lunes, 24 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UNA VERDADERA MAESTRA

Querida Mariana: comparto tres diplomas, de muchos que recibió mi mamá. Si te das cuenta, el trato es de profesora; como siempre, el reconocimiento se queda corto ante la grandeza de las grandes. Mi mamá era una maestra. Tuve un jefe a quien le decía maestro, él siempre me decía: “dime profesor, porque maestro sólo el grande, Jesús”. Va, pensé, tiene razón, no se merece el trato de maestro, es un simple profesor. Mi madre sí lo merecía, las instituciones (acá lo ves) nunca le dieron ese trato. ¿Sabés quiénes sí la reconocían como tal? Las chicas que iban a su tienda y recibieron lecciones para hacer las puntadas iniciales. No sé en qué momento mi mamá inició con su tienda de estambres, porque al principio vendió sombreros, como muchas de las integrantes de la familia Bermúdez, pero lo suyo lo suyo, no eran los sombreros, lo suyo era la creatividad. A pesar de que la enfermedad de artritis le jodió un poco los dedos (los tenía torcidos), ella fue una verdadera maestra del tejido. A finales de los años sesenta puso su tienda donde antes estuvo el negocio de la Casa Yanini. El edificio era de mi papá, así que cuando Don Vicente Yanini abandonó la venta de tocadiscos, refrigeradores y demás enseres domésticos, mi mamá le dijo a mi papá que pondría una tienda de estambres. Mi papá, quien siempre fue muy cariñoso con mi mamá, mandó a hacer estantes de madera y mostradores. Una buena mañana abrió su negocio y poco a poco la gente llegó a comprar sus estambres. Quienes sabían tejer compraban, pero hubo chicas adolescentes que querían aprender y al llegar a comprar estambres preguntaban si mi mamá podía enseñarles, mi mamá (quienes la conocieron darán cuenta de ello), siempre generosa, les enseñaba, sin cobrarles nada. Digamos que la ganancia estaba en la venta de los bollos de estambre. A veces, en las tardes, había más de tres o cuatro chicas, sentadas, con agujetas, siguiendo las indicaciones de mi mamá; pero no sólo chicas llegaban, también chicos. ¿Ellos tejían? No, se hacían amigos de mi mamá para que estuvieran cerca de las chicas. Mi mamá recordaba mucho a Pepe Gómez Aranda (que en paz descanse, bueno, que ambos descansen en paz) que no faltaba, ya tenía su silla apartada, platicaba con mi mamá y esperaba la llegada de las chicas. Nunca supe si logró pegar su chicle, pero la lucha le hacía. Resulta que todas estas chicas sí la reconocieron con el título de maestra, a veces me topo con ellas y la recuerdan, dicen que mi mamá fue su maestra de tejido y yo me siento orgulloso. Hasta la fecha me sigue pareciendo un misterio todo lo que muestra una revista de tejido, porque hay una fotografía en color de una chica que modela una prenda y luego aparecen diagramas que muestran los puntos. Ahora que escribo esta carta tengo en mi vista una página donde aparece la siguiente explicación: “Número de puntos al aire de la cadeneta base: 184 más 3 de subida”. Es un conocimiento que sólo entienden las grandes creadoras, mi mamá fue una de ellas. Ahora que falleció (hace pocos días) mi Paty abrió unas gavetas, me enseñó unas piezas tejidas y dijo: “Ya no las terminó”. Bueno, la vida no es más que esa definición, todo queda pendiente en la vida, porque la vida no alcanza para más. Mi mamá hizo mucho y todo lo hizo bien. Ella se tejía sus chalecos, suéteres y sacos. A mí, en la adolescencia me tejía suéteres y yo (cosa rara, porque los jóvenes somos bobos) me sentía orgulloso de eso, sabía que en ningún otro lugar había una prenda similar. En los años setenta ella me tejía pecheras, que las pasaba por la cabeza e iban debajo de la camisa y sobresalían en el cuello, el corte de cuello de tortuga estaba de moda, así que yo estaba in y calientito, porque siempre he sido muy friolento. Cuando la autoridad decidió tirar la manzana (ahora llamada de la discordia) desapareció el edificio donde estaba la tienda de mi mamá. Con la poca paga que les dieron por la propiedad (como siempre resulta, los cercanos a los gobernantes recibieron mejores indemnizaciones) mi mamá y mi papá compraron un local en el Pasaje Morales y ahí siguió mi mamá con su negocio, era un espacio más pequeño, pero siempre lleno de luz, siempre lleno de personas, llegaban a comprar y se quedaban a chismear. Ah, era muy alegre. Yo llegaba frecuentemente, porque me gustaba pararme en la puerta y ver el movimiento de gente que se daba en el pasaje. Bien puesto el nombre, era un pasaje con toda la belleza de esos espacios, llenos de vida. Hoy ya no hay manzana de la discordia, el pasaje ya no tiene la vida que tuvo antes, y la maestra del tejido comiteco ya no existe. Todo es una lección de vida: siempre hay acciones que se quedan pendientes. Posdata: Te paso copia de algunos reconocimientos que mi mamacita recibió por parte de los directivos del Geriátrico. Ella impartía cursos de verano. ¿Ganaba paga? Por supuesto que no. Ella siempre dio en forma generosa, cuando menos tuvo dio más. ¡Tzatz Comitán!