jueves, 25 de diciembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN MARAVILLOSO GRUPO

Querida Mariana: llega el término de los estudios y con ello la certeza de que el grupo formado se desintegra. Cada integrante toma su propio camino. Acá, la maestra Lupita Nájera y yo estamos al lado de un maravilloso grupo, la generación 82 – 85 de secundaria del Colegio Mariano N. Ruiz. Alejandro Bermúdez me dijo: “somos tu primera generación”. Sí, tiene razón, entré a trabajar al colegio, mi colegio, en el 82, ellos cursaban el primer grado, así que esta generación fue mi primera, porque les impartí clases en los tres grados de su secundaria. Ni me preguntés qué clase impartí. Romeo Gordillo me dijo, al saludarnos: “a ver, decí mi nombre y número de lista”. En mi cabeza apareció la respuesta: “a ver, decí vos qué materia te di y a qué hora impartía la clase”, pero no la dije, porque sé que a veces mis bromas pasan al terreno de la piedra. Reí. Estuve contento, sólo estuve unos minutos con ellos, pero fueron un instante feliz, esos minutos sirvieron para abrazar a cada uno de ellos y para tomarnos la fotografía que acá mando (un hijo de Aarón Castellanos hizo favor de tomarnos la foto. Una de las chicas de generación -no digo su nombre- dijo que el chico Castellanos estaba muy guapo. Ella debió ser traviesilla en el salón cuando les di clases). ¿Qué decir del momento vivido en el salón del Club Campestre donde se reunieron la tarde del 22 de diciembre 2025? ¿Qué decir ante esta reunión de grupo, cuarenta años después que egresaron? ¿Cuarenta años después que el grupo se desintegró? Tal vez todo se resume en una frase que dijo la maestra Lupita Nájera a la hora que tomó el micrófono y, emocionada, dijo algunas palabras: “Gracias, por ser parte de mi vida”. Es cierto. Los maestros tuvimos el privilegio de estar con estos estudiantes en un momento de su existencia. Nos toleraron y nosotros hicimos lo mismo. Nosotros tratamos de darles un poco de conocimiento y ellos nos enseñaron la esencia de la vida, porque en ese tiempo, en la época de los ya lejanos ochenta, la vida era sencilla. Por esto nos da mucho gusto sabernos recordados, ellos saben que, como dijo la maestra Lupita: agradecemos que sean parte de nuestra vida. Las vidas imperfectas se subliman ante estos momentos, nos recuerdan que los momentos compartidos forman la esencia. No somos más que hojas de un mismo árbol y cuando este árbol se riega ¡da luz! Estuve apenas unos minutos, pero sentí la buena vibra de ellos, después de cuarenta años que abandonaron el colegio y cada uno buscó su camino. Estos chicos vienen del siglo XX y acá están, en este siglo, con rutas por recorrer. Carolina Trujillo dijo que deberíamos reunirnos para que contaran cómo le hacían para irse de pinta. A mí me queda claro que ellos y ellas aguzaron su ingenio para “copiar” en los exámenes, para demostrar su ingenio (al final, estas capacidades son las que potencian el carácter). Ellos no tuvieron la Inteligencia Artificial como sí la tienen sus hijos e hijas. Esta generación, la famosa generación 82 – 85, tuvo inteligencia natural, la que han usado y les ha llevado al lugar que ahora tienen en la sociedad. Ah, cuánta vida, cuánto testimonio, cuántos kilómetros recorridos. Ellos son modelos ochenta; la maestra Lupita y yo somos modelos cincuenta. Acá seguimos, los motores están como nuevos, las carrocerías siguen sin muchas abolladuras. Así los vi, plenos, felices, viviendo el instante donde volvieron a reunirse, donde volvieron a ser grupo sin el agobio de las tareas ni de los encierros del aula. Ya no buscaron cómo irse de pinta, como sí lo hicimos los viejos maestros. Lupita habló emocionada, dijo que era muy chillona. La comprendí. Cómo no, los viejos damos gracias por su acompañamiento. ¿Qué les dimos? Poco. Siempre, siempre, los chicos y chicas nos dan más. Ahora ellos lo saben, porque (hice cuentas) ya están rebasando la línea de los cincuenta años. Sí, estos muchachos ya han vivido más de medio siglo y han pasado del XX al XXI sin problema, gracias a Dios. “Seguimos ruckeando”, ese fue el mensaje impreso en sus playeras. A algunos los saludo con cierta frecuencia en la calle o en algún sitio especial (a Norma Díaz la saludé el día que llegó a casa para llevar el cuerpo de mi mamacita al velatorio y luego al crematorio. A Chely Aguilar la saludo muy seguido en su puesto de venta de pollo en el mercado Primero de mayo. Asimismo, a Anita Altuzar la veo a menudo, porque ella -¡ah, qué bendición!- ahora es catedrática del colegio Mariano N. Ruiz), pero hay otros a quienes tenía añísimos de no verlos, por ejemplo a Ramón Blanco, quien tiene más de treinta años de radicar en la CDMX; o a Jorge Solís; o a Luis Antonio León, quien también tiene años de no radicar en nuestro pueblo. Posdata: ¿cómo resumir este momento? Con la frase de la maestra Lupita y con la actitud de cada uno en el instante de la fotografía, que se convierte en una imagen histórica. Ah, cuántas nubes en el río de la vida; cuánto tiempo vivido, cuánto por vivir. Como si pasara lista, coloco acá los nombres de quienes aparecemos en la fotografía (Memo Castañeda hizo favor de pasarme copia de la foto y la relación de nombres. Si hay algún error es todo atribuible a él). Alfredo Bermúdez, Rafa Álvarez, Aarón Castellanos, Alejandro Bermúdez, Romeo Gordillo, Claudia Gordillo, Ramón Blanco, Jorge Solís, Luis Antonio León, Chely Aguilar (está a mi lado), Lorena Tovar, Martita Álvarez, Rosy Carolina Trujillo, Betty Penagos, Norma Díaz, Anita Altuzar, Lupita Zúñiga, Alejandra Nápoles, Laura Román, Claudia Álvarez y Guillermo Castañeda (más la maestra Lupita y yo). El grupo en el Colegio Mariano N. Ruiz, en los años ochenta, era de más de setenta muchachos y muchachas. Llegó un momento en que el padre Carlos (fundador del colegio) compró un aparato de sonido para que los catedráticos usáramos el micrófono porque era imposible que los de atrás escucharan nuestras voces. Más de setenta. Qué bendición. Los maestros decíamos: Dejad que los niños se acerquen a mí, pero de poco a poco, sin amontonamientos a la hora de calificar. Dios bendiga por siempre a esta generación de chicas y chicos nobles. Dios bendiga a sus herederos. Dios bendiga al glorioso Colegio Mariano N. Ruiz. Todos somos Marianitos y Marianitas. ¡Tzatz Comitán!