miércoles, 22 de junio de 2011
EL UNIVERSO DE LA VUELTA DE LA ESQUINA
Verito llegó a la Firma de Autógrafos. Llegó acompañada por su mamá. ¡Son tan parecidas que parecen hermanas!, es el comentario que se escucha con frecuencia cuando caminan por las calles de Comitán. Ambas tienen el cabello ondulado. A la hora que firmé el libro, dos pajaritos se posaron sobre una antena de televisión. Verito me preguntó: “¿En qué te inspiraste para escribir este libro?”. Dejé de ver la antena y le dije que ella era el motivo de mi inspiración. Se sonrojó tantito, pero se recuperó cuando expliqué que el hombre y su entorno son el motivo de mi creación. Y puse un ejemplo: a la hora que tu mami y vos entraron, el hombre de la mesa del rincón se sorprendió y pensó “¡son tan iguales!”. Pero un instante después su asombro creció pues vio entrar a una pareja idéntica con vestidos idénticos y bolsos del mismo color. La pareja se sentó y llamó al mesero. Ambos corrieron a atender a la pareja (y digo ambos porque no fue un solo mesero, sino dos, ¡idénticos!, los que entregaron la carta con el menú). El hombre, entonces, dejó el libro que leía y observó con detenimiento: todas las mesas estaban ocupadas por parejas semejantes, casi idénticas. Era como si todo mundo tuviera un clon.
Una pareja que estaba justo frente a nosotros miró a los pajaritos posados en la antena. La muchacha (muy bonita, con nariz respingada y unas extensiones de cabello que le daban un aire de mujer fatal) preguntó: “¿En qué pensarán los pajaritos?”, y el muchacho -con playera negra y manos grandes- respondió sin pensarlo dos veces: “En por qué los hombres les dicen pajaritos a sus penes”. Ambos rieron.
¿Los pajaritos siempre se posan en pareja sobre las antenas obsoletas de televisión? El hombre, después de su asombro, entró a una etapa de discernimiento y confusión mental: ¿Por qué, esa tarde, en el restaurante Café, canela y candela, todo mundo tenía su clon? Se paró y fue a la entrada para observar la calle, luego fue al parque de San Sebastián, después entró al templo y constató lo que había intuido ¡todo mundo tenía un doble exacto! Sólo él, aparentemente, andaba sin su doble, pero nadie lo había notado. Pensó entonces, ¡eureka!, que eso demostraba su teoría de la existencia de un universo alterno, idéntico a éste. Por alguna razón, aún no resuelta, esa tarde, el universo, llamémosle B, había sufrido una fractura y los habitantes de ese universo se habían colado a nuestro universo A. Regresó al restaurante y pidió un poco de alpiste al mesero (ya se sabe, ambos corrieron a atenderlo). Los meseros sonrieron pero entraron a la cocina y salieron con platitos llenos de alpiste (¡qué gustos tan raros!, pensaron y anotaron en la comanda: “dos órdenes de alpiste con guarnición de pepinos”). El hombre tomó uno de los platos y regó el alpiste sobre el patio, al lado del árbol lleno de orquídeas. Los pajaritos que estaban sobre la antena dejaron de mover la cabeza de un lado para otro y parecieron concentrarse en el alimento sobre el suelo. Volaron. Se posaron sobre el árbol y coquetearon con el alpiste. Uno de ellos se aventuró, aleteó, y comenzó a picotear, como si quisiera abrir pequeños huecos sobre el ladrillo. El hombre tomó su suéter y lo aventó sobre el ave. El otro pajarito se espantó y voló a la antena. El hombre, con premura, se agachó y tomó el suéter, buscó y halló al pajarito. Temblaba. El hombre lo tomó entre sus manos y lo vio con detenimiento. “¡Oh, Dios mío! -pensó-, ¿este pajarito corresponde al otro universo o es de éste?” ¿Cómo saberlo? Apretó tantito sus manos y sintió que el universo A comenzaba a contraerse. Como si fuese una burbuja, el aire del patio del restaurante empezó a volverse una materia asfixiante. Los comensales se desabotonaron las blusas y las camisas, se aflojaron los cinturones, se quitaron los zapatos, las medias y los calcetines. Hacía falta aire. El hombre dejó de presionar al pajarito y todo volvió a expandirse. Supo entonces que el otro pajarito, el que estaba sobre la antena era el del universo B. ¿Cómo atraparlo? ¿Cómo regresarlo a su espacio original? Tal vez, pensó el hombre, cuando alguien desaparece de este universo nuestro de todos los días no hace más que entrar al universo alterno, el B. ¿O existe también el C, el D…? El hombre jugó, volvió a apretar tantito el cuello del pajarito y vio cómo los hombres y mujeres que estaban en el café seguían quitándose las demás prendas, los pantalones, los brasieres, las camisetas y las tangas de hilo dental. El pajarito aleteaba, su temblor era el mismo temblor del Big Bang.
“Así ocurre esta vaina de la llamada inspiración”, le dije a Verito, le entregué su libro y antes de que se retirara, al lado de su mami, le dije: “ahora sabés por qué pensé en vos al escribir este libro y lo seguiré haciendo cada vez que escriba un libro, cada vez que pinte un cuadro, cada vez que juegue a inventar universos ondulados.”