sábado, 9 de febrero de 2013


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO ARQUÍMEDES ERA ¡LA NETA!

Querida Mariana: a cada rato oímos la cita de Arquímedes. La mera verdad saber quién fue Arquímedes, pero dicen que dijo: “Denme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Sabemos que se refería al plano físico, pero también en lo espiritual necesitamos algo como un punto de apoyo. El Víctor, cuando jugábamos canicas, sostenía el brazo derecho sobre su mano izquierda, que usaba como mampuesta. Ahí, de chiquitíos, sin saberlo, ya andaba enredado en nuestro mundo el ideal de don Arquímedes. Víctor cerraba su ojo derecho y apuntaba (igual que apuntaba el adolescente Enrique en el momento de refinarse una palomita pumusa con la escopeta cuacha que tenía). La mano izquierda le ayudaba a que la mano con la canica no temblara. ¡El Víctor era buenísimo en el juego de las canicas! Cuando Rafa y yo llegábamos a la casa de los papás de Víctor (con el sitio más lindo del mundo: lleno de árboles de lima de pechito), lo hacíamos con las bolsas llenas de canicas. A la hora de la despedida, salíamos con las bolsas vacías. El domingo siguiente íbamos a la tienda de doña Angelita, contra esquina de la iglesia de El Calvario, a comprar más canicas que, seguro, pasarían a las manos de Víctor. Y así hasta el infinito.
Cuando mi papá murió sentí que perdía mi punto de apoyo, el más importante de mi vida. Pero, conforme el tiempo pasó me di cuenta que ese punto era un punto inamovible en el Universo. Ahí sigue, suspendido en el aire, a mi lado. Ni me preguntés cómo funciona esto (caso soy Arquímedes). Lo único que sé es que, como señala la primera Ley de la Termodinámica: “la energía no se crea, ni se destruye, sólo se transforma” (de algo me sirvió estudiar en la Facultad de Ingeniería, de la UNAM). El punto de apoyo, que es mi papá, está enredado en este increíble envase que contiene millones y millones de planetas. ¡Millones! ¿Lo mirás? A cada instante que juego “canicas”, ahora de viejo, aparece el punto de apoyo donde me recargo a fin de que no me tiemble la mano del corazón. Mi papá, más que nunca, es mi punto de apoyo esencial. Soy un convencido de que la muerte no es más que abandonar el cuerpo para fundirse en el magma Divino.
A la hora que doña Margarita sirve el atol agrio, una fuerza vital sostiene su brazo para hacer el movimiento exacto. Su mampuesta es el aire de Comitán, el aire de la tradición y de la luz. Doña Margarita (la conocés) es quien vende atol agrio y atol de granillo, en el Mercado Primero de Mayo. Tiene como vecinas a quienes venden los chinculgüajes más sabrosos de Quijá, Comitán y puntos intermedios. Ya te conté que cuando regresé a vivir a Comitán, después de andar un rato en la ciudad de Puebla, lo primero que hice, después de dejar mi maleta, fue correr al mercado y pedir un vaso de jocoatol para tococheármelo. Primero pensé en hincarme y besar esta bendita tierra, pero luego miré que ya Juan Pablo II lo había choteado, así que mi ritual fue tomar atol agrio.
No nos damos cuenta, pero los tiempos actuales nos han despojado de movimientos que eran importantes, no sólo para la motricidad física, sino para la del espíritu. A pesar de que en los jardines de niños ahora dan estimulación temprana, nuestros niños han perdido algo. Paréntesis aparte te cuento que a mí me gusta el término Jardín de Niños (más que kínder, más que parvulitos, más que preescolar). Me gusta porque es como si el jardín estuviese lleno de angelitos que son como cronopios, diría Cortázar. Y digo esto último no por viejo cursi, sino porque, en efecto, los niños (todos) son los ángeles de nuestro Paraíso. Ya luego, conforme crecen, los adultos nos encargamos de echarlos a perder y ellos siguen por su propio camino, ya sin necesidad de echarles cuerda y los inocentes se convierten en grandes cabrones. ¡Jardín de niños! ¡Ah, qué bonito! Casi casi como decir Jardín donde juega Dios.
