viernes, 29 de abril de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL ETNA ES UN SIMPLE VOLCÁN



Querida Mariana, ¿qué siente la gente que vive alrededor del Tacaná? ¿Poseen en su espíritu un fluido más intenso, algo más que simple lava interior? Hay hombres, ¡no lo negarás!, que tienen un fulgor que Toca todo lo que toca, un poco como si fuesen aquel personaje literario que convertía en oro todo lo que tocaba y que no digo su nombre porque se presta a albur y ya sabés que en Chiapas todo lo volvemos juego, casi casi como si fuésemos el tal Midas y a toda palabra le diéramos una torcedura manchando el objeto luminoso de la madrugada.
No sé qué pensés vos respecto al albur, al que muchos intelectuales colocan en un sitial de honor por considerar que está lleno de esa chispa luminosa que brota del cerillo cuando se pasa sobre una superficie rasposa. Yo creo que el albur es como el llamado “pentimento” donde un pintor se arrepiente de su trazo original y “encarama” otra escena, ya Menor porque ésta es fruto de la razón que es muy pobre con respecto a la imagen pura nacida de los sentidos.
Pienso en los hombres que viven cerca del Tacaná, por ejemplo, y los veo más cerca de la tierra. Los demás mortales no podemos reconocer cómo es la respiración de la tierra, no podemos intuir cómo son sus sueños y cómo sus pesadillas o sus abruptos despertares. ¿Imaginás qué se sentirá vivir cerca de un volcán que, en cualquier instante, puede comenzar a rebozar su caldera hirviente? Los hombres de esos lugares sienten bajo la planta de sus pies algo como un temblor eterno. Por esto, disculpá que yo lo diga en esta carta, las mujeres de esas zonas tienen un calor diferente. No se parecen a las mujeres que habitan en las montañas, a esas mujeres que siempre están embozadas y que generan su calor a través de gruesas mantas o mediante fogatas que arden por encima de la superficie. Las mujeres de la montaña siempre tienen un calor provocado; al contrario, las mujeres del volcán son prueba viviente de que la ósmosis existe, porque ese calor les es trasmitido desde el suelo (los chiapanecos burdos dirían que esas mujeres son calientes por naturaleza). Incluso las frutas son diferentes. ¿Mirás cómo los duraznos de Los Altos de Chiapas son tímidos, con apenas unos rojos por acá y por allá, como son las mejillas de las mujeres de San Cristóbal de Las Casas?
A veces creo que el sabio, en lugar de andar revoloteando con teorías acerca de si hay o no hay vida en otros planetas, debería, como arriera, escarbar en la tierra. ¿Por qué para generar energía eléctrica, el hombre coloca represas a los ríos o enriquece uranio con el riesgo que esto representa? ¿No es posible escarbar y aprovechar el magma? Deberían enterrar la sonda para absorber el conocimiento, pero lo que entierran es el espíritu magno de la investigación. Mientras vuelven los ojos y tratan de descubrir los misterios del cielo, los prodigios de la tierra se les hacen polvo entre las manos. Y escribí la palabra “entierran” con el prurito de que los albureros de siempre la empleen para darle otro sentido, un sentido muy terrenal.
Pd. Sé que vos naciste en este pueblo, que tus ojos han visto el blanco del tenocté desde siempre y que tus aromas son los mismos de los patios y corredores de las casas con pilares, pero, a veces, cuando te miro advierto un fulgor como de mujer Tacaná, como si tu espíritu y tu cuerpo estuvieran hechos de brasa. ¡Dichosos, mi muchacha bonita, dichosos los muchachos que beban de tu agua, los hombres que vuelen en tus cielos de lava!