viernes, 13 de diciembre de 2013

PORQUE NO TODO ES UNA TINA





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en mujeres que son como una cuerda de ring y mujeres que son como una pulsera de mano.
La mujer pulsera de mano ama las muñecas, aunque sean de trapo. La puerta que le sirve para hallar el camino al bosque es aquella que tiene bisagras de aire. Danza, cuando tiene nostalgia de sillón de abuelo ¡danza! Lo mismo hace cuando su amado cree que todas las mujeres son teclados expuestos en una tienda de bisutería. ¡Ah, qué tontos los hombres! A veces creen que todos los lobos del desierto están ahí para hacer sus ventas de garaje. Porque, de veras qué fiesta tan irreal y tan confusa ¡la venta de garaje! La gente que realiza ventas en el garaje de su casa vende sólo chunches a punto de deshacerse, por el polvo, por la herrumbre o por el color de anciano a punto de desgajarse desde la silla más alta de la rueda de la fortuna. En una venta de garaje todos hallamos pianos con polilla y con la dentadura incompleta; hallamos patinetas sin ruedas (¿para qué sirve una carreta sin yunta y sin ruedas?); hallamos la pipa que fumó el tatarabuelo de Pancho Villa; la maxifalda que usó la tía de Verónica la noche en que fue por primera vez a la disco en los años setenta. Hallamos un par de focos de carretera de camioneta todo terreno (fundidos). La venta de garaje es como una sala del Louvre donde las esculturas son los brazos que le faltan a la famosa estatua. En una venta de garaje hallamos una pantalla de computadora de los años noventa del siglo pasado, un paso de baile, un grano de arena, la sonrisa de Macarena, los labios de una medusa y el cuello del primer hombre que fue guillotinado.
A la mujer pulsera de mano le gusta el hombre que tiene tatuado el pecho, el que tiene pecho de pared grafiteada; el que ostenta su pecho como si fuese un cuaderno de niño de preescolar o que recuerda los dibujos que las estrellas realizan en los cielos de Comitán todas las noches. De esta pasión viene su afición por hacer barquitos de papel o de formar estrellas con palillos sobre la mesa. De esta pasión también viene su afición de sentarse en la orilla de la cama sin sostén en su cuerpo, sólo con su pantaleta. De ahí también viene su deseo de caminar por los lugares más oscuros de la patria, por los callejones donde el delincuente es como un lobo al acecho.
Si su amado la invita a caminar en una azotea, ella, la mujer pulsera de mano, mueve sus manos como si fuesen alas, como si fuesen piernas sobre una pasarela, y acepta la invitación como si fuese un reto para deshojar los gajos del sol o las espinas de la luna.
Sus ojos tienen el embrujo del neón o de la raya que el albañil pinta sobre el cemento; su sonrisa tiene la sordidez del árbol que se estrella contra la jaula del canario; sus palabras son las del cantante de bar, las del merolico que ofrece niñas bonitas en patines. No recuerda quién le dijo que el mar no es un buche de agua; no recuerda quién le dijo que el lodo es bueno para recuperar la lozanía del cuerpo, pero deja que su amado la acueste y unte sus pechos y su vientre con lodo, con lodo sacado de la bolsa del origen del Universo.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como ventanas trabadas y mujeres que son como pasos de baile en madrugada.