martes, 18 de noviembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON EL PARQUE INDEPENDENCIA

Querida Mariana: acá está el parque de Guadalupe. Existe una placa que dice que este parque Independencia (que es su nombre oficial y que nadie lo usa) se construyó en 1964, al fondo había una cancha, donde los chicos del barrio jugaban pelota. Recuerdo que en forma frecuente el balón llegaba hasta la calle y como ahí hay una bajada, no te cuento lo que ocurría. ¿De qué año es esta fotografía? No lo sé. Si vemos la fecha de construcción podemos decir que aún corresponde a los años sesenta de Comitán. En 2025, el parque está muy cambiado, ahora tiene unos grandes árboles, árboles que han crecido al paso del tiempo. Si ves con atención verás que acá hay dos “kioscos”, con techo plano y en medio de las dos estructuras una alberquita (espejo de agua), que ya no existen. En algún momento se retiraron las estructuras, el espejo de agua y se construyó en el centro del espacio un kiosco con barandas. Te suplico que mirés el piso con losetas, de esas que se construían en Comitán, bellísimas y duraderas. El piso era plano, si ahora vas encontrarás un piso levantado (me explican que es porque las raíces de los árboles ahí plantados se extienden y hacen travesuras). Por una u otra razón, digo que los urbanistas han fallado, nuestros arquitectos y constructores no han atinado, me apena. En las mañanas, varias personas mayores dan vueltas en el parque, para mantenerse en movimiento, no logran caminar con tranquilidad. Vos sabés lo que significa tropezar con un saliente, la columna se mueve como árbol en tormenta. Qué pena. En el año de esta fotografía todos caminaban con alegría. En los años sesenta el clima seguía siendo templado, el sol no era el monstruo quemante de piel que es hoy, por eso, uno se podía sentar con agrado en estas bancas de granito. En el lado izquierdo se aprecia cómo una de las casas que ahora existen está en construcción. Ahora vivo en el barrio de Guadalupe, es mi barrio. Sabés que viví en el centro hasta los ocho años de edad, luego ya vivimos en la casa que mi mamá y mi papá mandaron a construir con el maestro Guillermo, sensacional maestro de obras, en esa casa vivieron mis hijos siendo niños y adolescentes hasta que la vendimos en 1999 y fuimos a vivir a Puebla. Te cuento esto porque, en el lado derecho, junto a la parte trasera del templo, hay un terreno con una barda, columnas y una entrada, ese terreno era de mi papá. No sé cuándo lo compró, pero él mandó a construir el frente, en ocasiones llegábamos a cortar limones, pero así como nosotros podíamos entrar, lo podía hacer cualquier persona. Un día, mi tío Fernando Zepeda conoció el terreno y cuando ya estaban en la casa, tomando unos tragos, mi tío le dijo a mi papá que le vendiera el terreno. Sí, dijo mi papá, y cerraron el trato con otro trago. Mi mamá se enteró al día siguiente y le dijo a mi papá que se había equivocado en su decisión, ¿podía echarse para atrás? ¡Jamás!, dijo mi papá, ya di mi palabra y un día recibió la paga y formalizaron la compra venta en una notaría. Mi papá siempre decía: “si te compran ¡vende!” y él aplicaba esa fórmula en su vida. Vendió el terreno, ya luego mi tío lo vendió con el doctor Rovelo, porque a éste le interesaba ya que colindaba con su casa (actualmente en la casa del doctor Rovelo funciona una escuela que tiene dos accesos, el principal está al lado de la entrada del templo de la virgen de Guadalupe, y el otro (una puerta modesta) está frente al parque. He visto cómo papás y mamás llevan a sus criaturitas de la mano, caminan por el parque y se despiden en esa entrada. La vida da muchas vueltas, los espacios cambian de dueños y de vocaciones. La casa donde crecí de niño ahora es un estacionamiento público (en menos que canta un gallo -el gallo que me perseguía en el sitio queriendo picotearme- derruyeron la casa y la convirtieron en una gran plancha de cemento. Por fortuna, antes de que esto pasara fuimos con Dora Patricia Espinosa y ella hizo favor de grabarme en cada espacio de la casa, donde fui haciendo un recuento de mis recuerdos de niño). Posdata: esta fotografía es una de esas postales que vendían para que los amigos enviaran como recuerdo, para que conocieran un pedacito del pueblo comiteco. Cuando el fotógrafo la tomó era un poco después del mediodía y sólo hay una mujer sentada en una banca, es la única presencia viviente, una presencia que, por decir lo menos, sorprende, porque la mujer lleva un turbante que no era común en Comitán, más que una mujer indígena me da la impresión de estar frente a una mujer del África o de Cuba, porque (no me hagás caso) la veo con un tono de piel más que moreno. Deliro, no me hagás caso. ¡Tzatz Comitán!