con lo que los viajeros ven lo que sucede en el exterior; acá, quienes viajan en ese vagón bien pudieron ver a los chicos y chicas que están haciendo llamadas telefónicas y tal vez alguien, nunca se sabe, vio a Jaime con su cámara, inmortalizando el instante, un instante que se fue de las manos y se rescata por la fotografía. Vos sos muy joven, ya no te tocó hacer fila ante uno de estos teléfonos públicos para hacer una llamada. Al principio se usaron monedas, luego ya fueron tarjetas con bandas magnéticas. Acá se ve cómo, mientras la chica marca un número, el de atrás espera. Algunos se desesperaban porque quien hacía uso del teléfono introducía una y otra moneda para seguir conversando. No sé si yo seguía en la Ciudad de México o ya había regresado a mi pueblo amado. Posdata: el letrero rotundo que pende sobre la banqueta (que se ve generosa en su anchura) era el anuncio de que ahí estaba la estación General Anaya, la gente entraba por una puerta, igual de ancha, y metía el boleto por el torniquete para acceder al andén y subir al Metro. Tal vez de este lado el Metro está a punto de llegar a la última estación de la línea dos: Tasqueña. ¡Tzatz Comitán!

lunes, 1 de diciembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UNA CARTA QUE ME ENVIÓ EL DOCTOR HERNÁN LEÓN VELASCO

Querida Mariana: mi amigo Hernán León Velasco, poeta, presidente de la Asociación de Escritores y Poetas Chiapanecos, es un generoso y atento lector de las cartas que te envío. A veces hay alguna carta que llama su atención y me envía sus comentarios. Ayer recibí un texto que escribió a propósito de una carta donde hablo del día que Leonardo Padura, el gran escritor cubano, estuvo en nuestro pueblo. La carta tuvo el título de “Carta a Mariana, con visitante distinguido”. No puedo quedarme con sus palabras en el bolsillo, por eso te paso copia para que conozcás su escrito. Va copia: A propósito de Arenilla Querido Alejandro: tu texto Arenilla no es sólo una carta a Mariana; es un acto de celebración, un testimonio de pertenencia y un espejo donde se mira el espíritu de Comitán. Por eso te felicito con la gratitud que merece quien sabe escribir desde el corazón y desde la inteligencia. Tus palabras no narran un suceso: lo fundan. Y es justamente ahí donde tu crónica adquiere una resonancia que va más allá de la anécdota. Leerte es reencontrar esa cualidad que Octavio Paz llamaba “la transparencia del instante”: la capacidad de transformar un hecho cotidiano en un momento de revelación. Tú no cuentas la visita de Leonardo Padura; la conviertes en un rito, en un suceso que toca la identidad de un pueblo. Dices que Cuba es “una isla con vocación de continente”, y con esa imagen inauguras un territorio simbólico donde la geografía se vuelve destino. Escribes también que Padura “se resistió a ser isla” y que es “un planeta interestelar”: ahí está tu mirada literaria, capaz de elevar un dato biográfico a la altura de una metáfora que respira. Te felicito, Alejandro, porque no escribes con la prisa de los cronistas, sino con la respiración honda de quien entiende que la literatura es una patria común. Tu texto está tejido con tres hilos que merecen celebrarse. El primero es la identidad: Comitán aparece no como un escenario, sino como un personaje vivo, orgulloso de recibir al escritor cubano. En tus líneas se siente el latido de una comunidad que honra la palabra. El segundo hilo es la palabra como un enlace: conectas a Cuba con Chiapas, a Mantilla con Comitán, al escritor con los jóvenes del CBTis. Así, tu carta confirma la intuición de Paz: la literatura une lo que estaba separado. El tercer hilo es el tiempo convertido en memoria luminosa: recuerdas a tus padres con una ternura contenida y les atribuyes la raíz de tu vocación artística. Esa dedicatoria íntima transforma el texto en un acto de gratitud, y convierte la crónica en una pequeña ceremonia del espíritu. No obstante, lo más poderoso de Arenilla ocurre al final: cuando observas a los jóvenes emocionados ante Padura, cuando dices que ojalá más actos así, ojalá más siembra de espigas de luz. Allí tu prosa alcanza su plenitud. Lo que empezó como una carta se vuelve una visión: la certeza de que un pueblo crece cuando se le ofrece belleza, pensamiento, literatura. Ese cierre, querido Alejandro, es un gesto que honra a Comitán y a la UNACH, honra a Rosario Castellanos y honra a quienes aman la palabra como un destino. Por todo esto, te felicito. Tu texto logra lo que logran los buenos libros: deja arenilla de luz en quien lo lee. Has escrito una carta que también es memoria, análisis, revelación y agradecimiento. Has escrito, sin decirlo, un pequeño homenaje a la literatura misma. Y eso —como diría Paz— es siempre un acto de libertad. Tu amigo: Hernán. Posdata: me encanta saber que un barquito de papel llegue a tantos lugares. Estos barquitos no zozobran en el primer bache de la calle donde baja el agua de lluvia, no se deshacen, llegan a otras orillas, húmedos ¡sí!, porque esa humedad da constancia del viaje. Las palabras viajan tanto, a veces llegan a estancias sublimes, a sitios donde el diálogo continúa, donde se beben junto al vino, del vino que habló el gran Gibrán Jalil Gibrán, aquel viejo, viejo vino. ¡Tzatz Comitán!

domingo, 30 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL ALGUIEN ALIMENTA LA NUBE

