Hay espacios que dignifican.
Anoche me invitaron a cenar en el restaurante "Matisse", que está ubicado a dos cuadras del centro de Comitán.
El espacio tiene la traza característica de la casa comiteca. Un zaguán recibe al comensal para luego dar paso a un patio afectuoso lleno de luz.
Enrique pidió un pollo a la cacciatore, Pedro pidió pasta y yo pedí una ensalada, todo acompañado con un copa de vino.
Hace años era imposible soñar con un lugar así en nuestro pueblo.
Por fortuna, hoy las propuestas son diversas.
Gracias a Dios los comitecos aún podemos disfrutar de las famosas cenadurías donde ofrecen los panes compuestos, las chalupas, los tacos y los huesos (caray, nunca lo hubiera creído, ahora resulta que los huesos "del foquito" son mejores que los de "Tío Jul". ¡Ni duda cabe, los tiempos cambian!). Pero, ahora también existen lugares donde ofrecen cocina internacional de primera.
Enrique insiste en que el lugar es de primera (y la opinión de mi afecto debe tomarse en cuenta, porque él es lo que llaman un hombre de mundo, ya que en varias ocasiones ha visitado Sudamérica, Centroamérica, Estados Unidos, Canadá y muchos países de Europa).
Ahora, cuando algunos comitecos reciben visitantes o familiares de otras partes los llevan a comer o a cenar en el "Matisse", un lugar donde se reconoce que la gastronomía es uno de los placeres más sensibles.
Por mi parte puedo decir que me sentí a gusto en dicho espacio. En las paredes hay reproducciones de cuadros de Matisse (algún día le preguntaré a Mauricio Castellanos, el dueño, el por qué de su preferencia por este pintor).
Vimos el partido de fútbol en una pantalla de plasma y cuando los americanistas comenzaron a lamentarse por la derrota de su equipo, nosotros emprendimos la graciosa huída (claro, ya antes Enrique había pagado el consumo).
Juro, de veras, que hace veinte años no soñé estar en el interior de una casa comiteca con un servicio de un restaurante de cocina internacional de primera clase.