domingo, 1 de diciembre de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL GATO RESGUARDA SU FORTALEZA





Por primera vez se publica una fotografía que muestra parte de la Fortaleza de Misha, el gato lector.
Si el lector observa con atención verá en el extremo izquierdo una pila de cojines, con un estampado a rayas doradas, negras y blancas (los colores del blasón del gato, que tiene ascendientes japoneses y egipcios); en el extremo derecho se ven dos juguetes que pertenecen a la perra llamada Pigosa. Estos juguetes son los residuos de las batallas que ambos enfrentan. La Pigosa (dueña del territorio vecino) se sube al sillón y desde ahí avienta, como en catapulta, los “pús” a fin de distraer al gato, pero éste jamás pierde de vista su territorio y sus posesiones.
Como todo mundo sabe, Misha es el único gato en el mundo que lee libros. Supera con mucho la media nacional que apenas es de dos libros al año. Misha no sólo lee, sino también es un cinéfilo empedernido. Los biógrafos de Misha mencionan que su abuelo, el viejo Hipólito, fue gato del cine Comitán, en los años setenta. Su abuelo y otro gato, de nombre Celeste, eran los encargados de andar de día y de noche por el escenario y por en medio de la butacas para que los ratones no hicieran suyo un territorio que debería ser exclusivo de los amantes del cine. De ahí, tal vez, su gusto por ver cine de arte.
En el estante de su Fortaleza apenas hay una muestra mínima de su colección exclusiva de devedés. Sólo para demostrar cómo Misha es un buen cinéfilo doy una probadita de tres de los títulos que tiene en ese estante: “Amour”, de Michael Haneke; “Fanny y Alexander”, de Ingmar Bergman; y “Cinema Paradiso”, de Giuseppe Tornatore. El día de su cumpleaños número dos, mi Paty le obsequió la película “Beethoven”, sí la del perro San Bernardo. Por causas aún no determinadas, dicha cinta desapareció al siguiente día. Cuando Paty le preguntó a Misha dónde estaba el regalo, el gato levantó una manita y señaló hacia el territorio de Pigosa, pero Pigosa subió a lo alto del respaldo del sofá, levantó la carita y se quedó como la Esfinge, sin decir ni guau.
La sombra fantasmal que se aprecia en la fotografía es de Pigosa que se atrevió a ingresar al territorio gatuno para robar el libro favorito de Misha (se aprecia cómo el gato lo ha leído tantas veces que ya algunas hojas están desgajadas del lomo). Misha, en el instante en que la foto fue tomada, se apresta a salir de su aposento, la manita derecha ya la tiene en posición de avance, como destacado samurái, mientras la manita izquierda (escondida) saca las uñas para dar el zarpazo que, a final de cuentas, obligó a Pigosa a correr a refugiarse en su sofá y, cuando menos esa mañana, no volvió a hacer intento de incursión.
Pigosa es una perrita analfabeta. Su pasión por los libros de Misha sólo está en relación con sus ganas de joder. La verdad es que le daría lo mismo un libro que un devedé o un hilo azul. Pero no sucede lo mismo con Misha. Si Pigosa se lleva una cinta azul, el gato se hace “tacuatz” (también posee ese don de convertirse en otro animal, ya se ha dicho hasta la saciedad que también ¡araña!) y deja que la perra se crea triunfante. Pero lo que no permite el gato es que le toquen uno de sus libros o de sus películas. Se entiende, no a todos los gatos del mundo les gusta ver cine o leer a Murakami o a Fabio Morábito o a Óscar Oliva o a Eduardo Hidalgo.