domingo, 29 de mayo de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL CIELO SE LLENA DE POLVO



Querida Mariana, recibí tu mensaje escueto y lapidario: ¡Leonora murió! Prendí la computadora y en el Internet corroboré esa nube negra.
Hace muchos años, una amiga cercana (tan cercana como ahora vos lo sos), viendo una bellísima edición de pintura mexicana, me dijo: “Me gusta Leonora” y me pasó el libro. A mí, dije yo, me gusta Remedios Varo. Ella, regando unas begonias en el balcón, dijo: “¡Qué remedio!”.
Ahora Leonora está muerta, mientras mi amiga está distanciada de mí. No obstante yo recuerdo a ambas y, como si fuesen begonias, procuro, de vez en vez, salir al balcón y regarlas. ¿Cómo se riega a los ausentes cuando éstos no son más que una foto, un cuadro, una hoja seca? Y digo hoja seca porque, ante la noticia de la muerte de Leonora, abrí de nuevo el libro y, justo donde está el cuadro que ella veía, hallé la flor. Y recordé que ella, esa tarde, dijo: “¿Qué otras cosas se secan en medio de los libros?”, y colocó la flor en la página 45, entre la pintura y la ficha biográfica mínima de la artista. ¿Qué otras cosas se secan? Tal vez, sólo tal vez, la ficha de Leonora ha envejecido y hoy tiene un punto final que es como un abismo. ¿La pintura? ¡Sigue iluminada!
¿Qué otras cosas se secan en medio de las hojas de los libros? ¡Las palabras no! Las palabras nunca se secan. Ya lo dijo el poeta: cuando un lector abre el libro la palabra sale de su insomnio y ¡brilla como la madrugada!
Ahora el concepto recuerdo llama mi atención. La flor que ella, mi afecto, colocó entre hojas estaba seca desde antes, mas, ahora que apareció, el recuerdo brotó como un renuevo. Ella nunca me lo dijo, pero ahora pienso que un día esa flor virgen fue cortada del tallo y se marchitó en otro libro. ¿Así ahora Leonora? ¿En qué otro libro sus manos descifran el misterio?
Los recuerdos no se marchitan, basta un poco de agua para revivirlos en la herida. Leonora murió y todo, en apariencia, sigue intacto en la plaza, en el café, en el vuelo de las aves que revolotean sobre el agua del estanque.
El libro permaneció intocado durante mucho tiempo. Ahora, la muerte de Leonora accionó un mecanismo en mi memoria y me impelió a bajar el libro del estante. Estaba en el entrepaño superior, como si algo indescifrable me forzara a enviarlo al cielo que habitan los ausentes. Lo que está en la parte superior, querida Mariana, siempre se llena de polvo, de ese tenue aroma con el que se cubren los trastos inútiles. ¿Es el recuerdo un objeto inútil? ¿De qué sirve regodearse en algo que fue como una raya en el agua? Y, sin embargo, no deseché la flor seca. La regresé al libro, pero en la página donde está la pintura de Remedios.
Lo único real es el libro, la pintura y la flor seca. Nunca estuve al lado de Leonora para comprobar su existencia. Hoy, mi afecto no está más a mi lado y la pienso como una niebla, como la mera representación de un sueño. No es casual que, si en realidad existió alguna vez, ella y yo tengamos aprecio por obras de surrealistas.
Cabe, dentro de lo surreal, la no existencia de Leonora en esta dimensión. Tal vez ella sólo fue un sueño que se coló en la plenitud del tiempo. Y si esto es así, la noticia de su muerte también es irreal, no más que el agua revoloteando sobre un cernidor.
¿Leonora, igual que Remedios, murió? ¡Pues ya, qué remedio!
Pd. Vos, nunca me has dicho si preferís a Remedios o a Leonora. ¿De qué esquirlas se visten tus sueños?