lunes, 23 de diciembre de 2013
LOS CAMINOS DEL SEÑOR
“Es lógico”, decía el tío Hermisendo, mientras fumaba un cigarro en el corredor de la casa. Para todo problema él daba esa respuesta como solución: “es lógico”. Por esto era lógico que mi prima Elena (la prima más bella de la región) heredara ese pensamiento y, desde niña, dijera que la vida tenía su propia lógica. El tío golpeaba el cigarro con su dedo índice y tiraba la ceniza adentro de una maceta, siempre que estaba a punto de decir la famosa frase. Ah, cómo se enojaba la tía Hermisenda. Al tío se le quitó la maña hasta la noche en que la tía, con una palita de madera, levantó parte de ceniza (revuelta con tierra) y las colillas y fue al cuarto del tío. Ahí, con cuidado, levantó las cobijas y esparció las cenizas y colillas sobre la cama del tío. ¡Santo remedio! Cuando nos enteramos en casa de esto, mientras todos reíamos, Mi prima, muy seria, limpiándose las manos sobre el mandil, dijo: “La vida tiene su propia lógica”.
Por esto, cuando mi prima se huyó con el novio (ah, cómo lamentamos todos los primos el suceso, porque nos dejó casi casi huérfanos de vida) todos dijimos que era lógico que huyera, porque la vida tiene para cada uno de nosotros ¡un camino lógico!
A la tía Hermisenda no le alcanzaron los setenta y cuatro años que vivió para llorar la ausencia de su hija (nuestra prima). No le bastaron porque ella no le encontraba la lógica a la acción, pero los demás (los primos) sabíamos que era lógico que ella huyera con el novio, cuando apenas había cumplido los trece años y estaba entrando en los catorce. Era lógico que lo hiciera porque mi prima Elena tenía eso que llaman chispa de vida. Se notaba en su andar que era como de paso de garza a mitad de una pasarela. Abría la puerta de calle, miraba cuánta gente caminaba sobre las banquetas y como si lo anunciara sacaba un pie. ¡No tenía cuerpo de niña de trece! ¡No! Por alguna razón su cuerpo era como de muchacha bonita, de la Costa, de diecisiete años, entrando en dieciocho. Sus muslos eran como dos velas dedicadas a San Nabor (el santo de luz y buen sabor) y sus pechos eran como dos racimos de nubes a punto de lluvia. Su piel siempre estaba húmeda, sin importar la estación del año. En invierno ¡estaba húmeda! El ligero sudor que emanaba de su cuerpo era un sudor cálido, como niebla de color azul. Nunca supimos por qué ella era así, pero sí intuimos que la vida había instalado su propia lógica en su cuerpo. Era llena de vida. Me da pena decirlo, pero la primiza era como una jauría detrás de ella. Nos gustaba estar con ella, era como bañarse en su luz. La jalábamos para todos lados, para ir a montar bicicleta, para ir a “La tapadera” a bañarnos, para ir a cortar moras, para ir a jugar quemados en el patio de la casa de tío Arnulfo, para subirnos a los árboles a cortar pomarrosas, para jugar a las escondidas, para ocultarnos debajo de las camas y oír cómo latía nuestro corazón, para sentir su cuerpecito húmedo junto al nuestro. Cuando el tío Hermisendo se enteró que su niña había desaparecido con el novio de veintidós años, golpeó de manera delicada su cigarro con el dedo índice (ya sobre un papel periódico que tenía sobre una mesita) y dijo: “Era lógico” y siguió leyendo el periódico. Ya dije que a la tía Hermisenda no le alcanzó la vida para llorar la ausencia de su amada hija. Y a nosotros, los primos, no nos alcanzará la vida, también, para lamentar la ausencia de nuestra amada prima. Nos dejó huérfanos en la mera edad en que la necesitábamos más. Después de su ida fuimos perros extraviados. Salíamos a la calle en busca de alguna sustituta, pero nunca la hallamos. Algunos nos casamos en intento absurdo de encontrar una compensación, pero todo fue inútil. La vida, lo sé ahora, tiene su propia lógica y, a veces, nos desbarranca o nos eleva a las alturas del cielo. Nosotros conocimos el cielo, pero luego nos desbarrancamos y llegamos a lo más profundo del pozo.
Nunca supimos qué fue de ella. Algunos, en Comitán, nos decían que la habían visto en Veracruz; nos decían que vivía en una casa enorme, al lado del mar y que tenía un yate tan grande como la nave del templo de Jesusito. Otros nos decían que la habían visto en un tianguis en Tepito, que vendía ropa íntima, hecha en China. Y otros, los más, nos decían que la habían encontrado en un tugurio de mala muerte, en Arriaga. Que se les había acercado y había ofrecido su cuerpo por doscientos pesos. Nos contaban que su cuerpo siempre estaba húmedo. Nosotros, los primos, creímos todas las versiones y no las creímos. Era posible. Era posible que así fuera, porque conocíamos a Elena (la prima más aire que todas las demás primas del mundo) y porque sabíamos que la vida tiene su propia lógica y era lógico que ella, ¡toda vida!, saliera a buscar la vida.