sábado, 13 de marzo de 2010

LAS GANAS DE SER MADRE


María le dijo a Pablo: "¡Quiero tener un hijo!". Pablo caminó hasta la ventana, corrió la cortina para que la recámara quedara en penumbra, colocó su sombrero de mago sobre la mesa de madera y, pronunciando las palabras mágicas, sacó un hijo de la chistera. María sonrió, aplaudió. Pablo tenía al recién nacido suspendido de los pies y lo mostraba orgulloso ante su única espectadora.
Hace como veinte años había hecho el mismo acto de ilusionismo. En esa ocasión había cumplido el deseo de Bertha, quien se pasaba llorando todas las tardes porque no podía engendrar. Pablo le dijo que no se preocupara y, frente a sus ojos, realizó el mismo acto de la chistera. Pero no habían pasado ni dos minutos cuando Pablo se dio cuenta que el niño no respiraba y estaba frío. Ya no fue posible recuperarlo. Bertha lo tomó entre sus brazos y lo lloró como nunca lo había llorado. "¡Ay, mi pichito, mi pichito querido!", gritaba, mientras Pablo trataba de desviar su atención y sacar, junto al conejo que tenía agarrado de las manos, una sonrisa a la desvalida madre.
Durante muchos años, Pablo practicó. En cuanto sacaba al bebé de la chistera, le daba un soplo en las nalguitas a fin de que el bebé llorara, porque -al parecer- éste es el requisito indispensable para que un niño entre con el pie derecho al camino de la vida. Durante todo el tiempo que practicó nunca le falló el acto mágico. Ahora estaba seguro que el bebé de María no sería la excepción, porque le había "salido" rechonchito y con los cachetes rozagantes. Mientras María aplaudía, emocionada, Pablo subió el brazo hasta que las nalgas del niño quedaron cerca de su boca. El mago abrió los labios y sopló, sopló suave como si lanzara un pétalo y el niño lloró y la mamá también lloró de felicidad, pero lloró tanto que se ahogó en su propio llanto. El mago vio a la mujer que se llevaba las manos a la garganta y buscó dónde dejar el bebé para auxiliar a la "parturienta", no halló dónde más dejarlo que regresarlo a la chistera. Corrió hacia donde estaba la mujer tirada, se hincó y le dio respiración de boca a boca. La mujer movió los brazos, tosió, volvió el rostro hacia el piso de madera y, poco a poco, recuperó su aliento. Pablo le pasó la mano sobre el cabello, sobre la frente. La mujer, ya con el rostro tranquilo, lo tomó del brazo y preguntó por su hijo. Pablo se paró, fue hacia donde estaba la chistera, acercó la cabeza como si se acercara a un pozo y ya no vio al niño.

