sábado, 22 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN TESTIMONIO

Querida Mariana: los estudiantes de la Universidad Mariano N. Ruiz realizan un interesante trabajo de redacción, eligen a un personaje de la comunidad y, a través de una entrevista, obtienen un testimonio de vida. El lema de dicho proyecto es: “Cada historia de vida es una pieza del rompecabezas de nuestra historia”. En febrero de 2016, el estudiante Gustavo de Jesús Gordillo Gutiérrez (hoy ya licenciado en Trabajo Social) entrevistó a José Guillermo Bermúdez Domínguez, quien fue su maestro de primaria. Mirá cómo terminó el testimonio, con la voz de Memo (como le decían sus amigos): “Cuando me pongo a platicar no me alcanza el tiempo, porque después de un recuerdo viene otro y luego otro. Agradezco a la vida y a Dios por estar contando el cuento todavía”. Memo contó el cuento, nació en 1957 y falleció en 2025, antes compartió instantes de vida, gracias al trabajo que realizó Gustavo, quien manifestó cariño y agradecimiento por el conocimiento recibido en temprana edad. Memo contó el cuento en el testimonio que tuvo como título: “La bendición de la Hierbabuena”, bonito título, que se desprendió del árbol familiar, porque su abuelo Guillermo Bermúdez, originario de San Cristóbal, pero avecindado en Comitán, casado con Juanita Bermúdez, ella sí mera comiteca, tuvo un rancho (finca) que se llama Hierbabuena, que está al lado de la carretera que va de Comitán a Teopisca. Memo estudió en el kínder Francisco Sarabia, en una casa que está en el barrio de San José; luego estudió dos años en la federal Belisario Domínguez (donde ahora está el Museo Arqueológico); al cursar el tercer grado ya pasó a la Matías de Córdova (en una casa a media cuadra del templo de Jesusito), el cuarto grado le tocó en el nuevo edificio (que fue inaugurado por el presidente Gustavo Díaz Ordaz, en 1968). Pero, fijate, contó un dato interesante: “a la escuela le encontraron un detalle constructivo y nos llevaron al edificio de la Belisario Domínguez, en la Cruz Grande, en el turno de la tarde, mientras arreglaban la escuela, ahí nos atendieron casi un año, después la entregaron ya detallada, con los arreglos que le tuvieron que hacer y ya terminé ahí mi educación primaria”. ¿Mirás? Al nuevo edificio le encontraron fallas, así que los niños de la Matías recibieron clases por las tardes en un edificio prestado, la escuela en el barrio de La Cruz Grande. Los chicos y chicas de esa generación deberán recordar estos momentos. No iban a clases en las mañanas, como siempre lo habían hecho, iban en las tardes, ya salían a la hora que comenzaba a oscurecer. Ah, Memo fue de los niños que sufrió bullying, así lo contó: “…un compañero me reclamaba que le había derramado un frasquito de Resistol y lo cobraba quitándome a diario mi gasto o la fruta que me ponía mi madre, llegó a tal grado que me acosaba en la esquina de mi casa. Una mañana me mandaron a comprar las tortillas y ahí estaba él y me dijo que si no le llevaba cinco pesos me iba a matar y llegó con una navaja, me dio mucho miedo; a mi mamá no le decía del problema por el temor de las sentencias que me hacía ese compañero. Mi mamá no sabía del problema, me llevó casi a rastras a la escuela y allá sí tuve que decir la verdad y me costó mucho superar esa situación (…) cuando fui profesor siempre tenía cuidado en decirles a los niños y a los padres de familia que checaran esos detalles para evitar problemas”. Los malvados nunca faltan, son abusivos, debería haber en el código universal una sanción ejemplar, para que vayan a joder a sus meretrices progenitoras, como diría el maestro Bernardo. En el testimonio, Memo cuenta muchos detalles de su vida profesional y familiar. Contó de la casa de sus abuelos paternos, tío Memito y tía Juanita, donde había un par de albercas; contó que el 24 de junio era el día de cumpleaños de su abuelita Juanita y llegaban más de cien nietos y bisnietos (la Bermudiza): “en las aglomeraciones de los primos en varias ocasiones alguno de ellos, sin querer, fue empujado y cayó al agua. Los que caían eran rescatados por los más grandecitos; las tías los desvestían, les frotaban alcohol, los envolvían en una sábana y los “llamaban” (era un secreto de antaño para curarlos del espanto y no se “azariaran”). En la parte de atrás del sitio los primos más grandes hacían funciones de box, poniendo a boxear a los más chiquitos según su tamaño y siempre acabó en tragedia, a alguno le sacaban mole (sangre) y salía llorando a quejarse con la abuelita y era cosa de nunca acabar”. Posdata: qué bonita iniciativa del Colegio Mariano N. Ruiz, donde sus alumnos entrevistaban a personajes y entregaban un testimonio de vida. Memo contó muchos recuerdos, te paso algo de lo que compartió. Mi amado Gutmita dice que Memo estuvo un año en el seminario de San Cristóbal, pero ese año bastó para que se ganara el corazón de todos los seminaristas, porque era un chico muy sano, noble, sin malicia. ¡Tzatz Comitán!