lunes, 13 de junio de 2011

¡NI CHUCHOS, NI DESHONESTOS!





¡Algún día tendremos que cambiar! Buen principio será erradicar paradigmas equivocados. En Comitán es costumbre decir: “¡Que robe, pero que no sea tan chucho!”, acerca del manejo deshonesto de algún político (imagino que este dicho lo dicen en todo el país, con variantes dialectales). Esto es un error del pueblo, porque consentimos que los políticos sean deshonestos, cuando debe ser todo lo contrario: exigir que el político tenga como principio fundamental ¡la honestidad!
El mundo es lo que nombramos. La construcción del universo se da a partir del corpus del lenguaje. Si pronunciamos luz, la sombra se oculta.
¿Por qué permitimos que los poderosos modifiquen nuestra palabra si ésta es la única real posesión del pueblo?
Sin darnos cuenta nos hemos convertido en impulsores de la deshonestidad de los políticos al repetir paradigmas equivocados. Nuestros jóvenes crecen en medio de palabras llenas de laberintos donde el Minotauro es la reencarnación de Hermes, algo así como un Dios deshonesto.
Lo peor es que nos rasgamos las vestiduras y preguntamos por qué los políticos son deshonestos. Sencillo, son deshonestos porque la sociedad les ha concedido autoridad para serlo. ¡Que roben, está bien, pero que no lo hagan en demasía! ¡Esto es algo inaudito! Lo que la sociedad debe exigir es ¡honestidad!, y este término significa manejo pulcro del erario.
Román Alcántara, escritor pinolteco, tiene una fábula muy bonita. En la plaza central de un pueblo de ratones existe una fuente hecha con monedas de oro. Un tacuatz, turista de un país lejano, se sorprende cuando advierte que las monedas están intocadas. ¿Cómo es posible que ningún ratón haya intentado robar alguna moneda, si la fuente no tiene protección ni guardias que la protejan? El ratón guía explica que el suyo es un pueblo muy civilizado y ha erradicado el verbo robar de su diccionario. ¡Ah!, dice el tacuatz y regresa a su país convencido de las bondades de esa sociedad. Prepara una reunión con sus amigos y en ella da a conocer la maravillosa historia. “No, tacuatzín -le dice su prima Zarigüeya, con un martini en la mano- no viste bien. Ninguno de los ratones tiene manos, porque la fuente tiene un mecanismo que las cercena cuando alguien intenta robar”.
¿Con qué herramienta derribar muros de palabras falsas? Un amigo me dice que soy un iluso, que este país no tiene remedio. Yo pienso lo contrario. El amigo explica: “todo mundo dice: si no lo agarro yo lo agarrará otro ¡mejor lo agarro yo!”. Y creo que acá está la fórmula, basta cambiar el paradigma: “Si no lo digo yo, no lo dirá otro ¡entonces lo digo yo!”. Digo que, a partir de este momento, ningún mexicano vuelve a concederles derechos de deshonestidad a los políticos; digo que jamás volvemos a decirles que ¡roben pero que no sean tan chuchos! A partir de hoy, los perros, los ratones, los zorros y las ratas quedan fuera del ámbito de la política.
Si dejamos de llamar “polaca” a la política y al político dejamos de llamarlo “polaco” podemos diseñar otros cristales, unos cristales limpios y transparentes.
Digamos a los jóvenes que el político tiene la obligación moral de servir al pueblo de manera impoluta. Convirtamos a la política en el espejo del agua, a partir de la construcción de la palabra limpia. Diseñemos el universo con la luz del Verbo.