viernes, 12 de marzo de 2010

INSTRUCCIONES PARA VIAJAR SIN MOVERSE



1.- Hacer una necropsia a la palabra territorio, sin usar anestesia.
2.- Ondear como bandera desde el sillón de la sala.
3.- Subir los escalones de dos en dos sobre las ruinas de un libro llamado “Veinte mil leguas de viaje submarino”.
4.- Comer quesadillas de hongos (debe asegurarse que no son hongos de María Sabina, sino simples champiñones).
5.- Nadar en una alberca que esté llena de los sueños que han tenido los intrépidos de todos los tiempos.
6.- Masajearse el cabello con gel hecho a base de huellas del Polo Norte.
7.- Cumplir una manda y desplazarse hincado desde la Basílica de Guadalupe hasta la Catedral de Nuestra Señora, en París.
8.- Asistir a una galería de arte y comprar los marcos ignorando los lienzos.
9.- Llegar a una encrucijada, lanzar una moneda para que el destino decida si uno va a la izquierda o a la derecha y cuando la moneda ya esté en el suelo regresar por el camino andado.
10.- Sacar a Alicia del país de las maravillas y llevarla al país de las realidades.
11.- A Fernando Botero presentarle una muchacha bonita anoréxica, mientras Giacometti cena en compañía de “La Bodoquito”.
12.- Dejar que un papalote nos vuele por todos los cielos sin temor a que se nos rasgue el papel de china de color rojo.
13.- Indagar el lugar de procedencia de la tortuga que hay en casa y devolverla a su lugar de origen en vacaciones de fin de año.
14.- Olvidarse de los discos compactos y de los devedés y escuchar discos de treinta y tres revoluciones (puede comenzarse con la rusa, seguir con la francesa y continuar con la mexicana, sobre todo ahora que los “conservadores” conmemoran los cien años).
15.- Ir al gimnasio y hacer cien “lagartijas”, doscientas tortugas y cuatrocientos calamares.
16.- Vestir con el mejor frac del mundo sin ponerse calcetines.
17.- Hacer una encuesta con todas las mujeres del pueblo que tengan los ojos verdes y comprobar que en la pregunta de ¿cuál es su color favorito?, el ciento por ciento responde que el rojo; luego checar la teoría de la psicología del color y comprobar que el rojo significa pasión; posteriormente reafirmar que todos los hombres casados con mujeres de ojos verdes son inseguros.
18.- Colocar cien libros sobre el escritorio y abrir todos en la página número 18; leer el renglón 19 de cada uno y apropiarse de cada palabra colocada en el vigésimo lugar. Untar estas palabras en el corazón de la amada, como si cada una de ellas fuera un alfiler de oro.
19.- Romper todos los espejos de casa y sustituirlos por espejos retrovisores de autos. Esto da la sensación de ir siempre en la carretera, y
20.- Imaginar que la casa es el “Titanic” que se hunde cada vez que llega un pariente lejano, por lo que en el momento que suena el timbre debe uno salir gritando “¡Ese o ese, ese o ese!”, y no parar hasta llegar a la Patagonia.

jueves, 11 de marzo de 2010

COMO FUI HIJO ÚNICO


El otro día saludé al Ing. Xavier González Alonso. Él editó el Boletín IMAGINARTE, durante más de siete años. Un boletín que ya es referente para la historia de Comitán. Ese día me tuvo reservada una sorpresa. Sacó una copia fotostática y me la entregó. Era copia de un textillo que le envié en agosto de 2003 y él hizo favor de publicarlo. Paso copia entonces para los lectores fieles de este cuaderno de notas.

COMO FUI HIJO ÚNICO
Como fui hijo único, mis papás no dejaban que me mojara; así que conocí a la lluvia a través de los cristales de una ventana. Tal vez por eso, a veces, confundo a la lluvia con el llanto. Una tarde en que llovía mucho descubrí dos cosas: el primer descubrimiento me contagió de alegría: ¡qué maravilla ver cómo las gotitas jugaban sobre los techos de teja de Comitán!; el segundo descubrimiento me llenó de terror: ¡la bestial fuerza del torrencial abría enormes baches sobfre el asfalto de las calles! Supe, entonces, que en el mundo hay dos clases de hombres: los que brincan, chapotean y bajo la lluvia se vuelven hombres de sal; y los que observan a la lluvia desde una ventana. Yo soy de estos últimos. He visto mil lluvias, mil torrenciales; una vez salí a la lluvia, pero mi piel de desierto se comenzó a deslavar. ¿Qué lluvias provocan los baches en el espíritu? Supe entonces, y lo sabré siempre, que -gracias a lo que me dieron mis padres y Comitán- soy tarde sosegada, soy un hombre ventana que gusta más del sol que de la sal.

