sábado, 13 de marzo de 2010

LAS GANAS DE SER MADRE


María le dijo a Pablo: "¡Quiero tener un hijo!". Pablo caminó hasta la ventana, corrió la cortina para que la recámara quedara en penumbra, colocó su sombrero de mago sobre la mesa de madera y, pronunciando las palabras mágicas, sacó un hijo de la chistera. María sonrió, aplaudió. Pablo tenía al recién nacido suspendido de los pies y lo mostraba orgulloso ante su única espectadora.
Hace como veinte años había hecho el mismo acto de ilusionismo. En esa ocasión había cumplido el deseo de Bertha, quien se pasaba llorando todas las tardes porque no podía engendrar. Pablo le dijo que no se preocupara y, frente a sus ojos, realizó el mismo acto de la chistera. Pero no habían pasado ni dos minutos cuando Pablo se dio cuenta que el niño no respiraba y estaba frío. Ya no fue posible recuperarlo. Bertha lo tomó entre sus brazos y lo lloró como nunca lo había llorado. "¡Ay, mi pichito, mi pichito querido!", gritaba, mientras Pablo trataba de desviar su atención y sacar, junto al conejo que tenía agarrado de las manos, una sonrisa a la desvalida madre.
Durante muchos años, Pablo practicó. En cuanto sacaba al bebé de la chistera, le daba un soplo en las nalguitas a fin de que el bebé llorara, porque -al parecer- éste es el requisito indispensable para que un niño entre con el pie derecho al camino de la vida. Durante todo el tiempo que practicó nunca le falló el acto mágico. Ahora estaba seguro que el bebé de María no sería la excepción, porque le había "salido" rechonchito y con los cachetes rozagantes. Mientras María aplaudía, emocionada, Pablo subió el brazo hasta que las nalgas del niño quedaron cerca de su boca. El mago abrió los labios y sopló, sopló suave como si lanzara un pétalo y el niño lloró y la mamá también lloró de felicidad, pero lloró tanto que se ahogó en su propio llanto. El mago vio a la mujer que se llevaba las manos a la garganta y buscó dónde dejar el bebé para auxiliar a la "parturienta", no halló dónde más dejarlo que regresarlo a la chistera. Corrió hacia donde estaba la mujer tirada, se hincó y le dio respiración de boca a boca. La mujer movió los brazos, tosió, volvió el rostro hacia el piso de madera y, poco a poco, recuperó su aliento. Pablo le pasó la mano sobre el cabello, sobre la frente. La mujer, ya con el rostro tranquilo, lo tomó del brazo y preguntó por su hijo. Pablo se paró, fue hacia donde estaba la chistera, acercó la cabeza como si se acercara a un pozo y ya no vio al niño.