viernes, 18 de noviembre de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA IDENTIDAD ES UN ÁRBOL SIN PODA




Querida Mariana: mi mamá dice: “Dios da para todos”. “Sí -dice Alondra- pero no da parejo”. A algunos les da más, a otros menos. La convicción de mi mamá es que todo mundo recibe.
Pareciera que Dios no está en relación directa con las cosas materiales, sus dones pertenecen al mundo de lo verdaderamente trascendente. Así, todo mundo recibe el aire, el Sol, la lluvia y el aroma de la menta ¡a manos llenas!
En cualquier esquina compramos un mejoral para paliar un dolor de cabeza, pero ¿en dónde compramos eso que se llama armonía o eso que se llama plenitud? Estos “productos” sólo se adquieren en el changarro de Dios, que es un poco decir ¡nuestro interior!
En los años setentas, en la vieja cancha “Pantaleón Domínguez”, donde jugaban básquetbol, era costumbre decir: “¡Andá a comprar puntería en la tienda de doña Mariana!”, a la hora que un jugador fallaba el enceste.
Jorge asegura que cada uno recibe de Dios lo que merece. Como a mí no me gusta polemizar en temas religiosos, abro la mano y recibo lo que buenamente Dios me concede y, al tiempo, abro mi corazón, de manera generosa, para agradecer los dones. En medio del agradecimiento pido que Comitán no se nos deshaga en las manos, en la misma forma que otras ciudades han perdido su identidad, por abandonar lo suyo e ir detrás de lo que el resto del mundo ofrece.
Héctor Cortés Mandujano, talentoso narrador y dramaturgo chiapaneco, impartió un taller de narrativa en fechas pasadas. Él me dijo que no conoce la Proveedora Cultural. Le platiqué que es una librería que tiene más de cuarenta o cincuenta años sirviendo a Comitán. Pocas librerías en México han tardado tanto tiempo. ¿Cómo le hace la Proveedora para seguir firme en ese camino? Me atrevo a decir que la diversificación ha hecho el prodigio. Si fuese sólo librería ¡hace años habría pasado a mejor vida! Don Ramiro Ruiz Alfonzo, en los años sesentas, tuvo la visión para convertir su negocio en lo que hoy es cosa de todos los días: una tienda departamental. No a la altura de Aurrerá o de Wal-mart, pero sí a la altura de aquella mítica tienda llamada La Popular, de don Abraham Gutman, que vendía de todo. Mi papá me contaba que la tienda de Tío Víctor Domínguez, en San Cristóbal de Las Casas, también era una negociación donde vendían muchos chunches. Mi papá trabajó ahí, de niño y de adolescente.
Pero, en nuestro pueblo la mayoría de tiendas es “especialista”, que quiere decir “poquititera”. Los tendejones y misceláneas venden dos o tres chunches, ¡no más! ¿Cómo Dios envía su ración a estos sus hijos? La gente que acude a los grandes consorcios comerciales siempre argumenta que ahí “encuentra de todo” y esto es así porque son emporios económicos. ¿Cómo doña Elenita puede llenar sus estantes si apenas tiene para comprar unas tostadas, unos turuletes, unos cuantos refrescos, cajetillas de cigarros (de los más baratos) y dos o tres latas de sardinas?
Héctor me cuenta que tiene una costumbre. Una costumbre que a mí me sorprendió y me hace reflexionar. Al pueblo que llega pregunta por las librerías y visita una o dos (por su oficio de escritor viaja a muchas ciudades impartiendo talleres o presentando obras teatrales o presentando libros). Visita aquellas librerías que no son famosas. En cada una de ellas compra uno o dos libros. Dice que lo hace para que los dueños no se decepcionen. Lo que Héctor hace sirve para alentar a los pequeños comerciantes, ¡los magníficos sobrevivientes de estos tiempos de globalización!
Tal vez sea esa la manera que Dios tiene para repartir. A unos les da mucho para que éstos abran sus manos y den a otros. Después de todo eso es la mística del comercio y de los servicios.
Si es cierto lo que mi mamá dice ¡Dios ha otorgado dones a todas las ciudades del mundo!, pero ha sido más generoso con este pueblo que se llama Comitán. Basta mirar sus calles, sus patios y las manos que se abren como flores en los mercados, para entender que los comitecos somos sus consentidos.
Los cronistas dicen que desde 1950, con la construcción de la carretera internacional, ¡Comitán se abrió al mundo! Desde entonces, este pueblo recibió influencias ajenas. En los últimos tiempos, nuestras costumbres comerciales recibieron un impacto fuerte: la llegada de los grandes consorcios comerciales provocó un cierto olvido a la tienda de la esquina.