miércoles, 10 de marzo de 2010

INSTRUCCIONES PARA SOPORTAR LOS DOMINGOS




1.- A la hora de despertar, como si uno fuera Moisés, abrir el mar de la mañana.
2.- Escuchar cómo los rayos de sol, a la hora que se cuelan por la ventana, interpretan la Pavana para una infanta difunta.
3.- Tirar un bollo de hilo desde la ventana de un quinto piso y luego bajar para enrollarlo mientras se chifla, bajito, un bolero de Armando Manzanero.
4.- Oír que los aros metálicos del camión de gas interpretan a Bach cada vez que se somatan contra el asfalto.
4.- Caminar hacia el parque de las tortugas con trote de delfín a punto de principio.
5.- A mediodía bordar hilos de agua sobre una michelada con naftalina.
6.- Sentarse a medio patio en posición de loto y recordar a Kalimán diciéndole a Solín: “Serenidad y Paciencia” (esto debe hacerse tomando la segunda michelada, ya sin nafta).
7.- Ir a una sala cinematográfica, comprar una bolsa de palomitas y luego soltarlas a mitad de la plaza central para que vuelen alrededor de la fuente.
8.- Sentarse en una banca del parque, concentrarse en una pared blanca hasta que broten las primeras imágenes de la matiné que exhibe una película de Tarzán, en maravilloso blanco y negro.
9.- Dar dos vueltas al parque con el paso de Charles Chaplin (puede omitirse el bastón).
10.- Mirar una revista de playboy detrás de un piano de cola.
11.- Comer un bistec de brontosaurio junto a Pedro Picapiedra y Vilma (debe acompañarse con la tercera michelada).
12.- Remojar la tarde en una cubeta de batik y luego ponérsela como si fuera la camiseta de la Selección (sin pena, puede gritar ¡gol!, y correr por la calle).
13.¬- Ir al parque y colocar loros en cada una de las arracadas de las muchachas bonitas.
14.- Ponerse una máscara de Blue Demon y luchar contra los demonios de las cinco de la tarde.
15.- Recordar que Van Gogh se sorrajó un balazo a media panza en una tarde de domingo, plena de amarillos girasol.
16.- Dar gracias a Dios porque uno tiene las dos orejas completas.
17.- A las siete de la noche, entrar a un café y comprar un pastel con una vela y cantar, bajito, las mañanitas.
18.- Ir al aeropuerto sólo para ver volar los aviones en la pista de despegue.
19.- Regresar a casa y sentarse al lado del gato que vive todos los días de la semana como si fueran domingos, y
20.- Prender la tele y, como si fuera la noche del 31, esperar que den las doce para brindar por el lunes nuevo (si se desea puede uno tomar doce uvas y pedir doce deseos).

martes, 9 de marzo de 2010

MIL ENTRADAS


El fenómeno del Milenarismo sigue estando presente en nuestra cultura occidental. No son pocos los que esperan un tiempo donde Jesús reine durante mil años.
Hoy, por cuestiones de analogía, recordé lo anterior. Sucede que abrí el blog para subir la colaboración diaria y hallé que corresponde a la entrada número mil. Algo sucede en el corazón del hombre cuando encuentra cifras exactas. No es casual que ahora la república promueva con bombo y platillo el Centenario de la Revolución y el Bicentenario de la Independencia. Así pues, el día de hoy, cuando menos, celebro el primer "milenio". Como si cada entrada hubiese sido un año.
¿Qué se festeja? No sé qué relevancia pueda tener, pero significa que durante mil veces, cuando menos, he estado sentado frente a este chunche, escribiendo. Significa entonces ¡mil instantes!
No creo que exista un lector que haya estado conmigo en esos mil instantes; es decir, que desde el primer día haya leído la entrada inaugural, pero lo que sí me queda claro es que "todos juntos" han hecho que estas mil entradas se multipliquen. ¡Esta es la magia! Me he colocado mil veces frente al espejo, acá en la intimidad de la casa; pero el mundo (nunca tan bien expresado este término) ha visto mi rostro muchas más veces.
Si le hago caso al contador, en este instante indica 32336 visitas. Pero este contador es el segundo. El primero comenzó a llevar el recuento de manera puntual, pero un día desapareció y fue necesario "solicitar" otro. El primero llevaba un registro como de quince mil visitas. Es decir, desde la entrada número uno, hasta la número mil, ha recibido la visita de cincuenta mil compas. Jesús, por ahora, está lejos de cumplir la promesa del milenarismo, pero algo similar debió haber hecho cuando hizo aquél maravilloso acto de multiplicar los panes.
Las mil entradas se han multiplicado, cuando menos, por cincuenta. ¡Esto, entonces, sí es digno de festejo!
Vayan pues cohetes, reja de papel de china, triques, dianas con la marimba del maestro Cheyo, copita de comiteco (de ese bueno, el "perlado")y harto confeti. Va para un pueblo llamado Comitán y va, también, para cada uno de los lectores fieles que algo encuentran en este cuaderno. Gracias al pueblo y a la gente de todo el mundo porque cada vez que me miro al espejo sé que hay otros que también están poniendo sus barbas a remojar. Gracias.
Mientras Dios lo permita ¡acá seguimos!

