viernes, 25 de febrero de 2011
VIVIR EN EL POLO NORTE
Un hombre, en Comitán, decide cumplir con sus obligaciones y acude al módulo del SAT, se registra (el empleado es muy amable y atento). Después de diez o quince minutos le entregan los papeles que demuestran que se ha puesto la soga al cuello. ¡Dios mío, de manera voluntaria ha acudido a ponerse en las manos de tenaza de Hacienda, qué vocación masoquista! Lo ha hecho para ser un contribuyente responsable. Extiende la mano y da las gracias, pero el empleado lo detiene, le dice que ahora debe ir a Tuxtla Gutiérrez para la Firma Electrónica. Antes debe sacar una cita por Internet. ¿Cómo?, dice el hombre. Sí, dice el empleado, sólo allá se puede sacar la Firma Electrónica. ¡Qué país tan complicado!, dice el hombre. Algún día de estos deberá ir a Tuxtla para realizar el trámite. Tal vez por esto mucha gente no se inscribe en el padrón de contribuyentes, piensa el hombre. ¡Hay muchas trabas para algo que debería ser más sencillo! La tecnología del siglo XXI sirve poco en mentes que piensan como hombres del siglo XIX.
El mismo hombre llega a su lugar de trabajo, prende la computadora para ver de qué se trata eso de la cita. ¡No hay Internet! Pregunta a los compañeros de trabajo y uno de éstos le dice que ya notificaron a Telmex. Más tarde llega un empleado (muy amable y atento) y después de checar las líneas da su veredicto: “Subimos la velocidad, pero como acá está muy lejos del centro ¡la señal bajó!”. Y no contento con ello todavía se avienta una fórmula científica donde establece que la distancia es inversamente proporcional a la velocidad. ¡Dios mío! ¡Qué país tan simple y complicado!
El hombre se siente en el Polo Norte. Parece que el mundo se empecina en decirle que la tecnología sirve para nada. Quien vive en Tuxtla no tiene mayor problema para obtener su Firma Electrónica, trepa a su carro o al Conejobús y, en Palacio de Gobierno, una hora después ¡la obtiene! Quien vive en Comitán debe treparse a su carro o a un camión de la ADO y tres horas y media después comienza a intentar cubrir el trámite. Quien vive al lado de la antena de Telmex, en Comitán, no tiene problemas con la recepción del Internet, pero quien vive en la periferia de la ciudad ¡tiene problemas para la recepción porque “vive muy lejos”!
El hombre, sintiéndose a mitad de un iglú en el Polo Norte, debe optar por hacer el viaje cansado y costoso a Tuxtla o mandar el trámite a volar. Además debe decidir entre la recepción de una señal discontinua y lenta del Internet o solicitar a las autoridades de su trabajo ¡cambien el edificio de su trabajo y renten al lado del edificio de Telmex! Pero ¡esto es imposible! Al hombre no le quedará más que realizar el viaje un día de estos y seguir atado al tiempo en que no existía el Internet.
Tal vez, piensa el hombre, su juicio es extremo y vivir en el Polo Norte no debe ser más complicado que vivir en Comitán. Tal vez los del Polo Norte tienen acceso a Internet porque medio mundo recibe señal satelital sin importar el lugar y, tal vez, los contribuyentes de allá tienen modos más fáciles y accesibles para cumplir con la patria (tal vez en el Polo Norte son felices porque no tienen necesidad de caer en las redes del SAT).
El hombre va a tomar un café, se acerca un mesero (muy amable y atento) y le sirve un café frío con sabor a como dicen sabe el coimut (que es caca de gallina). El hombre piensa que ha tenido suerte ese día porque le ha tocado compartir momentos con empleados amables y atentos. ¡Sí, ha sido ventajoso, porque, por lo regular, este país también tiene empleados malencarados y poco serviciales! ¡Dios mío, qué pena vivir más allá del Polo Norte!