domingo, 23 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON IMÁGENES SUBLIMES

Querida Mariana: mi amigo Víctor González me envió esta fotografía. Fue tomada, más o menos, a principios de los setenta, porque Víctor estudiaba en la ETI. Es una imagen sensacional. Víctor se motivó cuando vio la foto que te compartí, donde estoy al lado de Florecita Pérez Velasco, en un ensayo, en el teatro de la Casa de la Cultura. La envió como para decir que muchos le hicimos a la “teatrada”, que jugamos en el escenario, que disfrutamos ser actores; también, entiendo, lo hizo para compartir un momento excepcional de aquella maravillosa edad, porque si mirás bien, encontrarás elementos que dan una idea de cómo era nuestro pueblo en aquellos años. Comitán era, todavía, un pueblo afectuoso, sencillo. Y digo sencillo, porque ves que la obra teatral se representó en plena calle, ahí se montó un templete y los actores y actrices actuaron, mientras los espectadores estaban muy cerca del escenario, algunos sentados, la mayoría de pie. Esto fue como una extensión de las pequeñas obras que se montaban en los sitios de las casas, donde, de igual manera, se improvisaba un templete, se colocaba un lazo con una tela que un niño jalaba a la hora de que se daba la ¡tercera llamada, comenzamos! Tal vez debo decir que los pilares de madera que se ven al fondo eran los del portal poniente, frente al íntimo parque central; es decir, la gente que presencia el acto está en ese corredor, que estaba, como hasta la fecha, por encima del nivel de calle. ¿Ya adivinaste dónde es el lugar? Si ahora nos pusiéramos en el lugar que estuvo el fotógrafo veríamos los cafés y restaurantes que están en el andador. Donde las autoridades y alumnos de la ETI colocaron el templete, ahora hay sombrillas, mesas y sillas donde la gente llega a tomar un café, un refresco o a desayunar. Esta fotografía que envió Víctor demuestra que en ese tiempo bastaba echarle ganas a la vida para hacer cosas sorprendentes, montaron el escenario y luego improvisaron una escenografía mínima que ambientó la obra teatral. Bastaron unas sillas, una mesa, una jarra y dos vasos de cristal, de esos en los que bebíamos el agua de temperante. En los años setenta, la moda para los chicos era el cabello largo, Víctor tiene una buena mata de cabello; un chaleco y, ¡obviamente!, el pantalón acampanado. El actor y la actriz tienen micrófonos para que el diálogo se lograra escuchar, Víctor debió hacer movimientos mínimos, la chica, en cambio, tuvo mayor libertad para moverse, porque tiene el micrófono en la mano (no mucho, porque el cable debió ser más o menos corto). Víctor me dijo que no recuerda el nombre de su compañera, que ella no era de Comitán, que llegó de Motozintla y luego abandonó el pueblo, pero acá está su imagen infinita en el pueblo infinito. Toda la audiencia está atenta, hay una mamá que carga a su criatura que tiene un gorrito tejido, para que el frío le haga lo que el viento a Juárez. Aparte de lo que he mencionado agregaré un dato que ilumina mi memoria y mi corazón: si ves con atención, en la pared aparece escrito un apellido: Martínez, con una A mayúscula, como si fuera capitular, porque tiene su garigoleo simpático. Si me permitís hago un ejercicio de imaginación y completo la palabra que antecedía al apellido, tal vez decía Lonchería Martínez, ¡sí!, era el local de Tío Jul, que estuvo en ese local durante muchos años. Recordá que te he contado que mi casa de infancia estaba a media cuadra del parque y que los sábados (tal vez viernes, no lo sé) íbamos con mi mamá a comprar los únicos, excelentes, riquísimos, jamás repetidos, tamales de azafrán que tío Jul y Doña Cari ofrecían. A veces, también, comprábamos los tradicionales panes compuestos, las tortas, las chalupas, los tacos (que ahora se llaman estilo tío Jul) y las butifarras. Ah, qué tiempos, señor Don Simón de las verduras y del chicharrón. Pero la tarde de la obra el portal dejó de ser el corredor donde caminábamos a diario y se volvió como luneta, más bien gayola, de un teatro al aire libre, maravilloso lugar de encuentro con lo artístico, porque, vos lo sabés, el pueblo ha sido pródigo en hijos e hijas cultivadores del arte. Acá una muestra de una obra de teatro, como si hubiesen sido continuadores de los cómicos de la legua, que se dio durante el Renacimiento, donde la calle servía como el gran teatro para representar obras teatrales. Vi la foto y agradecí a Víctor que la hubiera compartido, como siempre pedí permiso para enviártela a vos, porque sé que esto alimenta tu alma y tu mente, sé que de acá pepenás esencias que luego volcás en tus argumentos cinematográficos. Ah, hay tanta historia en nuestro pueblo, todavía está por escribirse toda la grandeza de Comitán. Posdata: esta foto habla de los años setenta, del principio de esa década; ya tiene mucho aire que consumió este globo, ya ha volado varias veces. Ahora, los herederos de la tradición de tío Jul y de Doña Caritina siguen dándole vuelo al buen gusto; ahora tienen su local casi al lado del templo de Guadalupe. Ahí está el mero sabor que los fundadores iniciaron. El mero hueso de tío Jul está en ese local, en ningún otro lugar. ¿Taquitos estilo tío Jul? Hay muchos negocios que así lo mencionan, pero el sabor único está en el local del barrio de Guadalupe. No me hagás caso, pero siempre relaciono lo que veo con mi persona. Dije que viví casi a una cuadra del local donde, en los años sesenta y setenta, estuvo la lonchería Martínez y ahora, qué bendición, vivo a una cuadra del local donde está Tío Jul. Estamos ligados en historias, las historias geniales de este pueblo maravilloso. ¡Tzatz Comitán!