miércoles, 3 de marzo de 2010

PORQUE LOS HOMBRES SON COMO ÁRBOLES O COMO LODO (última parte)



Linda sacó una manzana de su bolso y la ofreció al grupo. Todo mundo vio a Mauricio, quien dejó de comer los tacos y, con voz de niño indefenso, dijo: “No, gracias”.
Linda le dio una mordida a la manzana y dijo en voz alta, sin ver a nadie en particular: “El niño bobo tiene miedo. Cree que soy una bruja y él el bello durmiente”. Los del grupo sonrieron tantito para que Mauricio no se diera cuenta, pero se patearon por debajo de la mesa. Así que el gran Mauricio es un simple cordero ante esta leona, pensaron. Linda tatareaba, en voz baja, una canción de U2.
Mauricio siguió comiendo los tacos, pero su rostro mostraba una grieta de piedra.
“A ver, bello durmiente -dijo ella- ¿Por qué no nos demuestras que tan macho eres?”, y sacó una naranja de su bolso, que más que bolso parecía una sucursal de la frutería. Tomó un cuchillo de la mesa y partió la naranja en cuatro (Javier pensó: “Así, en gajos, ella le está partiendo su mandarina al buen Mauri”).
Dejó los cuatro pedazos sobre la mesa, tomó una semilla y se la ofreció a Mauricio. Se la dejó entre los labios. “¿Te atreves a comer esta semilla? Esta semilla es mágica (dijo y se frotó las manos), quien la come le crece un árbol a mitad de la panza”. Se hizo para atrás y rió con gran desparpajo. El grupo de amigos no pudo evitar el festejo y también rió.
Mauricio, con coraje, tomó la semilla entre sus dedos y dijo que eso del árbol era una estupidez. “Ah, ¿sí? Pues anda, ¡cómela! Demuéstranos que eres muy macho”. Entonces Mauricio tuvo un rayo de inspiración y tomó cierto valor. “¿Qué me das si la como?”, le dijo, retador, a la muchacha y la tomó violentamente de la barbilla. Ella, con calma, retiró la mano de Mauricio y le dijo: “¡Te la chupo, rico!” (Se recuerda al lector que esta no es una historia para niños, pero si por casualidad hay un niño presente, el lector puede decir que la bruja chupará la mejilla de nuestro personaje). Todos volvieron a patearse por debajo de la mesa y, excitados, se secaron las manos sobre los pantalones.
“¡Júralo!”, dijo Mauricio. “Lo juro”, dijo Linda, y sonrió con una de esas sonrisas que desmantelan las estructuras más sólidas. Nuestro personaje tomó la semilla y le dijo a Linda: “La como, siempre y cuando tú comas esto”, y le puso una hebra de carne de pollo que sacó de un taco a medio comer.
Ella aceptó y, a la cuenta de “¡Uno, dos, tres!”, comió el pedazo de pollo, mientras él tragó la semilla de naranja.
Los lectores ya saben el desenlace de esta historia, pero por si a alguno le gusta ver la palabra Fin en la pantalla, diré que el grupo se hizo hacia atrás y se replegó a la pared al ver que Linda, en lugar de hablar, comenzó a piar.
Mauricio se paró y, con un ligero movimiento de cabeza, ordenó al grupo que se retirara y dejara al pollo por la paz. Magnánimo, dentro de su soberbia, no obligó a Linda a cumplir su promesa, porque, ¿dónde se ha visto tal perversión entre un humano y un pollito?