No soy poeta, me asumo como narrador. No obstante envío poemarios a concurso. A veces me otorgan Menciones Honoríficas. Con ello me honran y honran mi obra.
Soy lector de poesía. Por fortuna ¡no leo por concurso! Porque, parece, la competencia modifica la esencia de las cosas.
Con pena me enteré de la carta abierta donde los firmantes señalan anomalías en el desarrollo del III Premio Iberoamericano de Poesía Jaime Sabines. Con pena, porque ya se volvió costumbre enlodar el nombre de don Jaime cada vez que se pretende honrarlo. A los chiapanecos y a los amantes de la poesía nos duele que el nombre de nuestra Voz Mayor lo cancelen con esparadrapos de mediocridad.
Los firmantes (los poetas Lumbreras, Cerón y Fabre) sostienen que el jurado no respetó una cláusula contenida en la convocatoria.
Como no soy poeta, brinco de gusto cuando el jurado me otorga una Mención. Los nombres de los jurados, por lo regular, se omiten en la convocatoria. Se dan a conocer en el momento que los nombres del ganador y de la obra son revelados al público.
Lo anterior es una pena, porque en ocasiones (varias) en Chiapas (más pena) las autoridades llamadas culturales y convocantes de Premios nombran jurados a personas que no reúnen los mínimos requisitos para serlo.
Una vez, al revisar los resultados de un Premio en el que había participado me enteré de dos cosas: la primera fue que no había obtenido alguna mención (no me provocó ningún sentimiento mayor) y la segunda fue que dos de los jurados (a decir de muchos lectores) escriben obras menores comparadas con la mía (me provocó escozor en el clavicordio del oxímoron).
En Chiapas (y tal vez en muchos otros lugares del mundo) existe confusión. El jurado debería estar integrado, no por creadores, sino por críticos, por expertos estudiosos de la poesía. ¿Cómo es posible que un compa poeta que apenas silabea pueda emitir un juicio objetivo y cuidadoso?
Saco a colación lo anterior porque apenas me enteré del contenido de la citada carta hurgué en el Internet. Sólo como mero juego elegí dos versos de una poeta que fue jurado: Raquel Lanseros y luego, sólo para seguir con el juego leí dos líneas de uno de los concursantes inconformes. El fragmento de Lanseros dice: “Te quise. Me quisiste. Nos quisimos. / Qué fácil es decirlo cuando no queda nada”; y el de Lumbreras dice: “Y si un día la muerte te seduce, comienza, como un naturalista a ordenar la ebriedad de Dios en tu cabeza”.
Doña Raquel fue elegida para calificar el trabajo de Lumbreras (dentro de muchas más obras que, ¡otra vez!, el jurado cometió la torpeza y descortesía de dar a conocer de manera pública).
Nuestra poeta Ambar Past fue designada también para calificar libros de poesía, entre los cuales estaba uno de Efraín Bartolomé, por ejemplo.
No sé. Es una pena.
Las autoridades se creen unas lumbreras y no lo son. No alcanzan a ver que los pozos de luz están en otras manos, en otros corazones.
Fuera bueno que la poesía estuviera en manos de quienes poseen la brasa del fogón.
Qué bueno que no soy poeta. Me asumo como narrador. Por esto no someto mis libros de cuentos o novelas a concurso. Que me ignoraran otros más simples que yo, en el terreno de la narrativa, sí me provocaría retortijones en el clímalo de la anáfora.