Querida Mariana: recuerdo a tío Ángel que se molestaba si “alguien” no le decía su nombre. Con cara de niño berrinchudo decía: “yo soy como la Ofelia Guilmáin, a mí me gusta que me miren a los ojos y me digan mi nombre”. Hacía corajes el tío, porque no todo mundo le decía su nombre, algunos le decían su apodo y él sublimaba su coraje. ¿Por qué digo esto? Porque yo no soy como el tío Ángel, a mí me pueden decir lo que quieran o incluso ignorarme y yo ¡tan campante! El otro día (en un vídeo que subió al Facebook la Benemérita UNACH, el 26 de noviembre 2025) el gran Padura dijo: “Siempre, Cuba ha tenido una proyección. Alguien decía, en una de las presentaciones que he tenido en Chiapas, que Cuba es una isla con vocación de continente…” Cuando lo vi supe quién había sido ese alguien, ¡sí, tu amigo Molinarito! ¿Mirás la trascendencia de los “alguien” del mundo? Los nombres propios pueden enredarse en la memoria, pero las palabras aparecen por encima de dicho olvido. Padura recordó con precisión las palabras que dije a la hora de mi participación a su lado, en el auditorio del Centro Cultural Rosario Castellanos. Cuando vi y escuché lo que dijo pensé que Padura estuvo pendiente de mis palabras y esto me llenó de orgullo, porque luego citó de memoria cada una de ellas y no sólo eso, sino que le sirvió para extenderse en un comentario. Sólo los memoriosos conservan nombres de las personas que, por azar, se topan en el mundo. Yo soy incapaz de retener nombres en mi memoria, me da cierta penita, pero para mí la mayoría de hombres y de mujeres entran en la categoría donde me puso Padura: en el nicho de los alguien, de los alguien que en el mundo han sido, que son. Porque alguien dijo tal cosa, alguien hizo tal cosa, alguien pensó tal cosa, pero no recuerdo quién fue con precisión. Pero muchas veces resulta que esas cosas que dijeron, que hicieron o que pensaron esos seres humanos sin nombre ¡son importantes! En este caso lo que dije resultó trascendente, no porque haya sido dicho por mí, sino porque lo retomó el gran escritor cubano, reconocido en toda Hispanoamérica y otros países del mundo. Lo dicho por mí tomó mayor importancia, porque Padura aceptó que su isla tiene vocación de continente. Mirá qué dijo Padura, después de la cita: “…creo que esa vocación de continente, sobre todo, tiene que ver con la cultura, con la posibilidad de expandir una cultura. La música cubana es uno de los valores universales y, por ejemplo, comparte con México el danzón y el bolero. Le tenemos mucha gratitud a México por el espacio que tradicionalmente nos ha dado, a los músicos, a los escritores, a los pintores cubanos, a los bailarines, a los actores que han pasado por aquí…” Y con esto fue confirmando lo que dije: Cuba es una isla con vocación de continente, los cubanos y cubanas son gente que no está a-isla-da, sino integrada al mundo en forma tan rotunda que no dudamos en decir que amamos a esa isla fabulosa, por todo lo que significa, por todo lo que es, por todo lo que nos ha dado, como bien dice Padura, sobre todo en el plano de la cultura. Pensá en un lugar imaginario donde todo mundo es alguien y sólo son identificados por los actos que realizan. Alguien es el que siembra los árboles, alguien es el que los poda; alguien es el que construye los puentes, alguien el que hace los caminos; alguien el que construye edificios con palabras, alguien el que los echa a volar. Alguien el que ama a alguien y hace más deslumbrante el mundo. Posdata: veo imágenes de La Habana, de Londres, de Ciudad de México y de París. Veo a gente que va de un lado para otro, en calles y plazas, que entra a templos y a panteones. Veo a esas personas, sé que tienen nombres propios, que en su barrio son conocidos, que, incluso, tienen apodos cariñosos, pero para mí, todos ellos entran en esa bodega maravillosa de los “alguien”. Cada uno de ellos y de ellas tienen testimonios maravillosos, tal vez uno de ellos es escritor, tal vez una de ellas es actriz. Pero yo no los conozco, si pudiera escucharlos haría lo mismo que hizo Leonardo Padura a la hora que participé en la charla que brindó en Comitán, pondría mucha atención porque la palabra sirve para recordar nombres, pero, sobre todo, para desgajar paraísos no terrenales, donde esa caterva formada por millones de gente denominada “alguien”, vive y modifica pequeñas parcelas. La mañana del 26 de noviembre, Padura puso atención a mis palabras, fui un alguien que llamó su atención, así sucede en muchos instantes de la vida, instantes que son como frutos orgánicos. ¡Tzatz Comitán!

sábado, 29 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON LIBRO EXCEPCIONAL

Querida Mariana: ¿Cuál pluma tan fina como la del quetzal? ¿Cuál la pluma encargada de narrar los sucesos de la fundación del pueblo que hoy habitamos? La única pluma de tal proeza, la que tiene el conocimiento y el genio es la de un comiteco distinguido, nombre cuyo apellido paterno lleva la savia de la sangre castellana bañada en el Duero: Luis Armando Suárez Argüello. El comiteco Luis Armando acaba de publicar la novela: “Don Pedro de Portocarrero. Crónica de sucesos recuperados del olvido”, donde, en forma por demás brillante, narra el origen del pueblo llamado San Cristóbal de los llanos (hoy Comitán). Su pluma, tan colorida, bella y tersa, como la del ave llamada quetzal, retrotrae a sus lectores al siglo XVI, a los años de 1527 y 1528, lapso donde los conquistadores españoles se internaron hacia tierras guatemaltecas y fundan lo que hoy es la Antigua Guatemala y luego Don Pedro de Portocarrero sube a tierras chiapanecas y al llegar al valle hijo del Junchavín funda lo que hoy es considerada una ciudad maravillosa, que es cobijo de los llamados comitecos, pueblo que es gloria de Chiapas. Nadie más que Luis Armando pudo escribir esta novela prodigiosa. En esta novela se recupera la figura del conquistador español, cuyo nombre estuvo por debajo de la fama de Diego de Mazariegos; en esta novela se explica el porqué de tal olvido. Cuando Don Pedro de Portocarrero funda nuestro pueblo (el primero en territorio chiapaneco), Don Diego de Mazariegos, capitán y teniente de gobernador de las provincias de Chiapa y los llanos de ellas, exige dicho rango y solicita la intervención de las autoridades de la Nueva España, quienes decretan que Portocarrero abandone el pueblo que fundó y regrese a territorio guatemalteco. Luis Armando nos cuenta que el fundador español de nuestra ciudad es desterrado y con ello se echa tierra a su memoria. Esperé durante años la promesa de Luis Armando, quien me aseguraba que pronto daría a conocer la novela que escribía. Tardó años, por eso, cuando vi en Facebook que ya había publicado “Don Pedro de Portocarrero. Crónica de sucesos recuperados del olvido”, corrí a adquirir mi ejemplar que estaba en promoción por Buen Fin. Pucha, lo vendió en trescientos pesos, no quiero imaginar cuál era el precio sin la promoción del Buen Fin. En fin. Lo adquirí y comencé a leerlo con avidez. Cumplió mis expectativas y fue más allá. Supe que estaba ante una gran obra literaria; supe que la pluma de Luis Armando corroboraba el pensamiento del escritor Leopoldo Borrás, quien, en cuanta oportunidad tenía, aseveraba que el mejor escritor de Comitán era Luis Armando Suárez Argüello. Estos tiempos no son los tiempos de Rosario Castellanos, quien fue acusada por los comitecos ladinos de traicionar a los suyos, a los hacendados, al mostrar las condiciones en que vivían los indígenas en las haciendas. ¿Cómo era posible que ella, siendo hija de un terrateniente, diera a conocer cuál era el trato que los blancos infligían a los indígenas? ¿Estaba del lado de los otros? En el libro de Luis Armando uno termina seducido por la personalidad del conquistador español. ¿Cómo no? Don Pedro de Portocarrero fue un gran lector, un hombre culto, tercer conde de Medellín. El fundador de nuestro Comitán nada tenía que ver con los bárbaros conquistadores que encontramos en la historia narrada en los libros de texto gratuito; nada que ver con la imagen de los encarnizados, ignorantes, ex presidiarios, incultos y bárbaros conquistadores que acompañaron a Cortés. En tiempos donde existe una condena hacia toda la barbarie española, el conquistador de las letras comitecas, Luis Armando, nos da otro rostro, uno que nos muestra al fundador de Comitán como un hombre que, en efecto, con la espada llegó a conquistar territorios para España, para evangelizar y entregar un idioma diferente, pero que lo hizo, ¿se puede decir?, con gallardía y nobleza. Este proceso hizo que ahora nosotros hablemos el idioma castellano y millones de mexicanos profesen la religión católica. Este proceso hizo que los habitantes de esta tierra tengamos un maravilloso sincretismo de los habitantes que Portocarrero encontró y de los que nos conquistaron. Luis Armando nos dice en este libro que nuestro Comitán celebrará los quinientos años de un pueblo que fundó un conquistador español. Esto somos. El autor nos da la visión de un español culto, de ahí también venimos, por eso este pueblo aspira a la civilización, a dejar su lado bárbaro. El autor es un gran narrador, la historia que nos cuenta es fascinante; camina por los escabrosos senderos de la historia del siglo XVI y por los toboganes prodigiosos de la imaginación, donde sólo se atreven los grandes pensadores. Es un autor travieso que trasgrede los límites del que sabe que está jugando con la creación. Hay un instante sorprendente donde se cuela el nombre de Ítalo Calvino, que en aquel siglo no era ni proyecto de vida. Cosas veredes. Luis Armando es un mago, genial, único. Honra la tradición de su padre, quien fue un gran lector, gran tipógrafo, amante de los tipos de imprenta, por eso siempre fue reconocido como un tipazazazo. Tipazazazo resultó su crío. Posdata: el miércoles 26 de noviembre 2025 a las doce del día fue la presentación oficial, en una gran ventana televisiva: la del canal 10. La presentación se vio en todo Chiapas y más allá de estas fronteras limitadas. Luis Armando eligió a Diana Erika Cruz Jiménez y a Juan Carlos Gómez Aranda como presentadores del libro; tuvo moderador de lujo: Mario Escobar Gálvez, actual director del Sistema de Radio y Televisión de Chiapas. El programa puede verse en redes, el siglo XVI está a la mano del siglo XXI. ¡Cosas veredes! ¡Tzatz Comitán!

