viernes, 7 de noviembre de 2008

CHAYITO DE TODOS (segunda y última parte)




Betty cumple lo dicho. En toda la plática nunca menciona el nombre de Rosario Castellanos, siempre se refiere a ella como Chayito, con cariño, como si el nombre de la escritora no fuera más que un referente para libros o para plazas o para festivales, y el Chayito fuera el nombre ideal para injertar en la mente y en el corazón.
“Yo recuerdo que Chayito era muy chistosa, siempre contaba cuentos. Cuando miraba una cosa que no le gustaba se agarraba su frente y decía: ¡Ya caí, cadáver! Vestía de manera muy sencilla. Una vez, cuando se quemó el Teatro Belisario Domínguez, donde ahora está el Teatro de la Ciudad, miré a Chayito con unos zapatos muy bonitos y le pedí que me prestara uno para que me hicieran un par igual. Chayito, ya en su casa, me prestó un zapato y lo llevé para que me hicieran un par igual, con tacón puente corrido, color vino y una franja beige”.
Uno de los temas más recurrentes es la relación de Rosario con sus papás. Betty comenta: “Se llevaba muy bien con su papá. Yo miraba pasar a su papá con un ramo de claveles que le llevaba a su hijo al panteón. No creo eso de que sus papás no la quisieran, ni tampoco que doña Adriana fuera menospreciada. Lo que pasa es que el ingeniero no le hacía mucho caso a las cosas que hacía su mujer. El ingeniero comentaba lo del periódico mientras doña Adriana estaba esperando que le dijeran: ¡Qué rica la costillita que preparaste!, como que eran mundos diferentes. Chayito se llevaba más con su nana, siempre que su nana regresaba de la finca Chapatengo le traía piedritas del río envueltas en su pañuelo viejo y moqueado”.
Betty dice que cuando Chayito se fue a vivir a la ciudad de México le llevaron serenata, los amigos se cooperaron con cinco pesos cada uno, dice que Frenesí fue la pieza que tocaron tres veces. “Sólo una vez volví a ver a Chayito. En 1953 me casé y fui a San Cristóbal a comprar la vajilla. En el parque me encontré con Chayito: Vonós a platicar a aquella banca, me dijo. Me platicó que estaba con los chamulas haciendo teatro guiñol y me preguntó que quiénes ya se habían casado. Nos acordamos que en Comitán vacilaba a un viejito de apellido Vera, que era medio veletía. Siempre estaba con un traje que brillaba de tanto sebo. Una tarde estábamos sentadas la Chayito, Angelina, Zoilita, Tere Solís y yo, cuando el viejito se apareció y le dijo a Chayito: ¿Se va usted a casar conmigo?, y la Chayito le dijo: ¿Y de qué influencias goza usted?, pero el viejito oyó mal y dijo: ¿Influenzas? No, señorita, el catarro ya me pasó, ahora lo que tengo es tos”.
Betty no lo supo bien en ese entonces, pero a Chayito volvió a hallarla en la ciudad de México, en medio de un cuaderno todo deshojado. “Tuve en mis manos su diario. Fui a la ciudad de México para que me operaran de las anginas y quedé en casa de mi tío Francisco Bermúdez. No sé cómo llegaron hasta allá un montón de revistas y libros viejos. Tal vez doña Margarita Tovar, hermana de tía Luz, llevó todo y por ahí estaba el diario de Chayito. Me puse a leer, ahí estaba lo de Chapatengo que se los habían quitado los agraristas; que don César era muy enamorado, se enamoraba de las criadas. También contaba de cuando los indios le prendieron fuego a la finca y de cuando recibió la noticia de la enfermedad de su mamá, decía que cuando recibió la noticia las letras brincaban”.
Cuando le pregunto qué pasó con ese diario, tía Betty me queda viendo como si yo estuviera arriba de un cerro y responde: “Lo han de haber echado a la basura”.
Y es que la memoria de los pueblos, más que en las bibliotecas o en la mente de los hombres, está adentro de los basureros. Por esto a veces leemos en los periódicos la noticia que da cuenta de un pepenador que halló un manuscrito del siglo XII o un cuadro de Picasso o un diario de algún famoso escritor.
Antes que nos despidamos, Maricruz va a la cocina y regresa con un capuchino para mi mamá y dos mandarinas para mí. Le digo que las llevaré para la cena. Mi tía envuelve cada fruta en una servilleta, me las ofrece y, como si volviera a meterse al río de agua tibia, me dice: “¿Te acordás de Chepito, el que trabajaba en la huerta de tía Juanita Bermúdez? Pues la Chayito fue la que le puso eso de Chepe de todos”.