miércoles, 12 de noviembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON DOS GRANDES VIEJOS
Querida Mariana: acá está el gran maestro Paquito García, artista plástico de Comitán, hombre por demás generoso, viejo hermoso.
Digo que acá está la presencia de dos grandes viejos, uno es el que se ve y el otro no aparece, pero ahí está su obra, su infinita presencia: mi papá, Augusto Molinari Bermúdez.
Digo esto, porque el salón donde está el maestro Paquito, era la sala de exposición de la Galería Bonampak, un espacio que abrimos mi Paty y yo, con auxilio de mi papá.
A ver, te cuento. Si ponés atención, verás que detrás del vitral se ve un cuadro colgado, es un cuadro de Mario Pinto Pérez. Esto quiere decir que hay un salón anexo. El salón anexo que refiero era la sala de la casa de mis papás, la que estaba a cuadra y media de la Escuela Matías de Córdova.
Una mañana desperté con un sueño: hacer una galería de arte en mi pueblo. ¿De verdad? ¿Ya lo pensaste bien?, preguntó mi mamá. Sí, ya lo pensé bien, dije, mientras comíamos todos en la mesa del comedor. Vi a mi Paty y ella, con un movimiento de hombros, me apoyó. Mi papá tomó una cucharada de caldo y dijo que lo hiciera, que no podía quedarme con el sueño en las manos, que las manos servían para echar a andar las cosas y dijo que me apoyaría con paga para que se acondicionara la sala y parte del corredor de la casa.
Ahora sé que le partimos la madre a la estética del patio central de la casa, porque la sala se destinó como vestíbulo y se amplió la sala de exposición (que es donde está el maestro Paquito); es decir, lo que fue un corredor se volvió espacio para el arte. El ventanal y la jardinera eran parte de la sala de la casa que daba al corredor, la grandeza del espacio permitía que entrara mucha luz. La sala desapareció, mi papá mandó a abrir dos grandes puertas en lo que fue el espacio donde recibíamos a las visitas. Mi Paty y yo, emocionados, pensamos que por ahí pasarían los potenciales compradores.
Lo había pensado bien, supe que no estaba abriendo una taquería, estaba abriendo una galería de Arte en Comitán, así que no venderíamos toneladas de cuadros, pero con nuestras cuentas pensamos que con dos cuadros vendidos en el mes podríamos sacar gastos, no nos convertiríamos en Slim, pero sí propiciaríamos un espacio artístico para el espíritu de Comitán.
Hagamos un homenaje a dos grandes de Comitán, le dije a Paty y lo hicimos, le notificamos al maestro Güero, Javier Mandujano Solórzano, y al maestro Paquito García que colocaríamos dos placas para honrar su trayectoria artística y ambos aceptaron.
Comenzamos a preparar la inauguración, mi papá, como el gran maestro de obra que siempre fue, mandó a hacer las molduras de madera que colocaron en el techo de la galería, que fue un cielo ajedrezeado maravilloso, hizo que retiraran el ventanal y lo llevaran a la bodega, donde vendíamos triplay, para que yo pintara el vitral que acá mirás. ¿Viste qué imagen tan agradable? Mi papá diseñó cada espacio con gusto, con agrado, para que Comitán tuviera una digna galería de arte.
Y llegó la tarde de inauguración, llegaron varios amigos, ofrecimos ponche de frutas (hecho por mi mamá), lo servimos en jarritos de barro que mandamos a hacer en Amatenango del Valle, con las letras de Galería Bonampak; los maestros Paquito y Güero estuvieron felices, todo mundo nos deseó mucho éxito, esa noche vendimos cuatro cuadros, uno lo compró Paco, el hijo del maestro Paquito; otro lo compró Fredy Culebro; el tercero lo adquirió Don Héctor González Carrillo y el cuarto Javier Aguilar (por cierto, el que está a la izquierda de esta foto). Después del rebumbio, Paty y yo dimos la noticia, estábamos felices, ya habíamos superado lo proyectado (dos cuadros más, y en una sola noche), así que ya teníamos para lo de dos meses. Mientras yo seguía laborando en el colegio, mi Paty abría con puntualidad la galería. A la hora de la comida cerraba y yo le preguntaba cómo había ido el día y ella comenzó a decir que no se había vendido nada, ni siquiera los aceites y pinturas que habíamos comprado directamente en la Vinci, de la Ciudad de México. ¿Y alumnos para los talleres de dibujo? A fin de mes se habían inscrito cuatro personas a los talleres que impartían los hermanos Alfonzo Meza, Paco Flores y Juan Ramón Bermúdez, quienes acudían puntualmente en las tardes. Poco a poco nos fuimos acostumbrando que el movimiento sería así, magro, pishcul. Hacíamos exposiciones cada mes, llegaban invitados, le daban vuelta a la exposición, recibían los bocadillos y el vino que ofrecíamos y se despedían diciendo que los cuadros estaban muy bonitos, que nos felicitaban.
Posdata: un día, varios meses después, le dijimos a mi papá que habíamos cumplido el sueño, pero que había resultado un chasco. Entonces, mi papá sonrió y dijo una frase que le encantaba repetir, tomada de un disco de Doña Lola Albores: “puro fracaso ‘tamos mirando”, nos dijo que más se había perdido en la guerra y dos días después levantamos los cuadros, porque, hábil como era para los negocios, le había rentado el local a un amigo de San Cristóbal de Las Casas, quien puso una taquería de sazón exquisita.
Al final de la existencia de la casa, ya fallecido mi papá, mi mamá dio el local en renta para una mueblería. Siempre disfruté esos cambios, decía que todo terminaba en “ía” (jamás imaginé que la ia de ahora significa inteligencia artificial). Mi papá me ayudó a cumplir un sueño que no tenía muchos pies en una ciudad que no volaba en el plano cultural en los años ochenta del pasado siglo. ¿Ya cambió la perspectiva cultural en este siglo XXI, en la ciudad que presume ser la Capital Cultural de Chiapas?
¡Tzatz Comitán!