viernes, 28 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN INSTANTE

Querida Mariana: sorpresas te da la vida, dice la canción. Ayer abrí mi página del Facebook y hallé esta fotografía, me generó una grata sorpresa. Imagen tomada por el excelente Osiris Aquino. Imagen de impacto, por la belleza y fuerza de la toma y por el chubasco de años que cayeron como lluvia de confeti. La vida me ha concedido el privilegio de conocer a grandes artistas de la lente, uno de ellos es mi admirado Osiris, quien anduvo un tiempo en Comitán. Lo recuerdo en la Casa de la Cultura, cuando María Elena Jiménez fue directora de dicho centro cultural. Niña querida, vos sabés que mi memoria es más escasa que el número de vírgenes en el infierno, pero recuerdo una muestra de fotografía que Osiris impulsó en el andador frente al parque central, que estaba relacionada con la obra de Juan Rulfo (gran escritor y, como Osiris, también excelente fotógrafo). ¿Fue así? Tal vez sí, porque hay creadores que son tan grandes que no dudan en compartir su talento. Osiris es grande entre los grandes, hizo favor de compartirme esta fotografía. ¿Mirás qué dije? Compartirme. Esta palabra puedo compartirla, pero también partirla, porque com-partirme fue una sensación inmediata, me partió, ya lo dije, por la fuerza de la imagen. Esta esencia sólo les está permitida a los artistas más sublimes. Osiris dijo que la fotografía la tomó en el año de 2012. Es un instante de hace trece años. Estábamos en la cabina de radio IMER, y digo estábamos, porque mientras yo leo, en la mesa están Aracely Argüello, María Elena Jiménez, Mirtha Luz Pérez Robledo y el artista de la lente. Ahora es común decir: tomame una foto, así como que no me doy cuenta. Acá leo y, por supuesto, nunca imaginé que Osiris hacía esta toma. Tengo en mis manos la novela “Balún Canán”, de Rosario Castellanos. Osiris, así se ve, se colocó en cuclillas para lograr que el libro estuviera en primer plano, ahí está también mi mano con un curita en el dedo. El curita tiene su explicación, me lo pongo por dos situaciones: servía como esos hilitos rojos que se coloca la gente para recordar algo y para protegerme de una ligera lesión. El curita cumplía su trabajo con eficiencia, me protegía y me ayudaba a decirme, al verlo, que debía recordar que Dios estaba conmigo, era una doble protección, física y espiritual. Pero la fuerza de la imagen la otorgó la genialidad de Osiris, nunca he visto en mí o en algún otro tal caudal de energía en un acto de lectura. No sé qué fragmento leía, pero al ver la fotografía ahora (en 2025) pienso que transmitía un párrafo intenso, con la intensidad que Rosario escribió. Quiero pensar que alguien de la mesa me invitó a participar en el programa, tal vez lo hizo Malena, tal vez ella organizó una lectura de la obra de Rosario y también Mirtha leyó, porque en la mesa, aparte de esta novela está un libro gordo, coedición del Fondo de Cultura Económica y del Coneculta, cuando la admirada Marvin Arriaga era directora, donde está reunida toda su obra poética. Trece años antes del Centenario del Nacimiento de Rosario Castellanos, nosotros hicimos un reconocimiento a la grandeza de Rosario; así como ahora hago un reconocimiento al talento de Osiris, mientras agradezco su generosidad al tomar la fotografía y compartírmela trece años después. Pienso que al momento de la toma ya pronuncié una palabra, el sonido vuela como navío en el aire, ya llegó al chunche llamado micrófono y se difundió en las ondas hertzianas, ya llegó a miles de hogares donde los hombres y las mujeres trabajan mientras escuchan la radio o conducen sus autos y se entretienen con las emisiones de Radio IMER o están sentados plácidamente en sus butacas y reciben la fuerza de las palabras o de la música transmitida. Trasmisión. Esta fotografía de Osiris transmite, sintetiza un egregio momento: ahí está Rosario, ahí está el lector, ahí la magia de la radio, de la comunicación, del acto de compartir. Posdata: fui invitado y resulté honrado con la imagen que Osiris me envió. Trece años después, oh, gran maestro; lapso que se recuperó a la hora de recibir esta imagen, sirvió como asidero en el tiempo. Hemos vivido, hemos sembrado gajos de luz en memoria de Rosario, desde hace años. Que esta carta sirva para honrar el talento y el genio de Osiris. ¡Mirá el vendaval que produce su fotografía, es un caudal de energía atrapado para siempre! Cada vez que alguien vea la imagen recibirá este borbollón de luz, cascada sublime. Honra para el gran fotógrafo, por siempre. ¡Tzatz Comitán!

jueves, 27 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN LIBRO DE EMMANUEL

