lunes, 30 de diciembre de 2013

LA CIUDAD MÁS GRANDE (carta a mí mismo)





Cuando uno vive en una ciudad de cien mil habitantes no puede imaginar cómo es una ciudad con más de diez millones de habitantes. Más de diez millones de habitantes viven en la ciudad de México, una de las ciudades más grandes del planeta. Es difícil pensar que todo Comitán cabe en el Estadio Azteca; es difícil pensar que se necesitan más de cien estadios para recibir a la población del Distrito Federal.
Por esto, el día que viajaste a la ciudad de Zacatecas e hiciste escala en la ciudad de México, decidiste no salir de un espacio delimitado, porque, para el extraño, es una ciudad abrumadora. Viviste en ella en los años setenta y no viviste mal, porque, a pesar de que era una ciudad inmensamente grande no era el monstruo que es ahora. En aquel tiempo, junto a Enrique, Jorge, Miguel, Roge, Rodolfo y César, entre otros compas, la ciudad se mostró afectuosa con ustedes. Lograron sobrevivirla. A veces, en medio de la nostalgia por el pueblo que los vio nacer, se sintieron bien en esa ciudad e incluso tuvieron sueños de quedarse a vivir ahí y alcanzar ese conejo tan resbaladizo que se llama fama.
El día que hiciste escala (la tarde más bien dicho) te hospedaste en un hotel a media cuadra de La Alameda y no saliste de ese perímetro. Cualquiera podría decir que tenías todo al alcance de la mano. Claro, no tenías al estadio Azteca, pero como no sos aficionadísimo al fútbol te sentiste bien, porque entraste a Bellas Artes y a dos librerías sobre Avenida Juárez. El Palacio de Bellas Artes estaba repleto de soldados, muy bien presentados, con traje de gala. Preguntaste y un hombre de saco (empleado del Palacio, sin duda) te dijo que era la conmemoración de los Cien Años del Ejército. En un acto privado, la Orquesta Sinfónica de la Sedena ofrecería un concierto. Te hubiese gustado entrar y conocer el interior del Palacio, porque, mientras viviste en la ciudad, jamás entraste a conocer el interior, nunca tuviste el deseo de escuchar un concierto. Pero el acto era privado, especial para integrantes del Ejército. Luego recordaste que meses antes, el Secretario de la Defensa Nacional envió a Chiapas a la Orquesta y tocó en San Cristóbal, Tuxtla Gutiérrez y Comitán.
Entraste a la librería Gandhi y a la Librería El Sótano. Ahí compraste algunos libros. Compraste uno que tenías pendiente: “La bomba de San José”, de Ana García Bergua. Te habías enterado que a Ana le habían concedido el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, precisamente por esta novela. Lo tenías pendiente porque Ana es una de tus escritoras favoritas, haz leído de ella algunos cuentos y la columna que publica en el periódico La Jornada.
Caminaste un rato por La Alameda y luego, antes de oscurecer, regresaste al hotel y te encuevaste en la habitación 304. Prendiste la televisión y pusiste un canal con música; rasgaste el papel protector de la novela y comenzaste a leerla. Te había causado una mala impresión la portada. Pensaste que era una mala jugada que la editorial le había hecho a la escritora. La portada te pareció infame, muy por debajo de la calidad literaria de Ana, pero cuando leíste la novela pensaste que el diseño de portada era como una premonición del contenido. Tuviste muchas expectativas y éstas no se cumplieron. Vos también le hubieses otorgado el Sor Juana a la Bergua, pero por su obra y no, en específico, por esta novela. En fin. Al día siguiente te levantaste temprano y te despediste de la enorme, monstruosa, alucinante y maravillosa ciudad de México. Bueno, de ese mínimo territorio por donde caminaste.