viernes, 6 de mayo de 2011

PENSAMIENTOS DE PESO, A PESO



Catorce minutos después se arrepentiría. Don Juancho caminaba detrás de Luz (no se le busque simbolismos a esto, Luz es una muchacha bonita de dieciocho años, sobrina del viejo Juancho). Ella caminaba concentrada, tal vez cuidando de no resbalarse en las banquetas de laja de Comitán, que son tan resbaladizas como el jabón o como las muchachas de dieciocho años que están tocadas por la brasa. Don Juancho apuró el paso, alcanzó a su sobrina y sólo por romper el hielo le dijo: “¡Veinte pesos por tus pensamientos!”. Luz pareció regresar quién sabe de dónde, emitió un gritito de sorpresa, tomó del brazo a su tío, se repegó y extendió la mano: “Va”.
¡Ah, don Juancho se arrepentiría catorce minutos después, pero ya lo había dicho! El Viejo, sólo por seguir la broma, metió la mano a la bolsa y sacó un billete de cincuenta (no tenía de menor denominación) y se lo dio a la muchacha: “Me debes treinta”. “Te los pago en cuanto lleguemos a casa de mamá Chona”, dijo ella, metiéndose el billete en medio del sostén y del pecho, tal como lo hacían las antiguas mercaderes. Siempre lo hace así, a sus amigos les fascina ver cómo ella arruga el billete, luego lo dobla como si fuera una palomita de papel y, con movimientos calculados, con su mano izquierda levanta el borde superior de la blusa, cierra los ojos y mete la palomita a su nido, como si se acariciara, como si su mano fuese la primera llamada-llamarada de un amante.
Don Juancho, sólo para continuar con el juego, le dijo: “Bueno, vienen tus pensamientos”, y movió la mano como si cobrara. Luz, a las once con veinte minutos de esa mañana de 4 de mayo, dijo: “Venía yo pensando en que soy una cajita y toda la gente, toda, guarda sus cosas adentro de mí. Mi mamá siempre está guardando sus frustraciones y deseos incumplidos. ¿Vos creés que insiste en que yo estudie arquitectura?, dice que si no ¡no me pagará la escuela! Pendeja, digo yo, ¿por qué voy a estudiar lo que ella no terminó? ¡Voy a estudiar cine y no me importa que ella no me mantenga! Para espantarla le digo que me voy a meter de puta para sostenerme. ¡Ah, la vieras, cambia su carota de palo de jaula de pájaro! Para no conflictuarla la abrazo y le digo que no es cierto, que voy a ser obediente y estudiaré lo que diga; ella me abraza y me besa, pero noto su temblor de que no cree lo que le digo, sabe que es sólo para tranquilizarla. Y, bueno, tío, ella sabe que voy a ser lo que se me hinche, porque me conoce. ¡Voy a estudiar cine y voy a ser una directora tan fregona como el más fregón de los directores del cine, no mexicano, no, estos son maletas, voy a ser tan fregona como Visconti o como Fellini! He visto a mis compañeros de la prepa cómo me miran cuando me meto el dinero en el pecho, varios me dicen: “¡Quién fuera esa mano!”, y yo les digo: “¡Órale!, pero sé un billete de quinientos”, y varios, de puro juego, así como vos de juego me ofreciste veinte pesos por mis pensamientos, meten la mano a la bolsa y sacan el billete arrugado y yo juego a que es cierto, y a la hora que, temblorosos, llenos de sudor, arrugan el papel y lo doblan para metérmelo, yo río y me alejo. Los dejo con sus caras de calenturientos, los dejo más calientes, con la misma cara que me ponen todos los hombres cuando me acerco y me compongo el cabello, como si fuera yo Marilyn Monroe. Los hombres son unos niños, igual que mi mamá es una niña caprichuda y temerosa. Dejaré que los hombres, con billetes de quinientos o de mil, pongan sus asquerosas manos sobre mis pechos. Ah, tío, pero quitá esa cara, ¡no es cierto, no es cierto, todo es un choro! Uf, tenés la misma cara de mi mamá, la misma que ponen estos bueyes cuando juego con ellos”.
Luz terminó de decir esto a las once con treinta y cuatro y ya don Juancho tenía una cara de arrepentimiento.