lunes, 8 de marzo de 2010

INSTRUCCIONES PARA NO QUEBRAR VENTANAS


Con un abrazo para el espíritu de Enoch Cancino Casahonda,
porque él, con su poema Canto a Chiapas, restañó muchas ventanas espirituales.


1.- Cambiar los escalones y el pasamano de las escaleras; los tablones de madera sustituirlos con agua de mar de Puerto Arista.
2.- Sembrar árboles arriba de las nubes para que los hombres al ver el cielo encuentren las raíces como rayos en día luminoso.
3.- Mantener entretenidas las manos; hacer artesanías con papel maché o acariciar a la amada o al amado.
4.- Colocar cortinas de aire en todas las ventanas de la casa.
5.- Leer todas las mañanas el Salmo número ochocientos mil que dice: “El Señor es el color del cristal con que me miro”.
6.- Usar los “elevadores” sólo cuando los edificios sean de un piso.
7.- Guardar en un archivador todas las piedras que no tiraron los que estuvieron dispuestos “a tirar la primera piedra”.
8.- En vista de que en estos tiempos ya no hay héroes inventar heroínas que no se auto consuman.
9.- Contarles cuentos infantiles a todas las ventanas de la casa.
10.- Al sol explicarle que todos los cristales son traslúcidos y que las manchas son porque ellos sueñan con ser jirafas o cebras.
11.- Servir la sopa en un plato tendido y la carne en un plato hondo, sólo para recordar que las ventanas abiertas son más ventanas que las cerradas.
12.- Comprar una docena de miradas para colgar cada una al inicio del mes en el dintel de la ventana.
13.- Cuando un delincuente se crea el Rey Arturo defenderse con la roca que aloja la espada.
14.- Dejar que la ventana se crea Dorian Gray y se vea en el espejo del suelo recién pulido.
15.- Recordar que en tiempos de paz y en tiempos de guerra más vale cristal en mano que cientos de fragmentos volando.
16.- A la ventana colocarle un pasamontañas durante el invierno.
17.- Comprar cristales de 9 mm con silenciador integrado.
18.- A las seis, de todas las mañanas, darle a la ventana un ramo de fragua, con una copa de Vulcano.
19.- Recordar que las ventanas también duermen, por lo tanto es necesario colocarles una almohada sobre la mesa de noche, y
20.- Al cristal de tu ventana tratarlo como si fuera un koala y darle bambú todas las mañanas.

domingo, 7 de marzo de 2010

PADRE MÁS-HIEL


DIOS: ¡Te vas al infierno!
PADRE MÁS-HIEL: No importa, ahí también hay "diablitos".