Querida Mariana: acá estamos Margarita Cancino Crocker, Emmanuel Grajales Clavel, Dora Patricia Espinosa Vázquez y yo. Estamos en la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez. Roberto Carlos hizo favor de tomarnos la fotografía. Fue la tarde del domingo 23 de noviembre 2025. Cuando nos sentamos, Paty dijo que los cuatro estábamos como niños buenos, con las manos sobre la mesa. ¿Qué indica esta posición? Espera. Algo sucederá. Y esa tarde de domingo sucedió un acto cultural. Emmanuel presentó su libro “El imaginario limítrofe”. Margarita, quien es la directora de la casa museo nos recibió, siempre muy afectuosa, diligente. Dora Patricia hizo comentarios al libro de Emmanuel y yo fungí como moderador. Como dicen los clásicos, la asistencia del público fue selecta. Casi todos dijeron que fue por el día: domingo. En realidad (nosotros lo sabemos), la asistencia es escasa en este pueblo, cuando de actos culturales se trata. ¡No! No debo ser tan generoso con el término cultural, porque el pueblo asiste a los eventos musicales de banda, que también son culturales. Cuando se presentan los Tigres del Norte, del Sur, del Centro o de la Patagonia, no alcanza el espacio abierto para recibir a toda la fanaticada. ¿Ya viste qué dice la frase de tío Belis? “Si cada uno de los mexicanos hiciera lo que le corresponde, la patria estaría salvada”. Ese día (tratamos de hacerlo cada día), los cuatro protagonistas de este acto hicimos lo que nos correspondía. ¿Qué tanto salvamos a la patria? No lo sé, pero cada uno en su pequeña parcela sembró espigas de luz. Margarita nos recibió en pleno domingo, estuvo pendiente de cada una de nuestras palabras (ella dio el mensaje de bienvenida y luego nos entregó reconocimientos); Paty leyó un breve texto que preparó, donde hizo una síntesis del contenido del libro de Emmanuel; el autor fue pródigo en sus comentarios, porque, con sencillez y con gran capacidad, desbrozó sus intereses y la génesis de las crónicas que componen el libro “El imaginario limítrofe”. Estas crónicas dan constancia del pueblo donde vive: Tuxtla Gutiérrez. ¿Debí decir ciudad? Tal vez sí, porque es la capital del estado de Chiapas, pero Emmanuel nos entrega una mirada acuciosa de lo que no se ve a simple vista, tal vez lejos del glamur de la gran ciudad del sureste. Un día después estuvo en Comitán el escritor cubano Leonardo Padura, en su intervención comentó que su obra tiene como entorno su país de origen y la ciudad donde nació: La Habana. Emmanuel habla de la ciudad donde vive, de los escalones y los pasamanos de la ciudad donde la gente sueña con subir. Llegué a la cita justo a tiempo. Era domingo, no había en el parque central más que un bolero, como si fuera la fila de la compra de tortillas o la fila donde entregan los boletos para la actuación de Julión Álvarez, tomé mi lugar y esperé a que pasaran las otras personas que esperaban la boleada. Me tocó estar después de un compa con botas, pensé que ese tipo de calzado lleva más tiempo y más grasa y más de todo. Así fue, lo que los otros pagaron veinte pesos a este compa le costó treinta. Por fin pasé. Por favor, le dije al bolero, un trapazo de tres minutos porque el tiempo lo tengo colgado como corbata en el cuello. Trapazo de tres minutos, di los veinte pesos y llegué al lugar de la cita. En el patio central ya estaba Emmanuel, Margarita y Paty. Saludé. Soy Alejandro, le dije a Emmanuel y él de inmediato dijo: ya nos conocemos, estuve la vez que presentaste tu libro “Historia triste de un cuentahistorias”, en la Sala Carlos Fuentes, en la UNACH”. Recordé esa tarde donde, gracias a la intervención de dos queridos maestros que tuve en la facultad: Luciano Villarreal y Adolfo Altamira se llenó la sala de estudiantes, entre los cuales estuvo Emmanuel. Posdata: el autor llegó cinco años después, a cumplir una cita que tenía pendiente con Comitán y con la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez. Llegó, vio y venció. Al final prometió que volverá para el año veinte veintiséis, traeré treinta ejemplares, dijo. Emmanuel es un buen narrador, sus crónicas literarias contemporáneas le dan un aire fresco a los textos decimonónicos con que a veces nos topamos. Fue un gran gusto conocerlo físicamente. Me gusta el trabajo literario que impulsa. ¡Tzatz Comitán!

miércoles, 26 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DEL DÍA QUE PADURA LLEGÓ A COMITÁN

Querida Mariana: ya dije que Leonardo Padura estuvo en Comitán; ya dije que jamás en la historia de este pueblo había llegado un escritor de tal envergadura (no sé si escribo esta palabra para que rime con Padura), bueno, lo que quiero decir es que la presencia de Leonardo fue un hecho histórico para este pueblo. Debo decir, porque estuve cerca de él, que lo vi contento, que cuando se fue, sin duda, se llevó un buen sabor de boca. Él sintió el cariño que los comitecos y comitecas le prodigamos, desde la chica estudiante del CBTis 108 que hizo fila para alcanzar la firma en la novela “Adiós, Hemingway”, hasta el presidente municipal que le entregó un pergamino donde quedó de manifiesto que el Ayuntamiento comiteco, en nombre de nuestro pueblo, lo nombró Visitante Distinguido. El cariño manifiesto hizo que se relajara, porque cuando llegó al pueblo bajó de la camioneta de la Benemérita UNACH, estaba medio resmolido (tanto tope). La Benemérita UNACH fue la institución que hizo el prodigio de la visita del famoso escritor; que nadie más se quiera colocar medallitas. La iniciativa fue directamente del rector Oswaldo Chacón Rojas. Yo, como ex alumno de la Benemérita UNACH me siento muy satisfecho porque mi Alma Mater haya traído a Leonardo. A Comitán ya le tocaba algo bueno, algo excepcional. La presencia de Leonardo Padura fue memorable. Digo que se le quitó el inicial agotamiento, porque cuando lo saludé en un pasillo del Centro Cultural Rosario Castellanos y le pedí a él y a Lucía (su esposa) que me regalaran la foto de privilegio, ante mi pregunta de cómo se había sentido en Chiapas me dijo: “Los chiapanecos son de alto octanaje. Me dicen: vamos acá cerca y resulta que son dos horas de camino”. Pero él, que nunca había estado en Chiapas y menos en Comitán, disfrutó su estancia, digo yo. Lo vi contento cuando el presidente municipal le entregó el pergamino, Padura dio dos o tres pasos en el escenario y mostró el pergamino a la audiencia y en ese momento todos los asistentes aplaudieron con gran entusiasmo, con cariño, como refrendando lo que el documento consignaba. ¡Sí, Leonardo!, fuiste un visitante distinguido, le diste distinción a nuestro pueblo. Mi compa Quique me dijo: estás chento. ¡Cómo no! Estuve muy cerca de Padura, tan cerca como lo mirás en esta foto, que tomé porque acá el mago hizo un prodigio con sus manos. Resulta que estaba a punto de leer fragmentos de su libro “Ir a La Habana”, ejemplar, por cierto, que es de Dora Patricia Espinosa y él aprovechó para leer (ese libro de Paty estuvo en las manos del gran autor literario. Pucha, que lo guarde adentro de un estuche especial). Digo que Padura se disponía a leer, tomó el micrófono y como si fuera su tocayo Leonardo Da Vinci, improvisó un mecanismo para que el micrófono no tuviera que sostenerlo entre las manos. Acá mirás lo que hizo: tomó el personificador de acrílico con su nombre y una botellita de agua, sus manos buscaron el equilibrio y logró, después de un intento, que el chunche quedara como acá lo mirás. Pero, ¡ah!, la pinche ley de gravedad hizo que minutos después, cuando ya leía el inicio de su novela, donde cuenta cómo surgió la idea de este libro, el chunche cayera. Nos echó la culpa a “los colegas” que estábamos en la mesa, yo, como desagravio, tomé el micrófono y le dije que leyera, que sostendría el aparatejo, pero en ese instante, como si fuera Supermán, llegó Guayito (experto en sonido) y colocó el micrófono en un pedestal de mesa. Padura dijo: “llegó el progreso” y continuó leyendo. Estaba contento, leyó con agrado, exigió que hubiese silencio cuando apareció una mancha rumorosa y respondió con generosidad las preguntas que le hicieron al final. Posdata: cuando todo terminó, Dora Patricia y yo nos despedimos porque teníamos un compromiso por cumplir. Qué pena, no aceptamos la invitación para acompañarlos a comer que nos hizo la poeta Rosy Vázquez, pero luego vi una foto donde, de nuevo, Padura está exultante, feliz. Sucede que fueron al restaurante 1813 y ahí lo trataron a cuerpo de rey, le explicaron la tradición comiteca de la reja de papel de china y, como si fuera su cumpleaños, le prepararon una especial. Él se puso detrás de la reja y la fue cortando, de arriba hacia abajo, cuando hubo un hueco suficiente sacó su carita y sonrió, luego terminó de romper la reja, pasó por encima de la puerta, abrió los brazos, recibió una lluvia de confeti y todos aplaudieron. Él estaba feliz, estaba en nuestra tierra, tierra amable, cuna de Rosario Castellanos, quien cumplió su centenario de nacimiento en este 2025, año glorioso en el que Leonardo Padura nos visitó. ¡Tzatz Comitán!

