domingo, 26 de junio de 2011

CIELOS EN 3D




“Mira, tío”, Alicia señaló orgullosa. El gran domo de fierro y láminas cubría el patio de su escuela, ¡de mi escuela! De niño yo también estudié ahí, por lo que es un poco como mi casa. “¡Qué bonito!”, le dije, pero le mentí.
El otro día subí a la azotea de la casa de un afecto y vi los techos de Comitán. ¡Ah, qué pena, cómo ha cambiado la armonía! Ahora abundan los tinacos rotoplas y el desorden de las casas con dos o tres pisos. Los techos de teja, poco a poco van desapareciendo. Mis amigos arquitectos comentan que los techos de teja significan un problema serio por las filtraciones de agua, pero he visto cómo otros han logrado aliar ambos conceptos y construyen con elementos contemporáneos sin apartar la teja.
“Y en medio de nosotros mi madre como un Dios”. Igual que en el verso de Manuel Acuña, así aparecen los patios techados de las escuelas. Entiendo que las Sociedades de Padres de Familia, cuando se topan con el gobernador o con el presidente municipal solicitan techos para los patios de las escuelas de sus hijos, para que éstos puedan jugar a la hora que hace mucho Sol o a la hora en que llueve, pero estas estructuras son para el ojo y para el corazón como topes en la carretera. Mis compañeritos y yo, al estudiar la primaria, jamás nos topamos con una barrera cuando, a mitad del patio, miramos el cielo. ¿Qué ve, ahora, Alicia? ¿Qué sustancia se unta en el corazón? Los cielos enmarcados de los patios huelen a posibilidad. El hombre que ve el cielo a través de un espacio delimitado sabe que es posible adueñarse de fragmentos del universo. No es lo mismo pararse a mitad de una plaza o en pleno campo que pararse a mitad del patio de una casa solariega o, sobre todo, a mitad del patio de una escuela. Yo nunca he sido de experiencias lúdicas, fui un niño apocado y tímido, por lo que cuando comenzaba a llover corría a guarecerme debajo de los corredores, pero desde ahí veía cómo mis compañeros alzaban los brazos, corrían y chapoteaban hasta terminar empapados como si hubiesen tenido la experiencia sensual más apasionante. Me encantaba mirar a mis compañeritas, a Lupita sobre todo, con el cabello y la ropa mojados. Como si fuesen una tierra fértil, algo como una flor maravillosa crecía en ellas. Era la flor, ahora lo sé, de la inocencia. Sus caritas tomaban una luz diferente, era como si la luz de “arriba” bajara y las poseyera, se convertían en sustancia Divina. Ahora, Alicia, sigue jugando y no se moja, ya no le da el Sol, ya no mira esos cielos enmarcados.
Parece que el mundo de estos tiempos ha ganado en techos, pero ha perdido en sensibilidad. Ahora, ya no miramos tan seguido al cielo, como que no nos hace falta, pensamos. Nos pasamos muchas horas encerrados entre cuatro paredes viendo una pantalla. ¡Dios mío! Cuando llega el fin de semana (para distraernos, para relajarnos, para quitarnos el estrés) subimos al auto, vamos a la plaza y entramos al cine donde vemos, a través de unos lentes especiales, películas en 3D. ¡Pobres de nosotros! No nos hemos dado cuenta que, a toda hora, llevamos lentes invisibles que nos impiden ver el mundo en toda su magnificencia. Estos tiempos son tiempos de muchos techos y de muchos muros. Hemos cerrado muchas ventanas y hemos cubierto muchos cielos. Las casas de antes, donde crecimos los niños al amparo de la luz, ahora han sido rentadas para restaurantes y centros comerciales. Sus patios luminosos, de inmediato, han sido techados con domos de acrílico y podemos, tranquilamente, tomar un café o una cerveza sin mojarnos a la hora de una lluvia inclemente. “¡Qué cómodos son estos tiempos, qué bellos!”, le digo a Alicia, pero le miento. Yo, disculpen ustedes, extraño mucho mis cielos recortados desde los patios de las casas con corredores y desde el patio de mi escuela primaria. Los extraño. Mucho.