sábado, 6 de marzo de 2010

DE VEZ EN VEZ


Creí que la palabra no estaba en el Diccionario, pero ¡sí está! La palabra es "azarearse" y, según el diccionario, significa: "turbarse, avergonzarse".
En Comitán, esta palabra se usaba mucho. "Miralo, se azareó", decíamos, cuando alguien se "ponía colorado" por alguna situación en particular. Porque hay gente que, al avergonzarse, inflama su cara con un rojo muy molesto. Por esto, siempre aplico como sinónimo de "azarear" el verbo "Chivear". La gente se chivea; es decir, se azarea, se avergüenza.
Me azareo con facilidad. Quién sabe qué complejo arrastro desde quién sabe qué tiempo. El otro día fui al mercado y vi un número diez pintado en la pared, saqué la cámara, enfoqué y tomé la foto. Seguí caminando. Dos minutos después alguien me tocó el hombro. Era una señora con una señorita. La señora, casi furibunda, me dijo: "¿Por qué le tomó foto a mi hija?". De inmediato me azareé y un calor inundó mi cara de ese rojo tan molesto. Yo expliqué que no había tomado la foto a su hija. "¡Cómo no -ella dijo- mi hija dice que la ofendió la luz!". Si no hubiera estado en situación tan lamentable hubiese disfrutado ese "la ofendió la luz", pero mi cara era un fogón con brasas sacadas saber de dónde.
Ustedes pensarán que era muy fácil demostrar que su "hijita" no aparecía en la foto con mostrarle la pantalla de la cámara digital, pero debo contar a ustedes que el otro día (hará cosa de dos meses) el cristal de la cámara se estrelló, así que no puedo ver las fotos que tomo.
La gente que caminaba por el pasillo con las bolsas del mandado se paró y comenzó a ver de qué se trataba el alboroto. Me sentí como gallo acosado por cien gallinas; pero conforme pasó el tiempo me fui convirtiendo en algo como gallina. Estaba todo azareado. "Yo le tomé la foto a un diez que está en la pared", le juraba a la furibunda señora. Una multitud (así lo sentí) nos rodeaba y casi sentía que todo mundo estaba a favor de la señora y en minutos me lincharían por abusivo y por perverso; por andar tomando fotos a hijas de mujeres honestas (la hija tenía como veinte o veintidós años). Gracias a Dios, la hija le dijo a su mamá que, en efecto, al lado de su puesto hay un diez pintado. Entonces se me ocurrió desviar el coraje de la señora y atemperarlo diciéndole que fuéramos a corroborar mi dicho apoyado ahora por el dicho de su hija. Salimos de esa tormenta y, conforme caminamos, mi azareada comenzó a desaparecer. Llegamos y le mostré el famoso diez. "Ah, bueno", dijo la señora y se metió a su puesto para seguir vendiendo zanahorias, tzolitos, cueza, chayotes y tomates rojos, inmensamente rojos, del mismo color que se pone mi cara cuando me azareo.

viernes, 5 de marzo de 2010

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA LUNA ESTÁ EN MENGUANTE



Querida Mariana, Felipillo fue un niño inseguro. Una vez su tío Arnulfo (viejo bobo) le dijo que tuviera mucho cuidado con las semillas de la naranja. ¡Ah, si por descuido llegaba a tragarse una le crecería un gran árbol en su panzota! Desde entonces Felipillo anduvo por la vida con pasos tiernos pero titubeantes. Creció siendo muy frágil, como vaso de cristal. Y vos, sabés, Mariana, que en la vida es preferible ser vaso de plástico o, ¡mejor!, vaso de madera.
Poco a poco, el niño cobijó la idea de que algo raro sucedía en su estómago cada vez que comía algo. Primero pensó que su panza era un puré cada vez que comía manzana y pensó que un estómago tan viscoso no era conveniente para un niño al que le gustaba jugar fútbol; así que comenzó a comer telarañas porque creyó que así podría ser el mejor portero del mundo, casi tan bueno como la Araña Lev Yashin, que fue un porterazo de los años cincuentas y sesentas del siglo pasado; o como el Brody Jorge Campos, quien fue un buen portero de la Selección Mexicana de fútbol y ahora es un mediocre e insulso comentarista deportivo.
Pero luego dejó de hacerlo cuando pensó que su estómago se llenaría de arañas. Entonces se pasó dos días completos en el baño vomitando todo lo que había comido.
Decidió que sólo comería fruta, pero también desistió cuando Adolfito, un compañero del Colegio, le dijo que ya no jugaba con la misma velocidad de antes. “Sos un plátano”, le dijo y Felipillo corrió a su casa y se metió en el baño de su casa, toda la tarde.
Su mamá se preocupó. Ella se sentó en el corredor de la casa y le enseñó al doctor Guillén cómo Felipillo estaba quedándose “en los huesos”. El doctor metió su dedo entre las costillas del niño y halló huellas de las telarañas. Recetó reposo absoluto, no juegos de fútbol durante seis meses, y una dieta que incluía todas las tardes un bistec de res. Este niño debe consumir grasas animales, sentenció el doctor, mientras tomaba su maletín y extendía la mano para que la mamá le pusiera un billete de doscientos pesos.
El reposo podía soportarlo, el castigo del fútbol ¡también!, pero lo que Felipillo no podía tolerar era el consumo del bistec de res. “No, no, no, mamita, no, me volveré como la vaca que tiene don Alfonso en su rancho”, dijo el niño y se metió debajo de la cama. De ahí no salió sino hasta cuatro días después cuando el bobo del tío Arnulfo se botó en el suelo, levantó la chamarra y le explicó al niño que todo había sido una broma y para demostrarlo se metió a la boca un puño de semillas de naranja y de limón. ¡Viejo estúpido! Los viejos estúpidos hacen mucho daño a los niños sencillos y nobles. Yo no sé, Marianita, si vos te has topado con un viejo bobo. Yo le pido a Dios no convertirme en uno de estos. Los viejos babosos son nefastos. Te pido, por favor, si algún día me ves haciendo estupideces de viejo chocho me detengás de inmediato, ¡te lo pido, por favor!
De ahí todo se convirtió en un peregrinaje, pues la mamá llevó a Felipillo a la casa de todos sus amiguitos para que el niño viera cómo los demás niños comían de todo y no se convertían en algo raro.
Felipillo es ahora un adolescente “normal”. Cuando cena en compañía de sus compas, todavía siente algo raro en su panza, pues imagina que los taquitos de “surtida” y de “maciza” son como piezas de rompecabezas que se unen para formar el cuerpo de porky, sí, el de las caricaturas; todavía, cuando su novia Brenda se coloca un poco de miel en sus pechos, él vuela tantito y siente como si fuera un zángano a punto de morir a la hora de hacer el amor con la abeja reina.
P.D. No lo digás a nadie, pero yo soy un poco Felipillo, porque desde niño he creído que si respiro aire de este pueblo bendito puedo convertirme en un papalote que vuela por todos los cielos del mundo; no lo vayás a contar, pero yo siempre he creído que si desayuno los azules de estos cielos benditos puedo volar sin que nada me detenga. Y entonces aparece la duda: ¿Soy como un niño o me estoy haciendo un viejo bobo?

