domingo, 13 de agosto de 2023

CARTA A MARIANA, CON UN TÍO BUENO

Querida Mariana: por favor, mirá con atención la foto. ¿Ya? No sé si identificás a todos los personajes. No. Estoy seguro que no, pero te los presentaré, de izquierda a derecha, como sugiere el manual del buen lector occidental. El primer rostro visible es el de mi querido papá (ya fallecido). Acá está ya a punto de que sus ojos se humedezcan, lo conozco bien, era muy sensible. Estoy seguro que acá todos escuchan el rollito que me aviento, porque esa noche -noche del 9 de diciembre de 1988- mi Paty y yo inauguramos la Galería Bonampak y honramos a dos grandes de la plástica comiteca: el maestro Güero y el maestro Paquito. El maestro Javier Mandujano Solórzano y el maestro Francisco García Águeda estuvieron contentos y nosotros con ellos; luego está mi Paty, bien bonita; luego el maestro Güero; mi compadre Miguel Penagos (quien, desgraciadamente ya falleció); luego parte del rostro de Paco Flores; el maestro Paquito; José Luis Campero, con una cabellera afro estupenda; la esposa del maestro Paquito; Jorgito Pinto; mi tío bueno; y Pepe Román. En la pared hay obra del maestro Paquito y un soberbio autorretrato del maestro Güero. Fue una noche sensacional. Aprovecho la imagen para honrar a mi tío bueno, mi tío Samuel, oriundo del mero Monterrey, regio pues, que radicó durante la mayor parte de su vida en la Ciudad de México. Fue mi tío político. Ahora que escribí el verbo en pasado sentí como un pinchazo en el corazón. Mi tío Samuel falleció hará cosa de un mes, allá en su residencia, de la Ciudad de México. Fue mi tío político porque se casó con mi tía Sonia, prima hermana de mi mamá. Mi mamá quiso mucho al tío (lo sigue queriendo). Cuando yo estaba pequeño, mi mamá comenzó con problemas de salud, con principios de artritis. Mi mamá me cuenta que tenía unos dolores intensos. Un médico del pueblo comenzó a aplicarle cortisona, ella se hinchó. Vino mi tío Pepe, quien también radicaba en la Ciudad de México, e igual que mi tío Samuel era médico, y le dijo a mi mamá que eso la iba a matar, que fuera inmediatamente a la gran ciudad para que la viera mi tío Samuel. Cuando mi papá regresó de Chicomuselo, lugar donde había ido a vender cerveza, halló a mi mamá con la maleta preparada. Mi papá compró de inmediato un boleto y así comenzó un proceso que mi mamá debió hacer para procurar su salud. Mi tío Samuel (Dios lo bendiga siempre) logró detener la enfermedad. Acá está mi mamá en casa, a sus noventa y tres años de edad. Sus manos quedaron un poco torcidas, no obstante, ella es una gran tejedora. Mi Paty siempre le dice que sus dedos parecen garfios, de tan torcidos. Yo también quise mucho a mi tío (sigo queriéndolo), porque fue un tío bueno. Él fue catedrático de la Facultad de Medicina, en la gloriosa UNAM. ¿Sabés lo que eso significó para mi vida? Cuando iba a su casa, dormía en un sofá cama del estudio, durante la noche armaba la cama y ahí dormía. Tres de las cuatro paredes tenían libreros, repletos de libros de medicina, de arte y de literatura. Mi tío estaba suscrito al periódico Excélsior y cuando hallaba una buena sugerencia de una novela de inmediato la compraba, así que su biblioteca estaba llena de buena lectura. ¿Podés imaginar lo que eso significó para mí? Me acostaba en el sofá cama y los libros eran como mis protectores, sentía que esa burbuja me hablaba. Admiré mucho a mi tío. Fue un gran viajero. Ahora que hemos hablado de la conmemoración de los ochenta años del IMSS, y de la exposición itinerante de ochenta imágenes, recordé que en mi historia personal también aparece la imagen de mi tío Samuel, porque él fue médico de esa institución durante muchos años, en una clínica de la Ciudad de México, fue uno de los muchos médicos comprometidos con la institución. Fui testigo del afecto que le prodigaron algunos de sus pacientes, pacientes que, como mi mamá, tuvieron la bendición de “caer” en sus manos, benditas manos. No era mi sangre, fue mi tío político, pero él siempre me trató como si fuera parte de su hilo de vida, siempre me prodigó un afecto generoso. Una mañana me llevó al Museo Rufino Tamayo, otra tarde me obsequió un libro de la China Mendoza, con una dedicatoria donde deseaba que mi camino de letras fuera dichoso. Él era feliz cuando venía a Chiapas. La noche de inauguración de la galería estuvo con nosotros, él y mi tía Sonia (mi sangre) viajaron especialmente para estar en Comitán. De todos los personajes que aparecen en la fotografía él es el único “extranjero”. Posdata: ya te conté que en una ocasión vino solo, días más tarde viajó mi tía con mis primos. Mi papá vio que el tío se acostaba después de desayunar y dormía plácidamente. Mi papá comentó que le daba gusto que el tío estuviera aprovechando su estancia para descansar, el ritmo de la Ciudad de México es tan apresurado, comentó. Cuando llegó mi tía nos enteramos de la verdad: mi tío no dormía, se pasaba las noches escuchando pasos en la recámara, cuando apagaba la luz del buró, una familia de tacuatzes que vivía en el tapanco corría de un lado para otro, mi tío pensó que eran espíritus chocarreros que andaban molestándolo. Nunca dijo algo, le daba pena. Por eso, a la mañana siguiente, ya con la luz del día, aprovechaba dormir. Ya cuando supo que no eran fantasmas, durmió plácidamente. Fue a muchos Congresos de Medicina en varias partes del mundo, en Europa y en América. Siempre nos envió postales donde nos comentaba algunas incidencias de su viaje. Desde hace dos o tres semanas espero que me envíe la postal del lugar donde ahora está. Parece que tendré que esperar sentado. En 1988 vos no habías nacido. Esa noche gloriosa de la Galería Bonampak vos también andabas en otro lugar. No podías haberme enviado una postal. Por eso, qué bueno, ahora nos vemos y yo te escribo estas cartas que dan constancia de un tiempo presente, que alude al pasado y que, a veces, lanza augurios para el futuro. En estas palabras que escribo ya no hay presente, ya es pasado, pero envío una plegaria al futuro, una línea de luz para el tío bueno, mi tío Samuel, gran regio, hombre regio, espíritu regio.