El tío Daniel (que a todo le busca cola) dice que el tal Arquímedes se equivocó. No debía haber pedido un punto de apoyo sino una resistente vara larguísima. Dice que el Universo tiene millones de puntos de apoyo, lo que hace falta son las palancas. “Mirá -dice-, si el pinche Arquímedes hubiese tenido una gran vara, dura, como de fierro, no de caña de castilla, la hubiese apoyado en Marte, digamos, y le hubiera dado una gran movida a la tierra”. Bueno, esto es lo que dice el tío Daniel y remata: “Dadme una buena palanca, ¡yo tengo el punto de apoyo!”.
Digo que hemos perdido movimientos importantes, porque ahora otros modos de ser nos definen. Te pongo un ejemplo: cuando era niño miraba cómo Sara, la sirvienta de la casa, servía el café de olla. Era un movimiento elemental, su mano derecha sostenía un jarrito de barro y ella hacía un movimiento de barrido, el mismo que hacen los niños cuando meten una cubeta al río para sacar pececillos. Luego, Sara vaciaba el jarro y el café pasaba a llenar la taza. ¿Mirás? Un movimiento de barrido y luego un movimiento de cascada. ¿Ahora? Ayer fui a un Oxxo y miré cómo la muchacha bonita (bien bonita, con el pantalón de mezclilla ajustadito, con la blusa bien ajustadita sobre sus pechitos ajustados) colocó un vaso de plástico debajo de un chunche, apretó un botón y esperó que el vaso se llenara con café. Esto que, en apariencia, es casi simple, establece una gran diferencia. Hemos perdido, con el extravío de nuestros movimientos esenciales, un punto de apoyo definitorio. Con estos movimientos nos volvemos, cada vez más, menos nosotros. Entiendo que estamos ya (¡qué pena!) a la altura de cualquier estanquillo de Nueva York. Por esto, el otro día que fui a la casa de doña Conchita Pérez ella al ofrecerme café insistió en que era café de olla. Claro, con eso me decía que en su casa sigue fiel la tradición, que en su casa aún está vigente el punto de apoyo. Parece broma, pero los movimientos hacen ¡la gran diferencia!
Cuando vamos al mercado regresamos a lo nuestro. Doña Margarita quita la tapa de la olla de peltre, la coloca sobre la mesa de madera, toma un vaso y, con ese maravilloso movimiento de barrido, lo mete adentro del atol agrio hasta que se llena, luego hace el movimiento de cascada y llena el vaso (si es para tomar ahí) o llena una bolsa de plástico (si es para llevar). Las mujeres que son precavidas llevan un depósito para que el atol no pierda su esencia en una pinche bolsa de plástico. Gracias a Dios y a San Caralampio el mercado comiteco aún está ajeno a la modernidad. Los mercados comitecos, por fortuna, aún no tienen botones para aplastar. El fin de este pueblo llegará el día que el atol agrio sea servido por un dispensador electrónico (¡Dios mío, qué pesadilla!). Bueno, parece que el fin del mundo no está tan lejano. Ahora ya venden tamales en Oxxo. Sí, es en serio. Te lo juro. Tiemblo. Tiemblo sólo de pensar que uno de estos días deba entrar y pedir: “deme’sté dos panes compoxxtos” o “deme’sté dos huesos de tío Oxxo”.
Los niños de mi tiempo tuvieron movimientos cercanos a la identidad. Con ambas manos controlaron el lazo de los carretones; el lazo de los papalotes; la cuerda de los trompos y el del yo-yo. ¿Ahora? Los movimientos han cambiado. Ahora manejan, con gran destreza, los pulgares, para aplastar los botones del playstation o los del celular.