miércoles, 3 de marzo de 2010

PORQUE LOS HOMBRES SON COMO ÁRBOLES O COMO LODO (última parte)



Linda sacó una manzana de su bolso y la ofreció al grupo. Todo mundo vio a Mauricio, quien dejó de comer los tacos y, con voz de niño indefenso, dijo: “No, gracias”.
Linda le dio una mordida a la manzana y dijo en voz alta, sin ver a nadie en particular: “El niño bobo tiene miedo. Cree que soy una bruja y él el bello durmiente”. Los del grupo sonrieron tantito para que Mauricio no se diera cuenta, pero se patearon por debajo de la mesa. Así que el gran Mauricio es un simple cordero ante esta leona, pensaron. Linda tatareaba, en voz baja, una canción de U2.
Mauricio siguió comiendo los tacos, pero su rostro mostraba una grieta de piedra.
“A ver, bello durmiente -dijo ella- ¿Por qué no nos demuestras que tan macho eres?”, y sacó una naranja de su bolso, que más que bolso parecía una sucursal de la frutería. Tomó un cuchillo de la mesa y partió la naranja en cuatro (Javier pensó: “Así, en gajos, ella le está partiendo su mandarina al buen Mauri”).
Dejó los cuatro pedazos sobre la mesa, tomó una semilla y se la ofreció a Mauricio. Se la dejó entre los labios. “¿Te atreves a comer esta semilla? Esta semilla es mágica (dijo y se frotó las manos), quien la come le crece un árbol a mitad de la panza”. Se hizo para atrás y rió con gran desparpajo. El grupo de amigos no pudo evitar el festejo y también rió.
Mauricio, con coraje, tomó la semilla entre sus dedos y dijo que eso del árbol era una estupidez. “Ah, ¿sí? Pues anda, ¡cómela! Demuéstranos que eres muy macho”. Entonces Mauricio tuvo un rayo de inspiración y tomó cierto valor. “¿Qué me das si la como?”, le dijo, retador, a la muchacha y la tomó violentamente de la barbilla. Ella, con calma, retiró la mano de Mauricio y le dijo: “¡Te la chupo, rico!” (Se recuerda al lector que esta no es una historia para niños, pero si por casualidad hay un niño presente, el lector puede decir que la bruja chupará la mejilla de nuestro personaje). Todos volvieron a patearse por debajo de la mesa y, excitados, se secaron las manos sobre los pantalones.
“¡Júralo!”, dijo Mauricio. “Lo juro”, dijo Linda, y sonrió con una de esas sonrisas que desmantelan las estructuras más sólidas. Nuestro personaje tomó la semilla y le dijo a Linda: “La como, siempre y cuando tú comas esto”, y le puso una hebra de carne de pollo que sacó de un taco a medio comer.
Ella aceptó y, a la cuenta de “¡Uno, dos, tres!”, comió el pedazo de pollo, mientras él tragó la semilla de naranja.
Los lectores ya saben el desenlace de esta historia, pero por si a alguno le gusta ver la palabra Fin en la pantalla, diré que el grupo se hizo hacia atrás y se replegó a la pared al ver que Linda, en lugar de hablar, comenzó a piar.
Mauricio se paró y, con un ligero movimiento de cabeza, ordenó al grupo que se retirara y dejara al pollo por la paz. Magnánimo, dentro de su soberbia, no obligó a Linda a cumplir su promesa, porque, ¿dónde se ha visto tal perversión entre un humano y un pollito?