martes, 25 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON VISITANTE DISTINGUIDO

Querida Mariana: como lo dijimos, Leonardo Padura estuvo en Comitán. Llegó el 24 de noviembre de 2025, se presentó en el auditorio del Centro Cultural Rosario Castellanos. En esta fotografía (que robo del Centro Cultural Rosario Castellanos) estamos en la mesa de honor: Dora Patricia Espinosa, Leonardo Padura, tu amigo Alejandro y el poeta Ismael Vázquez. Ismael y yo hicimos breves comentarios en torno a la visita y el legado literario que significa la obra del escritor cubano; Paty moderó el acto, donde, al final, el presidente municipal de nuestro pueblo, Mario Antonio Guillén Domínguez (Señor Fox), en nombre de toda nuestra sociedad, le entregó a Padura un pergamino que reconoce a Leonardo De la Caridad Padura Fuentes como Visitante Distinguido. Ah, qué buena elección, qué bien quedó nuestra ciudad. En nombre del rector de la Benemérita UNACH, institución que hizo el prodigio de la presencia del reconocido autor en Comitán, estuvo la secretaria general, Doctora María del Carmen Vázquez Velasco, quien dio un mensaje al cierre del acto, valorando la presencia de Padura. Como siempre que intervengo en un acto te paso copia del textillo que leí, mi lectura la dediqué a la memoria de mi mamacita y de mi papacito, quienes siempre apoyaron mi decisión de coquetear con el arte, dicho coqueteo me ha permitido vivir emociones indecibles, como, por ejemplo, estar al lado de un gran escritor, reconocido en todo el mundo de habla hispana y otras lenguas. Va copia, querida mía: Amamos a Cuba. Amamos ese país, porque es una isla con vocación de continente. Cuba tiene tanta energía que la irradia al mundo completo, que completa al mundo. Amamos a Cuba. La aman quienes aman la música, quienes aman el ron, quienes aman la zafra, quienes aman a mulatas y mulatos, quienes aman la revolución y la contrarrevolución, quienes aman la medicina, quienes aman la vida en forma plena. Los que amamos la literatura la amamos con todas sus letras, con todos sus requiebros lingüísticos, con todas sus nubes y sus mares. Esta generación ama a Cuba por los libros de Leonardo Padura, el gran escritor cubano. Por esto, hoy es un día glorioso e histórico para Comitán. Jamás había pisado esta tierra de Rosario Castellanos un navío con tal despliegue de velas. Padura ha enriquecido la gran ceiba de la literatura en lengua castellana, hoy enriquece nuestra historia local. Dije que Cuba es una isla con vocación de continente; Padura es un escritor que se resistió a ser isla, es un planeta interestelar. Hoy Comitán se honra con su visita, está acá para platicar de su libro: “Ir a La Habana”. Padura nació en el barrio de Mantilla, en La Habana, el barrio está más o menos en la periferia, así que cuando la gente de Mantilla iba al centro decía: ir a La Habana. Este libro habla de eso, de sus experiencias vitales en la ciudad que nació y donde sigue viviendo. El libro nos lleva a recorrer sus plazas, su gente, sus atardeceres, sus calles, sus lugares amados, sus rincones favoritos, sus fortalezas y sus miserias. Padura ya cumplió setenta años de vida, pero sigue siendo el chico que se maravilla ante esa ciudad que huele a puro, a caña, a sueños de libertad. Hoy nos toca ir a La Habana, guiados de la mano del excelso narrador Padura, el escritor que nos hace amar a Cuba, en forma exponencial. Bienvenido, Leonardo. Todos los que acá estamos vinimos a escucharte, a disfrutar tu presencia. Gracias. Posdata: se llenó la parte baja del auditorio. La directora del CBTis, mujer talentosa y con gran sensibilidad, envió a dos grupos para que tuvieran la oportunidad de conocer a Leonardo Padura, fueron partícipes de un acto histórico para nuestro pueblo. En un momento, Padura interrumpió su lectura, porque escuchó algún rumor en la sala, pidió orden. A partir de ahí todo fue miel sobre salvadillo. Al final, los chicos se emocionaron cuando Padura dio unos pasos al frente y mostró el pergamino que segundos antes le había entregado el presidente municipal; y luego, varios, hicieron fila para comprar libros y pasar a la firma con el autor; escuché a dos chicos preguntarle procesos de creación literaria a Padura y éste les respondió en forma generosa. Todo fue una gran fiesta. Sin duda que algunos chicos y chicas fueron tocados con la magia de la literatura y la presencia del gran escritor hará que sus vidas sean más plenas. Ah, ojalá más actos como éste en nuestro pueblo; ojalá más siembra de espigas de luz. ¡Tzatz Comitán!

lunes, 24 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UNA VERDADERA MAESTRA

