viernes, 26 de diciembre de 2025
UNA CHICA, UNA PREGUNTA
Me sorprendió. Preguntó en qué año estábamos. Quise bromear y decirle: en el año del perro, pero pensé que esa chica, con rostro de espejo color mostaza, nada sabía del año chino. No sé, dije. Vi que su cara enmohecía, ella pensó que yo podía saciar su inquietud. Traté de darle vuelta al tiempo, de regresar el camino andado, de corregir mi yerro y dije: lo siento, me equivoqué, también me pregunto en qué año estamos. La vi sonreír, algo como un pájaro apareció en sus labios, un ave luminosa, como si pensara: ya somos dos los desorientados.
¿Cuántos hombres y mujeres pueden asegurar en qué año estamos? ¿En este tiempo ya no hay dinosaurios, porque se cansaron sin alcanzar la cima donde estamos? ¿De verdad estamos en la cima o vivimos en una burbuja en el vacío? A veces nos topamos con personas que cuentan hechos pasados, como si la vida fuese un simple carrusel. Vemos a chicas y chicos que hablan de sus abuelos del siglo XX y ellos aseguran vivir en el siglo XXI. ¿Saben que esta medida de tahúr tiene como égida el nacimiento de un chico llamado Jesús? ¿Cómo es posible que la vida de un ser humano sirva para determinar una rotunda línea del tiempo?
Duele decir que no somos del tiempo de Hércules o de Penélope. Estos nombres nos los heredó algún siglo pasado, torcido por las manecillas del calendario. ¿Qué nombres heredarán los que vivan en el siglo XXII? ¿Algún heterónimo de Hitler asomará su rostro en la ventana? ¿Qué beberán a la hora del desayuno los habitantes del futuro?
Medimos el tiempo, la huella de la historia, a través de siglos. Medimos los huertos con los juegos y los árboles. ¿Quién mide la vida en años luna?
La chica que preguntó en qué año estábamos se quedó parada en el andén donde esperábamos el autobús. No sé si ella volvió a darle vuelta al molino en su mente. Yo sí lo hice. Llamó mi atención la frase: ¿en qué año estamos?, como si el año fuera ese andén, sala de espera de un viaje.
Ella preguntó. No sé el porqué de mi respuesta. Yo sí sabía en qué año estábamos. Pero quise hacerme el gracioso, como si fuese un Chaplin del siglo XXI y esto desvió mi respuesta fresca. Ese desvío hizo que ahora titubee y no sepa bien a bien en qué año estamos; no sé si estamos en la realidad o sólo somos como un reflejo de lo que fuimos o seremos.
No somos del tiempo de Aristóteles, del tiempo de Casiopea. ¿Quiénes son los hombres y mujeres de este tiempo? ¿Por qué dudamos al nombrarlos? Decimos sus nombres con cierta aridez, como si su agua contenida no regara los yermos sembradíos.
Duele constatar que todo es un simple catálogo, un mero archivo de enunciados. Todo es una mera acumulación de entretenimientos, de hombros alzados, de pies que sueñan y olvidan estar en tierra.
Ahora veo que la chica se acomoda una mascada que llevaba en el bolso, el autobús ya entró al andén, algunos viajeros bajan, van al sanitario o a comprar una botella con agua. La chica, pienso, es de este tiempo, de mi tiempo, aunque no sepa, igual que ella, en qué año estamos. ¿Estamos? ¿Somos? ¿Y si Cristo decidiera volver a la tierra, cómo contabilizaríamos el tiempo, el siglo, el ciclo?
Iba a subir al autobús, pero decidí no hacerlo. Ella subió, quedé en el andén. ¿Esto cambió mi tiempo con respecto a su tiempo? ¿De verdad seguimos siendo habitantes de este mismo siglo el que vive en la montaña, en la gruta, en el penthouse?
El autobús ya dio vuelta en la esquina, desapareció de mi vista, la chica ya no está, sólo me quedó su pregunta, como un bolso olvidado.
