lunes, 14 de noviembre de 2011

LAS MUJERES QUE NO VAN AL MANDADO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como cuerda de guitarra y mujeres que son como lazo para tender la ropa.
La mujer lazo es aliada del aire. Es pariente de las palomas y de los papalotes. Su cabello y sus sueños jamás están mojados. Sus ojos se inflaman con vida cuando mira que las sábanas alargan sus brazos en intento de vuelo.
Le gusta hacer pompas de jabón; le encanta que su amado le unte jabón y luego sople sobre su piel. Las pompas (las de jabón) vuelan como alcatraces en tiempo de lluvia.
Cuentan que en el Imperio Romano la mujer lazo tenía otra vocación, por esto los Césares saludaban con un saludo casi Hitleriano.
Sus juegos son los mismos juegos del jugador de ajedrez, porque, como si fuese personaje de Cortázar, en la cama se mueve como si fuese peón que se moviese como un alfil o como una reina.
Cualquier campo lo convierte en un salón donde las otras mujeres están llenas de tocados, porque la vida puede ser un mero juego de luces o una mesa para jugar póquer.
Siempre atada a un poste o a un clavo, envidia a aquellas mujeres que bailan a mitad de la calle; a las que conducen carros descapotables o aquéllas que miran a los hombres desde una ventana.
La lluvia de la tarde le limpia el polvo de las mañanas y descifra las luciérnagas de la madrugada. Si alguien desea llevarle serenata debe saber que su música favorita es el tango (no sabe por qué es así). “¿Cómo -se pregunta a veces- me gusta tanto una música que está tan lejos de mis bosques?” Piensa que, tal vez, la música de los boleros estaría más de acuerdo a su vocación y a su natural y canta alguna de Manzanero, sólo para descubrir que el tango “Uno” es el arriate para sus claveles.
Los hombres que se enamoran de ella corren el riesgo de confundirla con un simple hilo para amarrar sus zapatos o de enrollársela para siempre alrededor del cuello. Cuentan los mayores que muchos de los cadáveres que encontraron flotando en el agua del río Grande de Chiapa llevaban en sus brazos el olor de una mujer lazo.
Siempre está limpia y huele a nardos. Algunos inútiles la emplean para jugar a saltar la cuerda; otros la emplean para amarrar la vela a la verga de su barco; unos más le hacen nudos ciegos; otros -menos estúpidos- la usan como señuelo para atrapar peces voladores (en este caso es imprescindible untarle aceite de ballena).
Quienes le escriben cartas, deben anotarle notas al pie de página. Esta costumbre la heredó de su abuela Antártida que se congeló porque sus pies nunca tuvieron sosiego de luna.
Algunos perversos la llaman “asaltacunas” porque prefiere hombres a los que les doble la edad. Dice que es la única manera de tener al mismo tiempo a un amado y a un hijo. Su postre favorito es el pastel mil hojas de papel arroz; su película favorita es “Lo que el viento se llevó” y su autor de cabecera es Saramago, porque su chistera siempre está llena de algodones sin religión.
Si la invitan a una pastorela elige, antes que ángel o demonio, ser el tridente. Aborrece todo aquello que cubra el Sol, como los parasoles o los techos de las casas.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como una bufanda y mujeres que son como chalecos.