lunes, 31 de enero de 2011

CUENTO CON GATO DE SIETE VIDAS



Totó se acercó a María y le pidió que le escribiera un cuento. ¿Un cuento? Sí, escríbeme un cuento, un cuento bonito, donde el agua de los ríos sea de color dorado, ¿sale?
María fue por una pluma y un cuaderno al estudio de su papá para intentar escribir el cuento aunque nunca había escrito uno, porque no le gustaba escribir. Además (pensó) ¿qué cuento puede escribirse que le guste a un gato soberbio? Porque, ¡medio mundo lo sabe!, pero puede ser que algún lector lo ignore: Totó es un gato de angora.
Así que María dejó la pluma y el cuaderno y entró a su cuarto para limpiarlo. Ella estaría en problemas si el cuarto no estaba limpio cuando su mamá regresara. Entró al baño y orinó, luego fue hasta el mueble de los aparatos electrónicos y puso un disco de U2, se enredó un pañuelo en la cabeza y comenzó a escombrar. Los álbumes de fotos en la gaveta de la derecha; los pantalones rojos y azules en el gancho de la izquierda; las pantaletas, brasieres y toallas sanitarias en el cajón de en medio. ¿Y mi cuento? Totó estaba en el cajón de arriba y, con mirada de integrante de la Santa Inquisición, exigía el cuento. María se arregló el pañuelo y se apretó las sienes. El gato se lamió la mano izquierda y comenzó a acicalarse la cabeza con los ojos cerrados. Lo que no cerró fue la boca pues a María volvió a pedirle el cuento. Ah, cómo jodes. Está bien, te contaré un cuento bien bonito de una ardillita que no tenía cola. ¡No, no, no quiero que me cuentes un cuento, quiero que me escribas un cuento, que me lo es-cri-bas! Totó dio un salto, trepó sobre el secreter y se acostó sobre el diario de María.
María siempre pensó que Totó era un gato abusivo. Desde que apareció en la casa, sin saber de dónde, se apropió de cada espacio de la casa. ¡Gato callejero de mierda!, pensó María cuando Totó se subió al sofá y no permitió que alguien de la casa se sentara en el espacio que convirtió en su propiedad. Cuando María miraba al gato sobarse en las piernas de la abuela Regina, se preguntaba en cuál de sus siete vidas estaría y en cuál de las anteriores había sido un príncipe derrocado.
Totó puso cara de niño incomprendido e insistió en el cuento escrito. Con una página me conformo, pero que tenga animalitos y un río con brillos de esos que tienen las pulseras de tu abuela Regi. ¿De acuerdo?
A María no le quedó más que levantar la mano y prometer que, mañana temprano tendrás tu cuentito escrito. Lo prometo. ¿De veras? Qué buena eres, qué tierna. ¿Temprano? ¿Qué tan temprano? Eh, digamos a las nueve de la mañana. ¿A las nueve? ¿No se puede a las ocho, para que lo lea antes de tomar mi lechita con croquetas? Está bien, está bien, te lo tendré listo a temprana hora. Será un cuento bonito, como el que tú imaginas. ¿De qué hablará? Ah, hablará de un gatito hermoso, con una cola como de plumero de casa real. ¡Sí, sí, me gustan esos gatos, sí, sí! ¿Qué más? Espera, deja que abra el grifo de la tina para que me bañe. Sí, sí, pero date prisa. ¡Ya, ya! Regresa. Ahora, María, sigue contándome del cuento que me escribirás. Bueno, será un gatito que siempre ha soñado con volar, cree que si come muchos canarios logrará tener alas y así realizar su sueño. ¡Ah, volar!, sí, sí, yo también, a veces sueños con volar. El gatito, todas las mañanas, sale al patio y exige a sus sirvientes atrapen a todos los canarios del reino. ¡Sí, sí, qué bonito cuento! Los patos sirvientes le entregan diez o doce canarios todas las mañanas y él se encarga de desplumarlos con sus dientes. ¡Sí, sí, los canarios saben bien! Cuando yo estaba en la calle, eh, es decir, en la casa de la princesa Estefanía los probaba a diario. Pero, sigue, sigue. Bueno, el gatito, después de desplumar a trescientos ochenta y dos canarios amarillos y a doscientos treinta y nueve blancos sintió que ya estaba listo para intentar el vuelo. Pidió a sus sirvientes más fieles lo llevaran en andas hasta lo alto de la colina y una vez que estuvo ahí miró a sus pies, más de mil metros abajo, el río dorado serpenteando como sobre dunas del desierto. El gatito se maravilló ante tal paisaje, el agua parecía hervir como si fuera un sol. ¡Ah, María, qué bonito, qué bonito! ¿Y qué más? Ven, Totó, acompáñame, parece que ya se llenó la bañera. Sí, qué lástima que el agua de esta tina no sea como el agua de mi cuento, ¿verdad? ¿Y qué más, María? Entonces, el gatito se paró sobre sus patas traseras y se aventó. ¿Y voló? ¡Claro que voló! Voló y voló hasta que su cuerpecito encontró el agua dorada y se sumergió como si fuese una experimentada sirena y sólo se escuchó un hermoso glub, glub, glub, glub.
María se sentó sobre la tapa de la taza del baño y se quitó los tenis, pero cuando vio a Totó en el fondo de la tina decidió no bañarse y, mejor, limpiar todo porque su mamá ya estaba por llegar. A la hora de quitar el tapón a la bañera pensó que hay gatitos que no consiguen convertirse en experimentadas sirenas.