martes, 2 de marzo de 2010

EL MUNDO ES COMPLEJO


Hay muchas cosas que no se entienden. Mi tío Armando decía que él no comprendía cómo la luz llegaba a la casa. Él vivía cerca de Shpoiná (lugar donde existe una pequeña caída de agua que genera luz eléctrica). "Baja el agua y mueve la turbina y la luz se hace, pero ¿cómo llega a mi casa?". No le sorprendía que el movimiento del agua generara luz, lo que no entendía era cómo la luz pasaba por los cables hasta llegar a su casa. Mi tío ya murió y casi estoy seguro que se fue sin saber cómo era el prodigio.
Bueno, con decir que Sara, la sirvienta que trabajaba en casa cuando yo era niño, miraba la cajita de cerillos una y otra vez, porque se preguntaba ¿cómo en esa cabecita roja cabía el fuego?
Lo he contado hasta la saciedad. Albert Einstein consideró que el invento más maravilloso era ¡el cerillo! ¿Cómo en esa cabecita roja cabe el fuego?
Yo ando en la vida como mi tío Armando, uso muchos chunches que, bien a bien, no sé cómo funcionan (tal vez una mayoría del mundo vive igual).
Antier, mi compa Miguel me preguntó ¿a dónde van a dar todos los mensajes que se eliminan de la papelera de reciclaje? ¿Qué le iba yo a decir? ¡Nada!
Hoy, al prender este chunche entré a mirojear las noticias del periódico Reforma (así, de lejitos, porque es una página envidiosa que sólo permite el acceso de los suscriptores) y hallé la siguiente nota: "En 2009 las ganancias de 88 empresas que cotizan en Bolsa crecieron 25.4% respecto a 2008, pese a la crisis económica". ¿Cómo la cabeza de un cerillo conserva el fuego? ¡No lo sé!
El pueblo apenas respira, siente que le falta el aire, mientras las grandes empresas ganan toneladas de dinero. No sé cómo se da este robo, pero de que se da ¡se da!
Tal vez algún economista íntegro pueda decirnos que las crisis son para esto; es decir, de alguna parte debe salir el dinero que ganan estas empresas. Yo, que de economía sé lo mismo que de chino mandarín, pienso que si la gente de a pie pierde su poder adquisitivo es porque lo gana el capital. Un poco como sucede con los gobernantes de este país: si los pinches políticos se llenan las bolsas con dinero es porque lo sacaron del erario, que es sinónimo de: dinero que da el pueblo. El mundo es complejo. No se entiende, pero de que hace falta el aire para respirar ¡ni duda cabe!

lunes, 1 de marzo de 2010

PORQUE LOS HOMBRES SON COMO ÁRBOLES O COMO LODO (Primera de dos partes)



