miércoles, 9 de noviembre de 2011

PARA LOS SUEÑOS DEL AMANECER




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como la barba de San Nicolás y mujeres que son como bigote de Dalí.
La mujer Dalí está llena de cielos que se abren al mediodía; viste pantalones de piel de león con textura de elefante. Algunos la tachan de sadomasoquista porque lleva un látigo en las manos, no intuyen -pobres realistas- que tal chunche lo usa para cortar el viento. Sólo los surrealistas saben que el corazón del sueño necesita aire para volar.
Su amuleto favorito es la luna, por esto mira lunas por todas partes: en los pechos de las mujeres que la provocan; en los ojos de los hombres que sueñan con ella.
Como posee el don del aro mágico cree que el mundo puede recargarse en sus ventanas. Sus amados deben ser muy tolerantes antes sus impulsos de genio pues, a cada rato, les ofrece los clásicos tres deseos para cumplir los suyos. Si alguien le pide, por ejemplo, un árbol que, en lugar de manzanas, dé dinero, ella crea un bote de jalea de manzana envuelta en un billete de veinte dólares. Unta la jalea en un pan integral y usa el billete como servilleta.
Todos los instantes de su vida le sirven de pretexto para hallar la niña que fue. Si sube a una motocicleta imagina que está sobre la verja del jardín de la abuela; si sube a un auto imagina que viaja sobre la alfombra mágica que le regaló su tío Benjamín; si sube sobre el cuerpo de su amado imagina que vuela sobre la nube que le tejió su papá Armando. Gracias a esta capacidad de imaginación sus amados la nombran como la Reina de los Sueños Inconclusos. Es como un papalote que vuela muy alto, pero, justo en el instante que está por alcanzar la gloria, recuerda que su cordel está atado al suelo y cae en picada como si fuese un águila tras su presa. Esta propensión a la caída descontrola a sus amados. Se sabe que todos los hombres sueñan con estar arriba, siempre arriba. La mujer Dalí, igual que Jesús, tiene su reino en otros cielos, que no necesariamente está instalado arriba, a veces sueña con el centro o con estar abajo.
El cepillo de dientes le sirve para untar la mantequilla; la cuchara, boca abajo, para construir la casa de la cucaracha que corre por la mesa todas las noches; la noche le sirve para justificar la aparición del día; y el día le sirve de enchufe para conectar las baterías de las estrellas que brillarán por la noche.
Los domingos acude a los bazares a comprar chunches que tuvo de niña. En la mitad de su cuarto tiene un pupitre de madera; sobre la pared del baño, una pizarra para hacer dibujos con tiza blanca, mientras orina. Tiene sombreros que usa para atrapar mariposas, por la mañana, y murciélagos por la noche.
Cuando debe explicar un tema complejo usa el dibujo. Toma un lápiz y hace diagramas sobre servilletas. Cuando termina de dibujar pregunta al amado: “¿Entendiste?”, acto seguido se limpia los labios para eliminar los rastros del chocolate y del pay de queso. Sabe que los hombres son simples y no entienden la complejidad del universo, que es lo mismo que decir la naturaleza de las mujeres.
Le gusta abrir hoyos en la oscuridad sólo para el disfrute de hallar la luz.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son frías como un refrigerador vacío y mujeres que son tan calientes como un horno de microondas.