Querida Mariana: comparto tres diplomas, de muchos que recibió mi mamá. Si te das cuenta, el trato es de profesora; como siempre, el reconocimiento se queda corto ante la grandeza de las grandes. Mi mamá era una maestra. Tuve un jefe a quien le decía maestro, él siempre me decía: “dime profesor, porque maestro sólo el grande, Jesús”. Va, pensé, tiene razón, no se merece el trato de maestro, es un simple profesor. Mi madre sí lo merecía, las instituciones (acá lo ves) nunca le dieron ese trato. ¿Sabés quiénes sí la reconocían como tal? Las chicas que iban a su tienda y recibieron lecciones para hacer las puntadas iniciales. No sé en qué momento mi mamá inició con su tienda de estambres, porque al principio vendió sombreros, como muchas de las integrantes de la familia Bermúdez, pero lo suyo lo suyo, no eran los sombreros, lo suyo era la creatividad. A pesar de que la enfermedad de artritis le jodió un poco los dedos (los tenía torcidos), ella fue una verdadera maestra del tejido. A finales de los años sesenta puso su tienda donde antes estuvo el negocio de la Casa Yanini. El edificio era de mi papá, así que cuando Don Vicente Yanini abandonó la venta de tocadiscos, refrigeradores y demás enseres domésticos, mi mamá le dijo a mi papá que pondría una tienda de estambres. Mi papá, quien siempre fue muy cariñoso con mi mamá, mandó a hacer estantes de madera y mostradores. Una buena mañana abrió su negocio y poco a poco la gente llegó a comprar sus estambres. Quienes sabían tejer compraban, pero hubo chicas adolescentes que querían aprender y al llegar a comprar estambres preguntaban si mi mamá podía enseñarles, mi mamá (quienes la conocieron darán cuenta de ello), siempre generosa, les enseñaba, sin cobrarles nada. Digamos que la ganancia estaba en la venta de los bollos de estambre. A veces, en las tardes, había más de tres o cuatro chicas, sentadas, con agujetas, siguiendo las indicaciones de mi mamá; pero no sólo chicas llegaban, también chicos. ¿Ellos tejían? No, se hacían amigos de mi mamá para que estuvieran cerca de las chicas. Mi mamá recordaba mucho a Pepe Gómez Aranda (que en paz descanse, bueno, que ambos descansen en paz) que no faltaba, ya tenía su silla apartada, platicaba con mi mamá y esperaba la llegada de las chicas. Nunca supe si logró pegar su chicle, pero la lucha le hacía. Resulta que todas estas chicas sí la reconocieron con el título de maestra, a veces me topo con ellas y la recuerdan, dicen que mi mamá fue su maestra de tejido y yo me siento orgulloso. Hasta la fecha me sigue pareciendo un misterio todo lo que muestra una revista de tejido, porque hay una fotografía en color de una chica que modela una prenda y luego aparecen diagramas que muestran los puntos. Ahora que escribo esta carta tengo en mi vista una página donde aparece la siguiente explicación: “Número de puntos al aire de la cadeneta base: 184 más 3 de subida”. Es un conocimiento que sólo entienden las grandes creadoras, mi mamá fue una de ellas. Ahora que falleció (hace pocos días) mi Paty abrió unas gavetas, me enseñó unas piezas tejidas y dijo: “Ya no las terminó”. Bueno, la vida no es más que esa definición, todo queda pendiente en la vida, porque la vida no alcanza para más. Mi mamá hizo mucho y todo lo hizo bien. Ella se tejía sus chalecos, suéteres y sacos. A mí, en la adolescencia me tejía suéteres y yo (cosa rara, porque los jóvenes somos bobos) me sentía orgulloso de eso, sabía que en ningún otro lugar había una prenda similar. En los años setenta ella me tejía pecheras, que las pasaba por la cabeza e iban debajo de la camisa y sobresalían en el cuello, el corte de cuello de tortuga estaba de moda, así que yo estaba in y calientito, porque siempre he sido muy friolento. Cuando la autoridad decidió tirar la manzana (ahora llamada de la discordia) desapareció el edificio donde estaba la tienda de mi mamá. Con la poca paga que les dieron por la propiedad (como siempre resulta, los cercanos a los gobernantes recibieron mejores indemnizaciones) mi mamá y mi papá compraron un local en el Pasaje Morales y ahí siguió mi mamá con su negocio, era un espacio más pequeño, pero siempre lleno de luz, siempre lleno de personas, llegaban a comprar y se quedaban a chismear. Ah, era muy alegre. Yo llegaba frecuentemente, porque me gustaba pararme en la puerta y ver el movimiento de gente que se daba en el pasaje. Bien puesto el nombre, era un pasaje con toda la belleza de esos espacios, llenos de vida. Hoy ya no hay manzana de la discordia, el pasaje ya no tiene la vida que tuvo antes, y la maestra del tejido comiteco ya no existe. Todo es una lección de vida: siempre hay acciones que se quedan pendientes. Posdata: Te paso copia de algunos reconocimientos que mi mamacita recibió por parte de los directivos del Geriátrico. Ella impartía cursos de verano. ¿Ganaba paga? Por supuesto que no. Ella siempre dio en forma generosa, cuando menos tuvo dio más. ¡Tzatz Comitán!

domingo, 23 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON IMÁGENES SUBLIMES