Mauricio fue un niño muy travieso. Subía a la barda y aventaba piedras a las gallinas del patio vecino; desde la azotea aventaba globos llenos de agua a los que pasaban por la calle; o escondía la bacinica del abuelo, quien tenía que salir a orinar al patio a las doce de la noche. Mauricio se divertía a costa de los demás y jamás perdía su seguridad y abusivo aplomo. Hay niños así, que gozan cuando abusan de los demás y que son jodones por naturaleza. Pero, como dicen, una vez se encontró con “la horma de su zapato”. Y la horma estuvo personificada en la niña más bonita de la secundaria (en este momento del relato, el lector comprenderá que el tal Mauricio ya es un mozalbete bello, con el cabello largo, un arete en la oreja derecha y posee un cuerpo atlético). Esta niña, en realidad era una bruja que había sido una gallina en una vida pasada. Sí, una de las gallinas que el niño jodió desde lo alto de la barda.
Linda -que así se llama la niña y hace honor a su nombre- llegó un día quién sabe de dónde (ya se sabe que las brujas provienen de lugares misteriosos). Su presencia alteró el gallinero de la secundaria. Todos los niños se le acercaban, le daban dulces, la invitaban a tomar un café en la tarde; ella trataba a todos con cordialidad, pero no les daba más cordel, porque su obsesión era la de humillar al tal Mauricio.
Un día, Linda, a mitad del patio, dejó caer su libreta y vio hacia el grupo de muchachos donde estaba Mauricio. Aún cuando todos quisieron correr para levantar la libreta, la presencia de Mauricio se impuso y quedaron en espera de la reacción del líder del grupo. Mauricio, con un simple movimiento de su brazo izquierdo, le ordenó a Javier que levantara la libreta. Linda esperaba al lado de la libreta tirada. Estaba más bella que nunca, abrazando en su pecho el resto de libretas. Javier corrió a levantar la libreta, regresó al grupo y la entregó a Mauricio. Éste la retuvo entre sus manos y, con un ligero movimiento de cabeza le indicó a Linda que se acercara. Linda, de inmediato, caminó hacia donde estaba el grupo, pero un metro antes de llegar se detuvo y, con el mismo movimiento que Mauricio había hecho, lo retó para que él se acercara. El grupo se codeó y soltó un alarido de burla. “Lero, lero”, dijo Javier, en voz baja. Mauricio lo vio con una mirada de viento de cien kilómetros por hora. Mauricio -nunca se lo podrá explicar- dio un paso al frente y luego dio otro. Los dio con tal lentitud que parecía arrastrar un lastre de cien kilos. Sus amigos repitieron el lero lero en sus conciencias. Mauricio extendió el brazo y le ofreció la libreta, pero ella, triunfante, dio media vuelta y dejó a Mauricio a mitad del patio, expuesto a la burla de quienes habían suspendido el juego de básquetbol y la mordida de la torta para ver qué sucedía con aquella pareja. Mauricio sintió un fuego desconocido abrasar sus mejillas, oyó a lo lejos cierto murmullo. Pero, recuperó su aplomo y dio una mirada retadora en círculo. Ese movimiento fue como el “play” que destrabó la pausa; medio mundo continuó jugando básquetbol y los gordos dieron otra mordida a la torta. Mauricio regresó hasta donde estaba su grupo, con la misma pesadumbre con que Cortés se sentó a llorar en el árbol de la noche triste.
El lector pensará en este instante que esta historia es la historia común de un muchachito bobo que es presa del enamoramiento. Pero no. En realidad la trama se irá por otro río, porque, ya se sabe, la vida toma cauces inesperados.
Una mañana, la muchacha bonita se acercó al grupo que estaba en la cafetería y preguntó si podía sentarse con ellos. Todos dijeron que sí (menos Mauricio, que siguió comiendo sus tacos dorados como si nada). Linda, entonces, le pidió a Javier que se cambiara de silla y ella se sentó al lado de Mauricio.
(Bueno, el espacio se agotó por hoy, pero el miércoles, si Dámaris Disner no cambia la jugada, el lector hallará el final de esta historia).