domingo, 17 de abril de 2011

LOS HOMBRES SENCILLOS



En el mundo hay muchos hombres así, pero ¡son tan escasos! El químico Salvador Robles Dorado, actual Presidente de Cruz Roja, Delegación Comitán, llegó a casa y nos obsequió un libro. Un libro (en fecha cercana al Día Mundial de ese objeto maravilloso) que da cuenta de la historia de la Cruz Roja en Chiapas. Mi mamá, emocionada, recibió el obsequio, porque ella, junto a mi papá, en algún tiempo dedicó su esfuerzo a apuntalar a la Cruz Roja en Comitán.
El libro es muy digno, está impreso en papel cuché, con fotografías a todo color. Se llama: “Cruz Roja Mexicana: más de medio siglo sirviendo a Chiapas”, y es una edición de la propia Cruz Roja y el apoyo de Conaculta y de Coneculta-Chiapas. El librincillo en cuestión da cuenta de los trabajos para crear las Delegaciones que existen en el estado.
Ahí, en medio de tanto nombre de renombre, aparece el nombre de mi papá, Augusto Molinari Bermúdez, quien fue Presidente de la Delegación de Comitán, de 1987 a 1989 (él falleció en 1990).
No sé qué pensaría mi papá al ver su nombre y foto en medio de tanta foto y tanto nombre de personas que, generosas, han sembrado renuevos para formar un árbol luminoso. No sé qué pensaría, apenas sé lo que mi corazón advierte. Porque mi papá fue el hombre más sencillo del mundo, un hombre apartado del mundo de los reflectores. Él, convencido y por vocación original, dedicó mucho tiempo al tiempo de los demás. En el templo de San Agustín (así como en la Cruz Roja) existe una placa que es como un homenaje a los hombres que lograron su construcción, y entre los nombres aparece el de don Augusto Molinari Bermúdez. No sé qué hubiera dicho al ver su nombre ahí. No lo sé.
Recuerdo a mi papá como un hombre siempre con las manos abiertas, extendidas a los demás. Mi mamá me cuenta que una de las hermanas de mi papá estaba malita, ella vivía en San Cristóbal de Las Casas y, no sé por qué, el médico recomendó un clima más benigno, como el de Teopisca, por la cercanía con los familiares. Mi papá tenía un terrenito en Teopisca, así que de inmediato mandó a construir una casita modesta para que su hermana viviera ahí. Una casita modesta y sencilla, porque modesta y sencilla fue siempre la vida de él.
El otro día, Fernando Figueroa Castellanos me dijo: “Siempre recuerdo a tu papá en mangas de camisa”. Sí, así también lo recuerdo, él siempre andaba por la vida con la camisa arremangada, en los brazos; o vistiendo chalecos que mi mamá le tejía. Lo recuerdo tal como Fernando lo recuerda y, gracias a él, miro la vida como él la vio. Dice Fernando: “Cuando lo miraba así, pensaba: entonces esto de la vida no debe ser tan difícil”.
La vida, lo sabemos todos, tiene su encanto, pero también su abismo, pero hay hombres que cruzan el abismo con un halo que tiene aroma de alas o con la alegría de arremangarse la camisa para entrarle duro a la talacha.
Soy hijo de un hombre sencillo y me lleno de orgullo cuando alguien me dice: “Vos sos hijo de don Agustito, ¿verdad?”. Sí, siempre lo he dicho, éste es el mayor privilegio que la vida me concedió.
No sé qué hubiese pensado mi papá al ver que, en el libro, le agregaron a su nombre un Caralampio que sí pertenece a su compadre y primer Presidente de la Cruz Roja en Comitán: Augusto Caralampio García Pérez. El nombre de Caralampio es muy comiteco, por lo que tal vez esto es un homenaje involuntario de Comitán para un hombre que nació en San Cristóbal de Las Casas, pero vivió la mayor parte de su vida en este prodigioso pueblo que lo vio caminar siempre ¡en mangas de camisa!, sólo para que alguien, años después, dijera: “Entonces esto de la vida no debe ser tan difícil”. En efecto, la vida es sencilla cuando un hombre sencillo muestra cómo vivirla: lejos de reflectores y con la mano tendida, generosa, siempre hacia el otro. ¡Larga vida y memoria eterna a esos hombres sencillos y humildes que con su labor callada de hormiguitas hacen más llevadero este mundo lleno de abismos! ¡Son muchos, pero son tan escasos!