viernes, 18 de febrero de 2011

BLOQUEO EN LA AVENIDA MAYOR



La noche del viernes 18 de febrero, José llegó a su casa, apagó la luz del patio y entró a la sala. Eran las ocho con treinta y dos minutos. Vio luz en la cocina, dijo: “Ya llegué”. Nadie respondió. Se quitó el saco, lo aventó sobre el sofá y prendió la televisión. Buscó una película, halló una en el canal de películas mexicanas: Enrique Guzmán bajaba de una escalera, en el balcón estaba Angélica María.
José seguía a diario una rutina, en cuanto llegaba del trabajo hacía lo que anteriormente se relató, con la excepción de que siempre, siempre, hallaba a su esposa sentada frente al televisor. José pensó esa noche que Roxana, su esposa, estaría en la cocina porque ahí estaba la luz prendida. Entró a la cocina y dijo: “¡Ya llegué, mi vida!”. Silencio. Buscó el pañuelo en la bolsa del pantalón, se secó la frente, abrió el refrigerador y sacó la botella de plástico con jugo de naranja. Tomó unos sorbos y dejó la botella sobre la mesa, ubicada al centro de la cocina.
Al subir a la recámara volvió a secarse la frente, sudaba más que de costumbre. Al llegar al rellano pensó volver a decir ¡ya llegué!, pero algo lo contuvo. La puerta de la recámara estaba entreabierta y José, en el resquicio, vio el buró tirado a mitad del cuarto. Se acercó con cuidado, movió tantito la puerta. Vio a Roxana apostada detrás de algo que le pareció una barricada hecha con cubetas de plástico, la mesa de la computadora y el buró. La retaguardia estaba protegida con la cama y una sábana que servía como tienda de campaña. ¿Mi vida?, dijo él, y ella respondió: ¡Sí, tu vida, pero no des un paso más porque no respondo! José vio que Roxana blandía, en su mano derecha, el spray con gas lacrimógeno que, por lo regular, conservaba adentro de su bolso para defensa. Pero, ¿qué es todo esto?, dijo él. ¡Nada, nada!, dijo ella, pero si das un paso más ¡será todo!
José se sentó en el sofá que estaba al lado de la puerta del closet y escuchó. Roxana, sin bajar el spray, explicó que había realizado ese bloqueo como protesta por incumplimiento de promesas. ¡Qué!, dijo José, pero Roxana se paró y amagó con un ataque incruento. José prometió callar y oír. ¿Qué había pasado con su promesa de llevarlos a paseo los fines de semana? ¿Qué con la promesa de ayudar a los niños con la tarea, los sábados por la mañana? ¿Qué con la visita a la casa de los papás de ella una vez por mes? ¿Qué con no dejar tirada la ropa por toda la recámara? (en este momento, José tuvo que levantar los calcetines y los zapatos que ya había abandonado al lado del sofá). ¡Pero, mi vida, esto es absurdo! ¿Es un chiste, verdad? Roxana hizo a un lado el buró, se acercó amenazadora y, blandiendo el spray frente a los ojos de él, dijo: “Mientras no cumplas tus promesas no hay paso”, y regresó a su bunker, dejó sus pantuflas, se recostó sobre la cama, prendió la lámpara de noche, tomó "El Heraldo de Chiapas" y leyó su columna favorita: Arenilla.
José bajó a la sala y durmió en el sofá. La película de Enrique y Angélica ya había terminado. Al otro día, a las siete con treinta y dos minutos, subió a la recámara y le dijo a ella que estaba dispuesto al diálogo. Ella dejó que él acercara el sillón hasta la barricada y puso sus condiciones. Después de un diálogo en el que José se limpió la frente cuatro veces, llegaron a un acuerdo. José redactó un documento con su puño y letra y ambos lo firmaron. Ella retiró la barricada y él se acercó para el abrazo. José la besó en el cuello, rodeó su cintura con sus brazos y le dijo al oído: “Te deseo, mi vida”, pero ella lo retiró, según el acuerdo tendrían relaciones sexuales únicamente una vez al mes y de ocho a nueve de la noche. Ella consultó el documento redactado y vio que, de acuerdo con el calendario, les tocaba ir, con los niños, al zoológico, así que le dijo a José que se bañara, mientras ella iba al cuarto de los niños a despertarlos.