miércoles, 23 de noviembre de 2011

LOS EXTRAÑOS DE LA MONTAÑA

Llegaron una mañana. Eran las once con veinte.
Armando, que había ido a tomar fotografías a la montaña, vio el destello en el cielo y, como si siguiera una orden, miró su reloj, en lugar de tomar su cámara y enfocar. La línea de fuego desapareció detrás del Monte Manogoch. El fotógrafo pensó que era un meteorito.
En el pueblo pocos se dieron cuenta. La mayoría estaba en sus actividades. La gente caminaba con rumbo al mercado; el afilador, montado en su bicicleta, tocaba el silbato, mientras las mujeres se asomaban en sus ventanas. Apenas José, el campanero del templo de San Caralampio, vio algo a lo lejos, lo vio perderse detrás del horizonte.
A la hora que llegaron, Pedro, en su casa, desgranaba maíz. Levantó la cara cuando escuchó un ruido como de cacerolas golpeándose en el viento, dejó la mazorca sobre la silla de madera, se levantó y fue a la ventana de la cocina. Alcanzó a ver una línea, como esas que dejan los aviones a chorro.
Los esperamos desde siempre, pero cuando llegan pocos lo advierten. Julio Cortázar escribió que la noticia del siglo será el derrumbe de la Torre de Pisa; pero Andrés de la Cortina lo niega y asegura que la noticia más impactante será la llegada de ellos. Y esto, de acuerdo con los testimonios, sucedió en Comitán a las once con veinte de la mañana del 4 de abril de dos mil diez ¡y nadie -salvo Armando, José y Pedro- lo presenció! (sin duda, este suceso se ha dado en el transcurso del tiempo, pero no está registrado en algún documento. Acá en Comitán hablan de gente especial que un día llegó y se quedó a vivir. Sus bisnietos caminan ahora por estas calles).
Llegaron y se dispersaron. Activaron el botón desintegrador y la nave, que (ellos lo sabían) era una chatarra tomada del campo Sisoustux, se volvió polvo.
Ese día, a las tres de la tarde con veintidós minutos, dos extranjeros llegaron a la casa de don César y pidieron ver la casa que estaba en renta; asimismo, dos mujeres de piel blanca y ojos azules, se registraron en la Posada Mesón de los Ángeles y luego fueron a comer al Restaurante Alis.
Los cuatro estuvieron viviendo en Comitán, hasta el día de ayer en que desaparecieron. Las mujeres vivieron en una casa de por el rumbo de Los Magueyes.
Un día, Pedro preguntó: ¿a qué se dedicarán esos hombres y mujeres que llegan al pueblo y no hacen más que caminar por las calles, con vestimenta similar a la que usaban los hippies de los años setentas y que hablan con cierto seseo, como si fuesen españoles? Unos dicen que son espías de la CIA. ¿Tantos en el mundo? Porque el suceso del cuatro de abril fue un acto que se repite en todos los lugares del mundo, con frecuencia. Cada vez que alguien asegura haber visto algo en el cielo, algo que no es un avión, ni un satélite, ni un meteorito, ni los restos de una lluvia de estrellas, sin saberlo ha sido testigo del arribo de ellos.
En todo el mundo, llegan, desintegran la nave y se dispersan. Tal vez ellos conocen un mecanismo para volver a integrar todas las partículas y regresar a su lugar de origen, porque a veces, sin motivo aparente abandonan la ciudad y nunca más se sabe de ellos. Los del cuatro de abril se fueron ayer. ¿A qué vinieron?