lunes, 1 de marzo de 2010

PORQUE LOS HOMBRES SON COMO ÁRBOLES O COMO LODO (Primera de dos partes)



Mauricio fue un niño muy travieso. Subía a la barda y aventaba piedras a las gallinas del patio vecino; desde la azotea aventaba globos llenos de agua a los que pasaban por la calle; o escondía la bacinica del abuelo, quien tenía que salir a orinar al patio a las doce de la noche. Mauricio se divertía a costa de los demás y jamás perdía su seguridad y abusivo aplomo. Hay niños así, que gozan cuando abusan de los demás y que son jodones por naturaleza. Pero, como dicen, una vez se encontró con “la horma de su zapato”. Y la horma estuvo personificada en la niña más bonita de la secundaria (en este momento del relato, el lector comprenderá que el tal Mauricio ya es un mozalbete bello, con el cabello largo, un arete en la oreja derecha y posee un cuerpo atlético). Esta niña, en realidad era una bruja que había sido una gallina en una vida pasada. Sí, una de las gallinas que el niño jodió desde lo alto de la barda.
Linda -que así se llama la niña y hace honor a su nombre- llegó un día quién sabe de dónde (ya se sabe que las brujas provienen de lugares misteriosos). Su presencia alteró el gallinero de la secundaria. Todos los niños se le acercaban, le daban dulces, la invitaban a tomar un café en la tarde; ella trataba a todos con cordialidad, pero no les daba más cordel, porque su obsesión era la de humillar al tal Mauricio.
Un día, Linda, a mitad del patio, dejó caer su libreta y vio hacia el grupo de muchachos donde estaba Mauricio. Aún cuando todos quisieron correr para levantar la libreta, la presencia de Mauricio se impuso y quedaron en espera de la reacción del líder del grupo. Mauricio, con un simple movimiento de su brazo izquierdo, le ordenó a Javier que levantara la libreta. Linda esperaba al lado de la libreta tirada. Estaba más bella que nunca, abrazando en su pecho el resto de libretas. Javier corrió a levantar la libreta, regresó al grupo y la entregó a Mauricio. Éste la retuvo entre sus manos y, con un ligero movimiento de cabeza le indicó a Linda que se acercara. Linda, de inmediato, caminó hacia donde estaba el grupo, pero un metro antes de llegar se detuvo y, con el mismo movimiento que Mauricio había hecho, lo retó para que él se acercara. El grupo se codeó y soltó un alarido de burla. “Lero, lero”, dijo Javier, en voz baja. Mauricio lo vio con una mirada de viento de cien kilómetros por hora. Mauricio -nunca se lo podrá explicar- dio un paso al frente y luego dio otro. Los dio con tal lentitud que parecía arrastrar un lastre de cien kilos. Sus amigos repitieron el lero lero en sus conciencias. Mauricio extendió el brazo y le ofreció la libreta, pero ella, triunfante, dio media vuelta y dejó a Mauricio a mitad del patio, expuesto a la burla de quienes habían suspendido el juego de básquetbol y la mordida de la torta para ver qué sucedía con aquella pareja. Mauricio sintió un fuego desconocido abrasar sus mejillas, oyó a lo lejos cierto murmullo. Pero, recuperó su aplomo y dio una mirada retadora en círculo. Ese movimiento fue como el “play” que destrabó la pausa; medio mundo continuó jugando básquetbol y los gordos dieron otra mordida a la torta. Mauricio regresó hasta donde estaba su grupo, con la misma pesadumbre con que Cortés se sentó a llorar en el árbol de la noche triste.
El lector pensará en este instante que esta historia es la historia común de un muchachito bobo que es presa del enamoramiento. Pero no. En realidad la trama se irá por otro río, porque, ya se sabe, la vida toma cauces inesperados.
Una mañana, la muchacha bonita se acercó al grupo que estaba en la cafetería y preguntó si podía sentarse con ellos. Todos dijeron que sí (menos Mauricio, que siguió comiendo sus tacos dorados como si nada). Linda, entonces, le pidió a Javier que se cambiara de silla y ella se sentó al lado de Mauricio.
(Bueno, el espacio se agotó por hoy, pero el miércoles, si Dámaris Disner no cambia la jugada, el lector hallará el final de esta historia).