Querida Mariana: mi amigo Víctor González me envió esta fotografía. Fue tomada, más o menos, a principios de los setenta, porque Víctor estudiaba en la ETI. Es una imagen sensacional. Víctor se motivó cuando vio la foto que te compartí, donde estoy al lado de Florecita Pérez Velasco, en un ensayo, en el teatro de la Casa de la Cultura. La envió como para decir que muchos le hicimos a la “teatrada”, que jugamos en el escenario, que disfrutamos ser actores; también, entiendo, lo hizo para compartir un momento excepcional de aquella maravillosa edad, porque si mirás bien, encontrarás elementos que dan una idea de cómo era nuestro pueblo en aquellos años. Comitán era, todavía, un pueblo afectuoso, sencillo. Y digo sencillo, porque ves que la obra teatral se representó en plena calle, ahí se montó un templete y los actores y actrices actuaron, mientras los espectadores estaban muy cerca del escenario, algunos sentados, la mayoría de pie. Esto fue como una extensión de las pequeñas obras que se montaban en los sitios de las casas, donde, de igual manera, se improvisaba un templete, se colocaba un lazo con una tela que un niño jalaba a la hora de que se daba la ¡tercera llamada, comenzamos! Tal vez debo decir que los pilares de madera que se ven al fondo eran los del portal poniente, frente al íntimo parque central; es decir, la gente que presencia el acto está en ese corredor, que estaba, como hasta la fecha, por encima del nivel de calle. ¿Ya adivinaste dónde es el lugar? Si ahora nos pusiéramos en el lugar que estuvo el fotógrafo veríamos los cafés y restaurantes que están en el andador. Donde las autoridades y alumnos de la ETI colocaron el templete, ahora hay sombrillas, mesas y sillas donde la gente llega a tomar un café, un refresco o a desayunar. Esta fotografía que envió Víctor demuestra que en ese tiempo bastaba echarle ganas a la vida para hacer cosas sorprendentes, montaron el escenario y luego improvisaron una escenografía mínima que ambientó la obra teatral. Bastaron unas sillas, una mesa, una jarra y dos vasos de cristal, de esos en los que bebíamos el agua de temperante. En los años setenta, la moda para los chicos era el cabello largo, Víctor tiene una buena mata de cabello; un chaleco y, ¡obviamente!, el pantalón acampanado. El actor y la actriz tienen micrófonos para que el diálogo se lograra escuchar, Víctor debió hacer movimientos mínimos, la chica, en cambio, tuvo mayor libertad para moverse, porque tiene el micrófono en la mano (no mucho, porque el cable debió ser más o menos corto). Víctor me dijo que no recuerda el nombre de su compañera, que ella no era de Comitán, que llegó de Motozintla y luego abandonó el pueblo, pero acá está su imagen infinita en el pueblo infinito. Toda la audiencia está atenta, hay una mamá que carga a su criatura que tiene un gorrito tejido, para que el frío le haga lo que el viento a Juárez. Aparte de lo que he mencionado agregaré un dato que ilumina mi memoria y mi corazón: si ves con atención, en la pared aparece escrito un apellido: Martínez, con una A mayúscula, como si fuera capitular, porque tiene su garigoleo simpático. Si me permitís hago un ejercicio de imaginación y completo la palabra que antecedía al apellido, tal vez decía Lonchería Martínez, ¡sí!, era el local de Tío Jul, que estuvo en ese local durante muchos años. Recordá que te he contado que mi casa de infancia estaba a media cuadra del parque y que los sábados (tal vez viernes, no lo sé) íbamos con mi mamá a comprar los únicos, excelentes, riquísimos, jamás repetidos, tamales de azafrán que tío Jul y Doña Cari ofrecían. A veces, también, comprábamos los tradicionales panes compuestos, las tortas, las chalupas, los tacos (que ahora se llaman estilo tío Jul) y las butifarras. Ah, qué tiempos, señor Don Simón de las verduras y del chicharrón. Pero la tarde de la obra el portal dejó de ser el corredor donde caminábamos a diario y se volvió como luneta, más bien gayola, de un teatro al aire libre, maravilloso lugar de encuentro con lo artístico, porque, vos lo sabés, el pueblo ha sido pródigo en hijos e hijas cultivadores del arte. Acá una muestra de una obra de teatro, como si hubiesen sido continuadores de los cómicos de la legua, que se dio durante el Renacimiento, donde la calle servía como el gran teatro para representar obras teatrales. Vi la foto y agradecí a Víctor que la hubiera compartido, como siempre pedí permiso para enviártela a vos, porque sé que esto alimenta tu alma y tu mente, sé que de acá pepenás esencias que luego volcás en tus argumentos cinematográficos. Ah, hay tanta historia en nuestro pueblo, todavía está por escribirse toda la grandeza de Comitán. Posdata: esta foto habla de los años setenta, del principio de esa década; ya tiene mucho aire que consumió este globo, ya ha volado varias veces. Ahora, los herederos de la tradición de tío Jul y de Doña Caritina siguen dándole vuelo al buen gusto; ahora tienen su local casi al lado del templo de Guadalupe. Ahí está el mero sabor que los fundadores iniciaron. El mero hueso de tío Jul está en ese local, en ningún otro lugar. ¿Taquitos estilo tío Jul? Hay muchos negocios que así lo mencionan, pero el sabor único está en el local del barrio de Guadalupe. No me hagás caso, pero siempre relaciono lo que veo con mi persona. Dije que viví casi a una cuadra del local donde, en los años sesenta y setenta, estuvo la lonchería Martínez y ahora, qué bendición, vivo a una cuadra del local donde está Tío Jul. Estamos ligados en historias, las historias geniales de este pueblo maravilloso. ¡Tzatz Comitán!

sábado, 22 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN TESTIMONIO

Querida Mariana: los estudiantes de la Universidad Mariano N. Ruiz realizan un interesante trabajo de redacción, eligen a un personaje de la comunidad y, a través de una entrevista, obtienen un testimonio de vida. El lema de dicho proyecto es: “Cada historia de vida es una pieza del rompecabezas de nuestra historia”. En febrero de 2016, el estudiante Gustavo de Jesús Gordillo Gutiérrez (hoy ya licenciado en Trabajo Social) entrevistó a José Guillermo Bermúdez Domínguez, quien fue su maestro de primaria. Mirá cómo terminó el testimonio, con la voz de Memo (como le decían sus amigos): “Cuando me pongo a platicar no me alcanza el tiempo, porque después de un recuerdo viene otro y luego otro. Agradezco a la vida y a Dios por estar contando el cuento todavía”. Memo contó el cuento, nació en 1957 y falleció en 2025, antes compartió instantes de vida, gracias al trabajo que realizó Gustavo, quien manifestó cariño y agradecimiento por el conocimiento recibido en temprana edad. Memo contó el cuento en el testimonio que tuvo como título: “La bendición de la Hierbabuena”, bonito título, que se desprendió del árbol familiar, porque su abuelo Guillermo Bermúdez, originario de San Cristóbal, pero avecindado en Comitán, casado con Juanita Bermúdez, ella sí mera comiteca, tuvo un rancho (finca) que se llama Hierbabuena, que está al lado de la carretera que va de Comitán a Teopisca. Memo estudió en el kínder Francisco Sarabia, en una casa que está en el barrio de San José; luego estudió dos años en la federal Belisario Domínguez (donde ahora está el Museo Arqueológico); al cursar el tercer grado ya pasó a la Matías de Córdova (en una casa a media cuadra del templo de Jesusito), el cuarto grado le tocó en el nuevo edificio (que fue inaugurado por el presidente Gustavo Díaz Ordaz, en 1968). Pero, fijate, contó un dato interesante: “a la escuela le encontraron un detalle constructivo y nos llevaron al edificio de la Belisario Domínguez, en la Cruz Grande, en el turno de la tarde, mientras arreglaban la escuela, ahí nos atendieron casi un año, después la entregaron ya detallada, con los arreglos que le tuvieron que hacer y ya terminé ahí mi educación primaria”. ¿Mirás? Al nuevo edificio le encontraron fallas, así que los niños de la Matías recibieron clases por las tardes en un edificio prestado, la escuela en el barrio de La Cruz Grande. Los chicos y chicas de esa generación deberán recordar estos momentos. No iban a clases en las mañanas, como siempre lo habían hecho, iban en las tardes, ya salían a la hora que comenzaba a oscurecer. Ah, Memo fue de los niños que sufrió bullying, así lo contó: “…un compañero me reclamaba que le había derramado un frasquito de Resistol y lo cobraba quitándome a diario mi gasto o la fruta que me ponía mi madre, llegó a tal grado que me acosaba en la esquina de mi casa. Una mañana me mandaron a comprar las tortillas y ahí estaba él y me dijo que si no le llevaba cinco pesos me iba a matar y llegó con una navaja, me dio mucho miedo; a mi mamá no le decía del problema por el temor de las sentencias que me hacía ese compañero. Mi mamá no sabía del problema, me llevó casi a rastras a la escuela y allá sí tuve que decir la verdad y me costó mucho superar esa situación (…) cuando fui profesor siempre tenía cuidado en decirles a los niños y a los padres de familia que checaran esos detalles para evitar problemas”. Los malvados nunca faltan, son abusivos, debería haber en el código universal una sanción ejemplar, para que vayan a joder a sus meretrices progenitoras, como diría el maestro Bernardo. En el testimonio, Memo cuenta muchos detalles de su vida profesional y familiar. Contó de la casa de sus abuelos paternos, tío Memito y tía Juanita, donde había un par de albercas; contó que el 24 de junio era el día de cumpleaños de su abuelita Juanita y llegaban más de cien nietos y bisnietos (la Bermudiza): “en las aglomeraciones de los primos en varias ocasiones alguno de ellos, sin querer, fue empujado y cayó al agua. Los que caían eran rescatados por los más grandecitos; las tías los desvestían, les frotaban alcohol, los envolvían en una sábana y los “llamaban” (era un secreto de antaño para curarlos del espanto y no se “azariaran”). En la parte de atrás del sitio los primos más grandes hacían funciones de box, poniendo a boxear a los más chiquitos según su tamaño y siempre acabó en tragedia, a alguno le sacaban mole (sangre) y salía llorando a quejarse con la abuelita y era cosa de nunca acabar”. Posdata: qué bonita iniciativa del Colegio Mariano N. Ruiz, donde sus alumnos entrevistaban a personajes y entregaban un testimonio de vida. Memo contó muchos recuerdos, te paso algo de lo que compartió. Mi amado Gutmita dice que Memo estuvo un año en el seminario de San Cristóbal, pero ese año bastó para que se ganara el corazón de todos los seminaristas, porque era un chico muy sano, noble, sin malicia. ¡Tzatz Comitán!

