miércoles, 30 de agosto de 2023
CARTA A MARIANA, CON UNA CASCARITA
Querida Mariana: ¿por qué a un juego de fútbol callejero se le llama “cascarita”? No lo sé. Los aficionados deben saber.
Pero sé que así se llama esto que se ve en esta maravillosa fotografía de los años sesenta. Acá los niños se avientan una “cascarita”. Juegan en plena calle, porque los autos pasaban de vez en vez y los automovilistas manejaban con precaución y a velocidades moderadas. Ya quisiera verlos en este 2023. Esta imagen sería imposible de registrar en estos tiempos.
¿Ya identificaste el lugar? Sí, ¡bien! Le atinaste, es la calle del Colegio Mariano N. Ruiz, la calle de Doña Mariana. En el costado izquierdo del pateador está el parque de La Corregidora. Al fondo se aprecia el edificio del colegio, donde ahora se imparte educación primaria; al lado, en el edificio de dos plantas vivía el padre Carlos J. Mandujano, fundador del colegio (también vivió ahí su hermano el padre Raúl). A continuación, está la casa donde vivió Cirito, el sacristán del templo; luego se ve un grupo de albañiles que construyen la siguiente casa. Ah, qué tiempos.
Estos tiempos eran luminosos. La fotografía es en tono sepia, pero la vida era a todo color. En ese tiempo el automóvil era un medio, un maravilloso medio de transporte, pero no se le daba la infértil importancia que hoy tiene. Las calles de nuestro Comitán eran, también, el medio para ir de un lugar a otro, la gente era lo más importante de la comunidad, con sus alegrías, tristezas, picardías, ganas de joder y disfrutar la vida comunitaria. Todo mundo recuerda que las personas se conocían, se saludaban, se apoyaban en momentos difíciles. Los niños salían sin temor a la calle, en ocasiones jugaban “la cascarita” en la noche. ¿Hoy?
Estos niños eran alumnos del colegio. A las diez con cincuenta comenzaban a inquietarse, como hormiguitas, porque a las once el padre Carlos o el maestro Jorge tocarían la campanita que estaba en una esquina del patio central (ahí sigue) avisando la hora de recreo. El griterío acompañaba los toquidos de la campana, los niños levantaban la tapa de los pupitres, guardaban los útiles y salían en tropel a la cita con el destino. Muchos de estos niños nada comían en el recreo, preferían estar corriendo detrás del balón. Algunos de ellos soñaban con llegar a ser un día como Pelé o como Chava Reyes. En la película de Pelé se ve que el gran astro (tan grande como el drogo de Maradona o el tal Ronaldo o el tal Messi) comenzó a ser un futbolista genial jugando con la palomilla en la calle, con balones hechos con calcetines. Por cierto, Juan asegura que lo de “cascarita” es porque en México jugaban fútbol callejero con una naranja, a la que le hacían un agujero para quitarle todo el jugo. No sé. En todo caso debería llamarse “naranjita”.
A las once muchos chicos del colegio salían corriendo al recreo en el parque de San Sebastián (recordá que La Mariano comenzó siendo un colegio sólo para varones y únicamente impartía educación primaria). El otro día platiqué tantito con el querido amigo Jorge Domínguez y recordó que en ese lugar también jugaba “la cascarita” con sus compañeros de secundaria.
A mí me tocó jugar como portero en el otro extremo, ya a finales de los años sesenta. Los compañeros improvisaban porterías con piedras y yo detenía los disparos del equipo contrario. Tenía la costumbre de acuclillarme y cuando lanzaban el disparo yo no tenía problema en tirarme al lado derecho o izquierdo, para detener el balón. No era mal portero. Jamás habría jugado en una cancha reglamentaria. ¡No! Las porterías callejeras eran íntimas, pequeñas. ¿Cómo me atrevía a lanzarme sobre el cemento? Era como deslizarme en el mar del aire.
Posdata: jugué, pero a mí me gustaba ser espectador. Sigo disfrutando ser espectador, me gusta ver cómo se mueve la vida. No me gusta ser actor de nada, me gusta mirar, a través de una ventana u oculto detrás de un árbol. Me encanta ir al estadio a ver un partido de fútbol (claro, tiene años que no lo hago); me encanta sentarme en una banca del parque y mirar a los protagonistas del juego de la vida. Por esto soy buen lector, por esto me encanta ver cine. En tiempos A.P. mi Paty y yo íbamos a las salas cinematográficas, sólo por el gusto de comer palomitas (ella) y disfrutar la cinta en pantalla grande (los dos). Ahora veo películas en las plataformas de streaming, que son de las cosas que agradezco a los chunches tecnológicos actuales.
¡Tzatz Comitán!