lunes, 17 de noviembre de 2008

En la casa de Paty y Paco

Ayer fui a comer a la casa de Paty y Paco. A la entrada llamó mi atención un murete que está a la derecha y que es como un muro aparente, casi casi como un aparente muro. El espacio que está detrás de ese murete se me hizo un espacio para jugar escondidas o para cubrirse del viento cuando corre el viento, porque en la casa de Paty y Paco corre el viento, no hay un solo espacio en donde el rumor del óxido esté concentrado. La casa está llena de luz, tal vez le falta una o dos plantas (no de luz, sino de esas que están sembradas en todos los jardines de las casas comitecas). Paty aseguró que ahora en navidad tendrá una nochebuena a mitad de la sala.
Ahí me topé con Rosy, quien, a mitad de la plática, entre bocado y bocado de la ensalada con berros y zanahoria, me preguntó si conocía la página electrónica de Samuel. Le dije que no. No sé si los jóvenes tienen algo como un directorio de páginas electrónicas, pero yo no, nunca sé lo que debo ver. Por esto sólo visito algunas que han existido desde siempre, incluso desde antes del invento de este chunche.
Lo de la página de Samuel fue un comentario más entre cientos, pero a mí me sucede que hay elementos que me marcan más que otros. He comprobado que cuando entro a un cuarto por primera vez mis ojos y mi atención se fijan en algo que, en apariencia,no tiene la menor importancia y sin embargo luego resulta que contienen la gran historia. El otro día entré a la casa de Faby y fijé mi atención en una caja de cerillos que estaba debajo de una mesa, casi casi como si estuviera tirada, olvidada. Cuando a Faby le pregunté por esa caja me contó ¡la gran historia! Resultó una cajita casi casi como si hubiera pertenecido al Pípila para prender fuego a la alhóndiga (prometo que un día de estos cuento la historia, porque Faby me dijo que podía hacerlo). Así ayer lo primero que llamó mi atención fue el murete y luego la página de Samuel. Aun ahora está el murete en mi memoria, aletea como la última hoja seca de un árbol en otoño. No sé, algo debe tener ese pequeño muro para seguir horadando la piedra de mi memoria.
En cuanto regresé a la casa prendí este chunche y entré a ver la página de Samuel. El murete, entonces, tomó forma de mariposa y voló. Claro, claro, pensé, esta página la conocía, desde hace cuatro años. Sucede que desde Puebla entraba a este chunche a buscar todo lo que tenía relación con Comitán y un día hallé la página de Samuel. En ese tiempo me enteré que él había llegado a Jalapa para estudiar letras en la Universidad y ayer, en tarde de domingo, me enteré que Samuel ya terminó la carrera. No sé, algo en mi corazón brincó como canario alborotado, al leer su blog fue como si hubiera soñado que en la esquina de algún pueblo desconocido me topara con alguien que de pronto, sin motivo aparente, detuviera mi caminata y me dijera: "¿Tú sabes que existe un pueblo en Chiapas donde hablan de vos?" y yo, todavía sorprendido, le respondiera en otro idioma sin saber bien a bien porqué; es decir, entendería perfectamente el castellano en que me hablaba, identificaría perfectamente la relación con Comitán y sin embargo yo hablaría en otra lengua, como si estuviera detrás de un muro aparente, deseando brincar ese muro que sería como el de Berlín. Detrás del muro hay mucho por conocer.
¿Puedo decir que estuve en la entrada de la Universidad el día que Samuel entró por primera vez a ese campus? Tal vez sí, tal vez lo acompañé por tramos. Sé que para Samuel Sol no es el simple sol que nos alumbra cada día, sé que Samuel ahora ya leyó más, mucho más, que los contados autores que leyó acá en el pueblo, y todo porque un día Samuel decidió compartir, abrir la ventana de su cuarto para que otros (en saber qué lugares del mundo) pudiéramos hurgar un poco en sus libros, en las paredes de los muros que comenzaba a levantar.
Salì a las 6 de la tarde de la casa de Paty y Paco. Al salir miré a mi izquierda para comprobar que el murete no lo había inventado. El murete es como la extensión de la pared de un cuarto y se corta justo en donde comienza algo como un pasillo que ahora ya no conduce a ninguna parte (porque Paco me cuenta que antes, donde ahora está una pared, había una puerta que permitía el paso a otra casa de la familia). Ahora sé que me gustó el murete porque no impide el paso, al contrario, es como invitación permanente a pasar al otro espacio que es apenas un patio de dos metros cuadrados. Sirve para jugar escondidas, para protegerse del viento, para sentarse y hacer nada o leer un libro o prender la laptop para leer la página de Samuel.