sábado, 6 de marzo de 2010

DE VEZ EN VEZ


Creí que la palabra no estaba en el Diccionario, pero ¡sí está! La palabra es "azarearse" y, según el diccionario, significa: "turbarse, avergonzarse".
En Comitán, esta palabra se usaba mucho. "Miralo, se azareó", decíamos, cuando alguien se "ponía colorado" por alguna situación en particular. Porque hay gente que, al avergonzarse, inflama su cara con un rojo muy molesto. Por esto, siempre aplico como sinónimo de "azarear" el verbo "Chivear". La gente se chivea; es decir, se azarea, se avergüenza.
Me azareo con facilidad. Quién sabe qué complejo arrastro desde quién sabe qué tiempo. El otro día fui al mercado y vi un número diez pintado en la pared, saqué la cámara, enfoqué y tomé la foto. Seguí caminando. Dos minutos después alguien me tocó el hombro. Era una señora con una señorita. La señora, casi furibunda, me dijo: "¿Por qué le tomó foto a mi hija?". De inmediato me azareé y un calor inundó mi cara de ese rojo tan molesto. Yo expliqué que no había tomado la foto a su hija. "¡Cómo no -ella dijo- mi hija dice que la ofendió la luz!". Si no hubiera estado en situación tan lamentable hubiese disfrutado ese "la ofendió la luz", pero mi cara era un fogón con brasas sacadas saber de dónde.
Ustedes pensarán que era muy fácil demostrar que su "hijita" no aparecía en la foto con mostrarle la pantalla de la cámara digital, pero debo contar a ustedes que el otro día (hará cosa de dos meses) el cristal de la cámara se estrelló, así que no puedo ver las fotos que tomo.
La gente que caminaba por el pasillo con las bolsas del mandado se paró y comenzó a ver de qué se trataba el alboroto. Me sentí como gallo acosado por cien gallinas; pero conforme pasó el tiempo me fui convirtiendo en algo como gallina. Estaba todo azareado. "Yo le tomé la foto a un diez que está en la pared", le juraba a la furibunda señora. Una multitud (así lo sentí) nos rodeaba y casi sentía que todo mundo estaba a favor de la señora y en minutos me lincharían por abusivo y por perverso; por andar tomando fotos a hijas de mujeres honestas (la hija tenía como veinte o veintidós años). Gracias a Dios, la hija le dijo a su mamá que, en efecto, al lado de su puesto hay un diez pintado. Entonces se me ocurrió desviar el coraje de la señora y atemperarlo diciéndole que fuéramos a corroborar mi dicho apoyado ahora por el dicho de su hija. Salimos de esa tormenta y, conforme caminamos, mi azareada comenzó a desaparecer. Llegamos y le mostré el famoso diez. "Ah, bueno", dijo la señora y se metió a su puesto para seguir vendiendo zanahorias, tzolitos, cueza, chayotes y tomates rojos, inmensamente rojos, del mismo color que se pone mi cara cuando me azareo.