lunes, 20 de junio de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN LIBRO NO HACE VERANO


(Modelo: Cielo Angélica Méndez Pinto).

Querida Mariana, ahora a vos te toca decirme ¿cómo lo viste? Yo, simplemente, digo: ¡gracias, por acompañarme en la firma de autógrafos! Tu complicidad me da luz. Como vos lo recordás a cada rato: “La juventud sólo se da por contagio”, según maese Sabines. Es gratificante y un poco inexplicable saber que vos concedés tiempo y alegría a este viejo que soy; debe ser porque tu generosidad natural te impele a hacer labor en asilos. Ahora me explico por qué siempre decís que te gustan más los árboles añosos del parque de San Sebastián que los renuevos.
¿Y después de la firma, qué? ¡Nada! Sólo el recuerdo de haber generado un acto inédito en el pueblo. Acá, como en muchas partes del mundo hispano, acostumbramos las presentaciones de libros. Se corren las invitaciones con anticipación y el día señalado el autor recibe con alegría a los presentadores. La sala o auditorio (en caso de ser optimista) están recién trapeados. El autor se esfuerza en mantener su mejor sonrisa, pero una mueca casi imperceptible denota su preocupación: “¿Llegará el presidente municipal o, cuando menos, enviará un representante? ¡Ya son las siete y diez y apenas hay veintidós invitados y uno de ellos ya mira su reloj con premura!”. Por lo regular, las salas no se llenan; algunos invitados, en lugar de estar atentos a las palabras de los presentadores, envían mensajes en sus celulares o critican el vestido rojo de la fulanita. Por lo regular, los presentadores se vacían en elogios para el autor (no puede ser de otra manera). Asimismo, medio mundo espera ansioso el término del acto para degustar el vino de honor (¡ah, cuánto chalequero!). A esto, mi querida Mariana, estamos acostumbrados; a que al día siguiente aparezcamos en las notas de “Sociales” de los periódicos de la localidad, como si fuésemos quinceañeras o participantes del Miss Mundo.
Pero el viernes no hubo algo de esto. Fuimos al Restaurante Café, canela y candela y de once de la mañana a una de la tarde, y de cinco de la tarde a siete de la noche (según la invitación general) esperamos a los lectores. Todo fue una fiesta, gracias a vos y a los cuatro amigos que se presentaron durante la mañana. Un poco como para no dejarme solo frente al paredón de fusilamiento, vos, Felipe y la Güera me acompañaron toda la jornada. Paty me había recomendado que no me frustrara si no llegaban amigos y lectores. Le dije que no. Sé que un libro no es un partido de fútbol. Pero, ¡vos lo viste!, en la tarde, como si fuera un viñedo, los amigos se dejaron llegar por racimos. ¡Se volvió una gran fiesta! Los amigos y lectores me solicitaban el autógrafo y, tal como lo dije, me sentí como Ricky Martín (claro, no faltó el compa que me dijo: “¡Pucha, tené cuidado, no te vaya a gustar y vayás a terminar siendo gay!”. Ya mirás cómo son de chanceros en el pueblo). Vos lo viste, fueron tantos amigos generosos que, contra mi costumbre y contra lo programado, debimos quedarnos hasta las ocho y media de la noche. Quien quiso mandó mensajes o habló por su celular o tomó un café o gritó o rió ante una anécdota divertida o miró las plantas del jardín o miró cómo yo dibujaba los libros especiales (los de trescientos pesos). ¡Ah, qué disfrute! Todo mundo evitó el palabrerío y el sahumerio del autor en turno, por parte de los presentadores. Pero, bueno, como dije al principio, ahora a vos toca decir ¿cómo lo viste? ¿Estuviste contenta? ¿Algo aportó a tu corazón?
Pd. ¿Y después de la firma, qué? ¡Nada! Aspiro a que un lector (uno, no más) sea tocado por una línea de mi librincillo (una, ¡no más!). Y esto ya lo tengo ganado, porque sé que vos (me lo dijiste) ya fuiste tocada, y aunque tu mamá se enojaría al saber que fuiste tocada por mí, yo, ¡iluminado!, doy gracias a Dios por tu río afectuoso. Si Sabines tiene razón, la alegría también sólo se adquiere por contagio, dejame decirte entonces que el día de hoy ¡estoy contagiado gracias a tus ramas y a tus nubes!