jueves, 27 de enero de 2011
CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL CIELO ES DE AGUA
Querida Mariana: el tío Ramón quemaba el periódico con noticias malas. Nos reunía a todos los sobrinos y después de la quema hacía una fiesta, repartía dulces y colgaba una piñata para que la quebráramos.
Hace años, los mayores acostumbraban rituales para exorcizar fantasmas y malas vibras. Hoy, las sociedades ya no tienen esa costumbre. Tal vez por esto la patria está como está. El tío Ramón murió hace cuatro años. Fue mejor que así fuera. Lo digo porque la quema de periódico era esporádica. Ahora, tendría que hacer el ritual un día sí y otro también y esto, sin duda, le causaría un gran pesar. ¿Quién está dispuesto a hacer fiesta todos los días por el dolor de la patria?
El problema principal es que las noticias malas se han vuelto cotidianas y ya no sabemos cuáles son las noticias buenas.
La fiesta del tío Ramón era maravillosa. Nos reunía en el patio y, con un megáfono hecho con cartulina roja, decía: “Don Ramón de la Serna anuncia a todos los conciudadanos que hoy, dentro de diez minutos, habrá quema de noticias malas”. Los niños aplaudíamos y esperábamos la salida de Poncio, el cuidador de la casa, que colgaba la piñata en el lazo sostenido de dos pinos. El tío colocaba el periódico sobre un banco de madera maciza que había construido especialmente para el acto y lo regaba con un poco de alcohol, prendía un cerillo y lo aventaba al montón. Al avivarse las llamas, el tío comenzaba a danzar alrededor de la pira y nosotros lo acompañábamos, cantando: “¡Que regrese la luz, que regrese la luz!”. Cuando el periódico se convertía en un montón de ceniza, el tío lo regaba con agua tibia y luego se sentaba en una silla chaparra, debajo del árbol de aguacate, y repartía los dulces. Formábamos una fila india y él nos llamaba por nuestro nombre. Ya luego rompíamos la piñata. Nos sentábamos en una pequeña barda y comíamos las limas y mandarinas rescatadas.
Una tarde de éstas me hizo falta el tío. Extrañé su figura esmirriada, con su pantalón arremangado y su cigarro sin filtro. Abrí el periódico y encontré la noticia, perdida, entre noticias teñidas de rojo: “Murió María Elena Walsh”. No leí más. Cerré el periódico y me senté en la silla chaparra del tío. ¿Cómo exorcizar la noticia y para qué? Tal vez ahora te preguntás quién fue María Elena Walsh. No sé más que una cosa: ella fue autora de la letra de la canción “Serenata para el pueblo de uno”. Esta canción la oí, hace muchos años, en la interpretación de Mercedes Sosa. Esa tarde que la oí, que era una tarde sosegada como ésta, supe que María Elena había escrito esa canción para todos los hombres que llevamos untado en el alma el cielo de nuestros cielos. ¿Has oído esa canción? Habla del pueblo de uno y en una parte dice: “Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy…”. Hay hombres, Mariana, que sueñan con volar lejos de su tierra, pero la incertidumbre de la lejanía les constriñe el corazón. Son hombres, Mariana, que con dolor recortan sus alas para evitar el vuelo. “Me muero si me voy”. Ella, María, se fue y en su ida convocó a la muerte.
¿Qué tanto vale cancelar los sueños de otros cielos para conservar el cielo mínimo del pueblo? En Comitán el cordón umbilical lo llamamos “Mushuc” y decimos que acá enterramos el mushuc. Ese ritual, Mariana, se acerca un poco al que realizaba el tío. Con ese entierro, los comitecos exorcizamos el espejismo de otros lugares y confirmamos nuestra vocación de amantes de este pueblo. Ay, Mariana, qué confusión en el espíritu. Los hombres que cancelan sus deseos de vuelo lo hacen porque el azul de otros cielos no tiene la luz del cielo original.
Pd. Admiro a los hombres que viven conformes en lugares ajenos al propio. Tengo amigos que viven lejos de Comitán, vienen en vacaciones de invierno y disfrutan el cielo de este pueblo. Cuando llega el momento de partir lo hacen llenos de luz y prometen regresar pronto. Admiro su capacidad de adaptación; admiro la forma en que su cuerpo y espíritu filtran la luz ambarina y la convierten en luz Divina. Hay hombres que no poseen esta capacidad y no les queda más, gracias a Dios, que desgranar sus sueños en el territorio mínimo de su pueblo de nacencia.