La llegada de las grandes tiendas debemos entenderla como parte del desarrollo normal de los pueblos. Pero tal apertura no debe significar el cierre de los negocios comitecos pequeños. Insisto en que la llegada de la hamburguesa no puede desplazar al pan compuesto. Los comitecos estamos hechos de panes compuestos, de turuletes, de taquitos de papa y de chimbos. Si los comitecos dejáramos de consumir la chanfaina, la butifarra y el chicharrón de hebra, ¿qué seríamos?
El problema económico de nuestros tiempos es la concentración de la riqueza en muy pocas manos. No existe una distribución equitativa. Cuando los comitecos compramos un kilo de azúcar, un refresco, unos cigarros, unos chimbos, un pan compuesto o una ensarta de chorizos en la miscelánea de toda la vida, contribuimos a que la paga llegue a unas manos que son nuestras, que son flor de nuestro propio fogón.
Cuando los comitecos acudimos a comprar al Supermercado San Luis, por ejemplo, contribuimos a que nuestras aguas se hagan más transparentes. Los comitecos exitosos que invierten su paga en nuestro pueblo merecen nuestro respaldo.
Hubo un tiempo en que el gobierno federal lanzó la campaña publicitaria: “Lo hecho en México está bien hecho”. Tal lema trató de hacer conciencia en la importancia de valorar lo nuestro. En Comitán nunca hicimos algo semejante; nunca dijimos “Lo nuestro es auténtico y original”; por esto, un día comenzamos a comprar zapatos chinos y dulces “extranjeros”. Es bueno que existan los helados Holanda, pero es más bueno que existan las paletas de chimbo y éstas sobrevivirán en la medida que nosotros las consumamos y las recomendemos con medio mundo.
Si, equiparando la buena costumbre de Héctor Cortés, entráramos a los pequeños tendejones, los que siempre han estado ahí a media cuadra de la casa, y a los negocios grandes de los comitecos que se la juegan con nosotros, fortaleceríamos nuestra economía local. Lo deseable es que nuestra paga se reparta y no se concentre en un solo lugar.
El fomento al consumo de lo nuestro y el apoyo a los comitecos que invierten su dinero en la propia tierra para incentivar el empleo ¡nos hace bien a todos!
Doña Carmen se enojaba, en los años setentas, cuando los muchachos de preparatoria llegaban a su tienda de dulces y pedían: “Vendame’sté un pijuy”. Se enojaba y les echaba agua a los malcriados porque ese era su apodo. Ahora ¿cuáles de estas bromas se hacen en Sam’s? Abandonar las tiendas de la esquina ha propiciado la lenta desaparición de ellas y ha enredado el hilo de nuestra identidad.
El otro día, doña Tony Carboney platicó de dos personajes comitecos: don Enrique Trujillo y don Ramiro Ruiz Alfonzo y contrastó el carácter serio y enérgico de don Enrique con el carácter bonachón y alegre de don Rami. Las tiendas pequeñas eran como extensión del corredor de la casa, porque permitían la cercanía. A la hora de pagar podíamos quedarnos platicando un buen rato. Ahora en la fila de Aurrerá esto no es posible; no lo es porque el de atrás demanda prisa y porque los empleados tienen prohibido platicar con los clientes. Cuando voy a una de estas tiendas departamentales me divierto adelantándome a lo que la señorita me dirá: “¿Puedo empezar a cobrar? ¿Encontró todo lo que buscaba? ¿Requiere tiempo aire?”. A veces pienso en la posibilidad de tener un diálogo que no se circunscriba al sí o no.
“¿Puedo empezar a cobrar?” No, espérese tantito. Soy supersticioso y ahora mismo son las trece con trece, ¿puede esperar dos minutos?
“¿Encontró lo que buscaba?”. ¡Fíjese que no! Busco una sonrisa de esas que se extienden como bosque. Una vez, en Xalapa, me topé con una muchacha bonita en los portales, frente al parque, y me dijo que esa sonrisa la había conseguido una noche que estaba en Comitán. Desde entonces he tratado de conseguir una igual, pero me han dicho que está agotada. ¿Usted no sabe si para antes de navidad tendrá disponibles sonrisas de bosque?
“¿Requiere tiempo aire? No, más bien ¡me gustaría comprar aire para mi tiempo! A veces siento algo como una opresión en el pecho, ¡no, no, no es flato ni eso que ahora le llaman estrés! Más bien es algo como una nostalgia por lo que se va. ¿Usted nunca ha sentido algo como una asfixia cuando alguien sube al camión y se aleja?
Pd. Marianita de mi vida, es bueno que las grandes tiendas departamentales estén en el sitio de nuestra casa; lo malo es que, de pronto, olvidemos a la tienda de la esquina. Aurrerá existe en mil ciudades de este país, pero ¿cuántas Lupitas del Veinticinco? ¿Cuántas Lupitas de El Foquito?
¿Mirás ese prodigio que decíamos? ¡Andá a comprar “puntería” a la tienda de doña Mariana! ¿Venden “puntería” en Aurrerá? ¿Venden “pijuy” en Wal-Mart?