Quiero pensar que los chavos de los años sesenta y setenta somos buenos amantes. Lo somos porque nuestros cielos tenían movimientos de barrido y de cascada. Cuando los niños de ahora crezcan y sean amantes ¿cómo acariciarán a sus amadas? ¿Les apachurrarán todos los botones aplastables? Siempre que pienso en la sensualidad y el erotismo me acuerdo de mi tía Mary que decía que mi tío Eusebio era muy simple “para cosas de cama”. “El inútil -decía la tía- cree que mis pechos son aguayón o pulpa, por las aplanadas que me da”, y es que el tío Eusebio había trabajado en una carnicería en Villahermosa.
Los hombres de otros tiempos fuimos artesanos, en el amplio sentido de la palabra. Nuestras manos servían para definir el mundo, para componerlo. Los relojeros ¡componían relojes! Cuando un Citizen se paraba lo llevábamos con don Pepe Sánchez y días después lo regresaba caminando, como si fuese campeón de la Maratón. Ahora, cuando un reloj se para ¡lo botan! Es tan fácil ir al mercado y comprar una réplica de plástico. Nuestro mundo se volvió desechable. Ahora el único movimiento que nuestras manos hacen es el de botar basura. ¡Ah, bárbaro, cómo aventamos cosas! Botamos pañales cagados, condones usados, rastrillos, envases, bolsas y mil chunches asquerosos más. Esto que escribiré es una bobera, pero a veces pienso, de veras lo pienso, que los muchachos de hoy ya no se masturban como antes. Tal vez existen aparatos donde aprietan un botón y la máquina hace todo por ellos. Sí, mi niña bonita, es una bobera pero lo pienso. ¿No mirás que en Japón hay máquinas que “te limpian”, después de hacer del dos? Bueno, con esto digo todo: hasta ese movimiento de papel lo hemos perdido. Nuestras manos sólo hacen el movimiento de tirar basura. ¿Mirás qué símbolo tan jodido estamos formulando?

Posdata: A veces voy al mercado sólo a ver. No compro. Me recargo en una pared o en un poste y miro. Miro a las niñas bonitas que pasan; a las señoras que cargan bolsas llenas de manzanas y papayas (lo digo sin albur); a los hombres que cargan los trozos de carne al hombro, sobre unas mantas blancas llenas de sangre. Miro el movimiento de las manos de los hombres que ahí trabajan: el tablajero que corta un trozo de carne; la mujer que envuelve el pedazo de queso de doble crema; la mujer que, con una maquinita hermosa, llena la tripa con carne para hacer chorizos; la mujer que riega gotas de agua a los manojos de cilantro. Pero lo que más me impacta es el movimiento que hace doña Margarita a la hora que sirve el atol agrio. ¿Quién sabe cuántos años lleva haciéndolo? Esto es lo que se llama heredad. Ese movimiento no podemos dejar que se extinga. No podemos vivir de puro apachurrón de botones. El acto amoroso exige la sensualidad el movimiento, la seducción.
No sé nadar, pero admiro a los nadadores. Me encanta ver, desde la orilla, desde una silla, tomando agua de coco, a los nadadores en las albercas. Ah, qué sincronía con manos, brazos, cabeza, torso, pies. Si tuviesen alas seguro que saldrían volando en cualquier instante. Son tan bellos los hombres y mujeres adentro del agua. Algo nos falta a la hora de nadar en el aire, como que acá nos atontamos, perdemos ese vínculo amniótico, esa nostalgia de placenta.
Por esto, mi niña vaso de atol, me gusta convivir con vos. Me gusta cuando caminamos por el parque de San Sebastián y me decís que elevemos los brazos y los movamos como si fuésemos un barco de remos. ¡Ah, qué disfrute! No perdás esa capacidad de Leonardo Da Vinci, seguí siendo, siempre, un helicóptero en los más intrincados sueños. Total, mientras tanto, yo puedo ser tu punto de apoyo; puedo ser tu Arquímedes de Chacaljocom. Sé vos la palanca que mueve mi mundo, siempre.