viernes, 21 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON MÍTICO PARQUE

Querida Mariana: acá está una postal con el parque de La Pila. Hay muchas transformaciones. Es que esta fotografía debe ser más o menos de los años setenta del siglo pasado, digo esto, porque en 1977 fue filmada la película “Balún Canán”, basada en la novela de nuestra amada escritora comiteca, al principio de la cinta aparece este parque, un grupo de carretas pasa en la calle que había entre la escalinata del templo y la ceiba (acá se ve a un viejo con bastón que camina por ahí). La imagen es muy bella, porque da cuenta de la placidez del lugar en ese tiempo. Al lado de la entrada hay un hombre sentado que recibe el sol. Ni siquiera lo insinúo, pero parecería un mendigo con un chuchito al lado, esperando que llegue una persona y antes de subir la escalinata y postrarse ante la imagen de Tata Lampo se conduela y le dé una moneda, para unas tortillas. ¿Ya viste que al fondo hay un tablero de básquetbol? Qué prodigio, igual que en el parque de Guadalupe, en el parque de La Pila había una cancha donde los vecinos echaban la cascarita. En las paredes se aprecian dos enormes letreros de bebidas, uno es de la Cerveza Corona y el otro del refresco Pepsi. El templo estaba pintado de blanco y las bancas del parque eran de granito rojo, con travesaños de madera. Por ahí, en la sombra, se ve a dos personas sentadas, mientras una mujer camina frente a la ceiba. Todo es armonioso, mirá cómo este rasgo de belleza se refleja en los tejados del templo que hacen juego con el de las casas circundantes. No sé cómo se vería una fotografía semejante en este tiempo. Bueno, no hay que echarle mucha imaginación, basta con saber que la calle ya no existe, tampoco las bancas ni las lámparas que acá se ven, tampoco el kiosco, ahora hay otro y la ceiba está rodeada por una rotonda, donde hay una placa que señala la edad aproximada del árbol. El pueblo ha sufrido muchas transformaciones, pocas han sido afortunadas, las autoridades han hecho su real gusto que, a veces, demuestra que tenían muy mal gusto, carente de sentido estético y, sobre todo, de beneficio comunitario. No sé qué pensás ahora, al ver esta imagen, pero yo digo que la cancha permitía la convivencia entre los chicos que ahí jugaban. Recordá que hay una imagen negativa del barrio de La Pila, porque sin importar la riqueza histórica que lo marca como el origen de nuestra ciudad, aún perdura la imagen que era un barrio de gente bragada donde había muchas cantinas y putas. La cancha permitía la sana convivencia (digo, aunque tal vez al final del encuentro algunos jugadores tomaban la cerveza Corona, haciéndole caso al anuncio y llevando la convivencia más allá del sitio deportivo). Ahora no hay tu cancha. Lo mismo sucedió en el parque de Guadalupe, eliminaron la cancha de básquetbol, la cambiaron por una pista de patinaje que nunca fue usada y luego construyeron lo que llamaron parque de la marimba, con una estructura de cemento que parodia una marimba, digo que parodia porque es una estructura sin mucho sentido estético, fría, ajena. Dicho espacio no ha servido para gran cosa, de vez en vez es usada, estaba mejor la cancha. A Rosario Castellanos no le gustaba el templo de Tata Lampo, a pesar de ser el recinto donde está la imagen del santo más consentido del pueblo. En una carta que le mandó a su novio Ricardo le dijo que “así se llama el santo”, con sentido irónico, como diciendo: aunque no lo creás existe el nombre de Caralampio. No sé vos qué pensás, pero a mí el parque de La Pila se me hace uno de los más fieritos del pueblo. Me gusta el central (a pesar de que ya no es el parque íntimo que viví de niño y que ahora sufre una serie de transformaciones temporales que lo convierten en un mercado sucio, maloliente); me gusta el de San Sebastián (aunque muchas personas se quejan de que el piso está levantado y los árboles viejitos pueden caerse en cualquier momento); me gusta el parque de Guadalupe, que está en mi barrio, aunque también su piso está todo levantado, jodidito. Ahora que escribo esto, pienso que estos espacios necesitarían más seguridad, en San Sebas y en los otros dos parques he visto un vigilante, pero en las noches se convierten en bocas de lobo, es un riesgo atreverse a caminar por ahí. Recuerdo que en una ocasión caminé en San Cristóbal en la noche y había patrullas con torretas haciendo recorridos frecuentes, esto me dio sensación de seguridad. ¿Acá en el pueblo? Posdata: vi esta postal (la encontré en un archivo olvidado) y sentí una emoción de aire fresco. Ah, nuestro pueblo, en los años setenta ¡era prodigioso todavía! Deberíamos iniciar una campaña ciudadana para ir recuperando nuestros espacios volviéndolos dignos. Es pues nuestra casa común, ¿por qué permitimos que se denigre? ¡Tzatz Comitán!