viernes, 4 de agosto de 2023

CARTA A MARIANA, DONDE SE RECONOCE LO QUE ES DEL CÉSAR Y LO QUE ES DE HÉCTOR (IV)

Querida Mariana: ya te conté mi experiencia lectora acerca de tres libros de Héctor: un libro conceptual (“El melancólico laúd de un amante”); un compendio de cien colaboraciones periodísticas (“Polvo del camino. Volumen uno”); y una obra de teatro (“Al lado de una tumba abierta >comedia oscura en un acto<”). Desde el principio dije que comentaría con vos menos de un cinco por ciento (más o menos) de la obra publicada de nuestro autor chiapaneco. Pucha, apenas el cinco por ciento, porque Héctor es el autor más prolífico del estado de Chiapas. No hay quien le gane en publicaciones, todos le disputan el honor del talento, en buena lid, se entiende, porque, por fortuna, la literatura chiapaneca no canta mal las rancheras en estos tiempos, hay jóvenes escritores que dan muestra de aptitudes sobresalientes. Ojalá todos tengan la disciplina de Héctor, maestro comprometido a la hora de la talacha; ojalá todos se acerquen a su talento. ¿Cuál es el cuarto? Ah, pues, sé seria. Hablo del cuarto título de la obra de Héctor. Es una novela que se titula “La muerte abre los ojos”. Ya quedamos que la obra de Héctor se define porque no camina en sendas trilladas, siempre aporta hallazgos. Una de las características de su creatividad es andar siempre en busca de aquello que sorprende. Héctor abre ventanas no sólo en muros cerrados, sino también ¡en el aire! Abre puertas donde hay paredes reales y también en las virtuales. Esta novela es sorprendente. Es una propuesta inteligente, inédita. A ver si logro explicar su realización. No es sencillo hacer una síntesis de este prodigio literario. Héctor dice que es “una novela que nació de la amistad”, de la amistad que tiene con el gran fotógrafo Raúl Ortega. A ver si logro explicarme. Esta novela es un ejercicio intelectual maravilloso. Es una novela que exige una complicidad entre Héctor y Raúl. El fotógrafo eligió 28 obras para conformar este producto cultural, en esta selección Héctor no participó. El reto fue que el autor literario, a partir de las imágenes, conformara un texto inédito, inusual, sorprendente, porque se trató de ir acomodando con fichas el resultado final. Las fotografías fueron conduciendo la creación, Héctor no pudo irse por la libre, porque en cuanto recibió la primera fotografía y escribió lo que esta imagen le sugería, la siguiente imagen supuso un difícil, pero emotivo, camino artístico. El resultado de ese juego, de ese desafío, es la novela que se titula: “La muerte abre los ojos”. Los lectores también jugamos, abrimos el libro y hallamos la primera fotografía de Raúl y nos dejamos llevar por donde Héctor nos lleva. Nosotros, de igual manera, no podemos (como comúnmente se hace) realizar una lectura abierta de la imagen, ¡no! La imagen sólo sirve para ilustrar lo que Héctor cuenta. Jamás sentí que un libro me llevara tan de la mano. Como lector acepté el juego propuesto por este par de geniales amigos y me sorprendí ante la novedosa propuesta. ¿Una imagen vale más que mil palabras? ¡No! Acá la imagen es complemento del texto y, como diría tío Chayo, “a la visconversa”. Me encantó el libro, lo disfruté enormemente. Ya quedamos en que Héctor Cortés Mandujano no transita por caminos trillados, es un gran juguetón creativo, se asoma a lugares donde el común de los mortales no se acerca, pero luego, generoso, nos lleva de la mano, no nos suelta, así, sus lectores, caminamos tranquilos, sólo apreciando el paisaje, sin sentir temor de resbalar en esos desfiladeros mentales por donde él se atreve. Sí, Héctor es un atrevido. Su atrevimiento enriquece el muestrario artístico de Chiapas. Lo hace casi casi calladito, chambeando como sólo él puede hacerlo. Su humildad es tanta que en esta novela se contuvo, tuvo que dejar que su creatividad no volara por el cielo con la libertad que siempre lo hace, acá, experto caballerango, llevó al corcel por sendas divinas que jamás voló Pegaso alguno. Posdata: Héctor, con frecuencia, imparte talleres literarios. Muchos escritores jóvenes han salido de “su establo”. Esta novela es una muestra más de cómo un maestro puede compartir conocimientos con los alumnos. Cualquier lector de esta novela aprecia la lección: intentá hacer un ejercicio semejante, pero no igual. Que una imagen detone la creatividad. A veces leemos que algunos autores se quedan “secos”, que no saben qué escribir. Héctor, quien es un árbol inagotable, nos dice que acá hay un camino, miles de caminos, para estimular la creatividad. ¡Cómo no ser agradecido con él! Por esto reafirmo: al César lo que es del César y a Héctor lo que es de él. ¡Tzatz Comitán!